Empezó el juicio oral contra Horacio Conzi por el asesinato de Marcos Schenone. Dos padres, entre el drama y la esperanza
La dura lucha para que se haga justicia
La emoción le inunda los ojos. Elsa observa la hora en su reloj e intenta la utopía de encontrar un consuelo para su corazón herido. “Falta poco, vieja, muy poco”, le dice Eugenio, su marido. Ella suspira. Elige el mejor perfume y suelta una confesión: “Adentro de mi casa puede haber días en los que esté llorando, tirada en el piso, queriendo correr hacia no sé qué parte. Pero hoy no voy a permitir que el asesino de mi hijo me vea mal. Voy a estar espléndida, porque Marcos lo hubiese querido así”.
Poco después de las 7, unos 40 minutos antes de salir hacia los tribunales de San Isidro, donde ayer empezó el juicio oral de Horacio Conzi por el asesinato del joven Marcos Schenone, sus padres, Eugenio y Elsa, recibieron a LA NACION en su casa de Martínez. Allí, con la compañía de los recuerdos y la ansiedad arraigada en cada detalle, contaron el calvario sinfín que viven desde hace 33 meses, tras el asesinato de su hijo, y por el que se juzga a Horacio Conzi como autor del crimen.
Cuentan, por ejemplo, que nadie les quiso alquilar una vivienda por temor a posibles represalias. "El tío de un amigo de mi hijo fue el único que nos alquiló esta casa, porque todos los demás tenían miedo. Los propietarios pensaban que podíamos sufrir algún atentado y muchos nos cerraron las puertas en la cara", asegura Elsa, con impotencia.
De todos modos, las puertas de esta casa, en Martínez, se abren con calidez. Eugenio prepara el desayuno mientras Elsa recorre las habitaciones y muestra una suerte de santuario, con retratos de Marcos, que instaló en un rincón.
"Esto es lo que nos da fuerza para seguir adelante. Los días pasan y la ausencia por su pérdida es cada vez más grande. Pienso que un día me voy a levantar y voy a escuchar su voz, pero después me doy cuenta de que eso no pasará nunca. Es un dolor que voy a llevar siempre conmigo", se lamenta Elsa.
El teléfono se anuncia continuamente. Periodistas, amigos e innumerables frases de aliento completan la atípica escenografía del hogar. Eugenio prepara café instantáneo, mientras relata el sacrificio económico que hicieron para tener un buen asesoramiento legal. "Vendí mi casa, los dos autos y los muebles. Me quedé sin nada, lo importante era contratar un buen estudio de abogados, a los que nadie pueda comprar y que vayan tras la verdad. Gastamos más de 70.000 dólares. También hicimos los mejores peritajes para demostrar que Conzi fue consciente de sus actos y que debe ir preso", sostiene.
En la cocina, el televisor encendido anticipa los pormenores del juicio. "¡Mirá!", dice Eugenio, y menea la cabeza. Después, suspira: "Yo le deseo que él [no lo nombra] pase el mismo dolor que sintió mi hijo, nada más que eso".
-¿Cómo cree que reaccionará cuando tenga a Conzi frente a usted?
-Sentiré mucho dolor, pero no es una cuestión de venganza. Ese hombre se cruzó en la vida de Marcos, lo asesinó y nos mató a todos; acabó con lo que somos y él no perdió nada. Pero nos cuidamos de todo lo que decimos, porque no queremos tirar 33 meses de investigación por la borda.
Los minutos se esfuman mientras Eugenio consume su séptimo cigarrillo y confiesa que no pudo dormir. Elsa repasa su cabello y guarda en la cartera una pequeña virgen. "Para que nos guíe en el camino. Marcos le prendía siempre una vela. Gracias a nuestra creencia en Dios, podemos seguir adelante. Para Conzi, pido mil años de cárcel. El no es nadie para mí. No es venganza, pero no lo voy a perdonar nunca, pese a que soy católica. Dios me sabrá entender", dice.
Ya son casi las 8, y llega el remise; es hora de partir hacia el tribunal. Allí se reúnen con sus tres hijos. La ansiedad y la angustia se potencian cuando ese hombre de traje negro impecable, bronceado y con lentes, llamado Horacio Conzi, cruza inmutable la puerta de la sala del Tribunal Oral Criminal N° 4 de San Isidro.
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