El drama de convivir con el Riachuelo
Son habitantes de las villas que lo bordean; muchos presentan enfermedades de la piel y respiratorias
La maltrecha casita de Isabel Nieva está rodeada de árboles y desde su ventana tiene una vista directa al río. El paisaje dista de ser paradisíaco y, por un momento, prefiere los recuerdos. "Mi abuela contaba que cuando ella vino acá esto estaba limpito. Los vecinos se juntaban a tomar mate a la orilla del Riachuelo. Me acuerdo que se pescaba, y recuerdo también las fiestas que se armaban acá en frente, cuando los chicos hacían competencias en canoa", en alusión al Club Regatas de Avellaneda.
Pero hoy la realidad que aparece cada día por esa ventana de una precaria construcción de la Villa 26 del barrio porteño de Barracas, a unas 50 cuadras del Obelisco, es otra.
En el Riachuelo, afluente del Río de La Plata, ya no se pesca, ni se compite con canoas. Sólo se puede ver los restos de basura flotando en su superficie, mezclados con ramas de árboles que el agua arrastra río abajo. Es el espejo de una historia de desidia.
Para la gente como Isabel Nieva, que viven a su vera, envueltos en un olor nauseabundo, no es sólo una historia, sino un futuro amenazante. Ese curso de desechos formado por un hilo de agua y una mayoría de desechos al que contribuyen en un 55 por ciento el vertido de las cloacas y los residuos domiciliarios, y en otro 45 por ciento los vertidos industriales, es una ataque directo sobre su salud y la de sus hijos.
Aunque no hay estudios oficiales sobre el impacto ambiental de la contaminación, la organización no gubernamental Greenpeace advierte que el ecosistema ya está colapsado.
"Toda esta contaminación llega al Río de la Plata y allí están las bocas de toma de agua para la potabilización y distribución de agua potable, sobre todo para la provincia de Buenos Aires", alerta a LA NACION Verónica Odriozola, coordinadora de la campaña de tóxicos de Greenpeace.
El arquitecto y ambientalista Carlos Libedinsky señala otros peligros a LA NACION: "El impacto ambiental viene por varios lados. En primer lugar, no hay vida. No existen especies vegetales y animales en el Riachuelo. De esta forma se deteriora todo el sistema ecológico".
Los datos le dan la razón. Aunque no hay estudios oficiales, las condiciones de precariedad de las casas y casillas asentadas en las orillas del Riachuelo agravan la situación del estado de salud de la población, según explica Laura Bomer, pediatra del centro de salud N°16 del hospital Penna.
"Acá se atiende a muchos chiquitos que viven sobre el Riachuelo. Vienen los de la Villa 26 y también de la 21, pero no se les pregunta de dónde vienen. A veces te dicen, pero en general les da vergüenza", cuenta Bomer.
Bronquitis y parásitos
Los patologías más comunes son las respiratorias. "Desde muy chiquitos, desde los 15 días, empiezan con los espasmos bronquiales. También las bronquitis, la neumonía y el asma. Por lo general, decidimos internarlos porque por más que les des la medicación en sus casas nunca se van a curar bien", dice.
Martina Arias relata a LA NACION que sus cinco hijos, cuatro de ella y uno del marido, están sanitos."Cuando nacieron tenían espasmos bronquiales. Pero eran los típicos resfríos mal curados", diagnostica. "La humedad es terrible. Además, ese olor que no se aguanta, y los mosquitos que, de rascarte, se te hacen heridas", se lamenta.
Arias señala: "Lo que tienen todos son parásitos". Y Bomer coincide: "En la época estival aumentan los casos de diarreas y de parásitos, como oxiurus, que son unos bichitos blancos que las mamás pueden ver. Las giardias son más peligrosas, porque toman el intestino e impiden que los chicos aumenten de peso. Esto se produce por el agua contaminada".
Bomer atiende por mes a unos 1500 niños. Según su experiencia, los problemas cutáneos son más esporádicos, pero también se manifiestan. "Lo que más se ve son los eczemas atópicos (lastimaduras en la piel), que obviamente se agravan por las condiciones ambientales", indica.
Es el caso de Romina González, de 20 años. "Desde los 3 años empezó con problemas en los párpados y hasta los 18 recorrimos consultorios de oculistas para ver qué era. No le encontraban solución", recuerda Angélica González, su madre, mientras pide a su hija que muestre su afección. "Hace dos años se dieron cuenta de que era un problema de la piel. Se le empieza como a pelar alrededor de los ojos. Le pica, ella se rasca, entonces se lastima", explica la madre.
Serafina Falagán reparte el mate, escucha atentamente cada historia: "Hay que decir el lugar donde vivís, así te pueden ayudar. La solución sería que nos mudaran de acá. Tendrían que haberlo hecho cuando sólo éramos cinco familias".
Hace más de 40 años que esta mujer vive en el Riachuelo. Y gracias a sus gestiones en el municipio les dieron el agua y la luz. "Seguimos cocinando a garrafa y necesitamos cloacas. Parece que al Estado poco le importamos", se queja.
Los vecinos también se reconocen culpables: sus baños y cocinas descargan directamente al río. "Yo tiro la basura al río. Hace años habían puesto un volquete, pero ahora no está más. En algún lugar tenemos que tirarla", se justifica Falagán.
La Villa 26 es un botón de muestra. Según el Plan de Gestión Ambiental, más de 50.000 personas descargan el efluvio cloacal directamente en el río. A pesar de estos números contundentes, la contaminación que más preocupa es la industrial. "No se puede comparar el daño a largo plazo que produce la contaminación industrial con el problema cloacal", sostiene el ecologista Elio Brailovsky, defensor adjunto de la Ciudad de Buenos Aires a LA NACION.
El tema de fondo son los metales pesados y qué hacer con los que ya están en el río. "Si movés los lodos, la contaminación entra a dar vueltas y va a parar al Río de la Plata, de donde sacamos agua para tomar. Nadie puede afirmar que a esos barros se les pueda encontrar una disposición segura", advierte Brailovsky.
En Greenpeace creen que dragar es peligroso, pero nunca podrá considerarse a la cuenca limpia mientras los barros persistan.
Eduardo Epszteyn, ex titular del Comité Ejecutor Matanza-Riachuelo, cree que hay un mito alrededor del dragado.
"El problema es qué hacer con esos barros una vez que se los saca, pero no se encara el tema porque no tiene sentido sacarlos y después seguir contaminando."
La nota es parte de la tesis de la autora para el master en periodismo LA NACION Universidad Torcuato Di Tella.
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