El gobierno porteño ahora enreja piletas
Empezó con la que está en plaza Urquiza; dicen que es para preservar la higiene
La fiebre del enrejado de plazas y monumentos parece haberse instalado definitivamente en la Capital Federal.
Si se tienen en cuenta los no pocos hechos vandálicos ocurridos en esos lugares públicos, no es difícil imaginar el objetivo que tiene la iniciativa desplegada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, aun cuando, en algunos casos, las autoridades formularon argumentos que tendieron a desvincularla de aquellos episodios.
Como ejemplo de ello, cabe recordar que el titular de la Dirección General de Espacios Verdes, Daniel García Mansilla, negó que la reja que actualmente se coloca en el parque Thays tenga relación con la vecina Villa 31, que, se sospecha, sería un "aguantadero" de malvivientes.
El funcionario -en declaraciones a La Nación , nota del 31 del mes último- afirmó que el empalizamiento de hierro, de 400 metros, entre las prolongaciones de la avenida Callao y la calle Eduardo Schiaffino, sólo servirá al propósito de aislar juegos para niños, de próxima inauguración, respecto de la vía rápida Brigadier Facundo Quiroga, con los riesgos que ello puede implicar para quienes transiten la zona.
En sus declaraciones, García Mansilla precisó que los 100 metros que a fines de mes faltaban para completar el enrejado "estarían cubiertos en unos 10 días".
Ante la consulta sobre el motivo de por qué esto no ha ocurrido aún, se explicó escuetamente que "la demora se debe a la carencia de materiales, pero esto será subsanado en forma inmediata".
Donde al parecer no faltan materiales es en la plaza Justo José de Urquiza, situada entre la Avenida del Libertador y Tagle, a la que fue trasladado el monumento a Rubén Darío.
El turno del enrejado le llegó ahora a su pileta, el tradicional espejo rectangular de agua, cuyas generosas dimensiones (100 m de largo y 50 m de ancho) la convirtieron en siempre festivo sitio de reunión de chicos y grandes.
Aparece en deplorable estado por estos días. En el fondo, o sobresaliendo por encima de escasos 10 centímetros de agua, se advierten residuos de todo tipo: papeles, latas, bolsas, cartones, ropa y hasta trozos de mampostería. Ayer por la mañana, una garza blanca era lo único sin fealdad sobre la suciedad de la superficie.
"Por eso la estamos enrejando", explicó Marciano Samaniego, al frente de una cuadrilla que empezó hace 15 días a colocar el vallado de tramos de hierro de 2,20 x 1,60 m cada uno. "Estará terminado antes de fin de semana", promete.
Sensibilidad urbana
Samaniego -luego de comentar que posteriormente se procederá a restaurar la fuente y que la obra tiene como meta precisamente protegerla- reveló su sensibilidad urbana al señalar: "No puede ser que se cometan tropelías en estos lugares, a los que vienen tantos chicos".
El mismo equipo se encargó de reparar y colocar nuevamente la reja de la plazoleta Julio Cortázar, en Serrano y Honduras.
"Hace un par de semanas, de madrugada, los vándalos arrancaron y tiraron el enrejado a la calle. Debieron de haberse colgado muchos al mismo tiempo para poder tirar abajo 130 metros de reja", calcula amargamente Samaniego.
Una vecina de la plaza, Lucía Salles, celebra la colocación de las rejas: "De mañana aquí vienen muchos cirujas. Algunos se bañan, incluso, o lavan su ropa. La gente se queja por la presencia de perros traídos aquí a pasear. Habría que preguntarse por el comportamiento de los que llamamos seres humanos".
En la comuna aseguran que fue el propio jefe del gobierno porteño, Fernando de la Rúa, quien pidió que la reja fuera colocada para que los niños puedan seguir visitando la pileta con sus lanchas de control remoto.
Pero este tipo de emprendimientos no sólo figura en los diagramas trazados por funcionarios de la comuna porteña. Desde hace unos días, vecinos del barrio de Flores buscan obtener el consenso para que la plaza Pueyrredón, frente a la basílica de San José de Flores, también sea enrejada.
"Este lugar es lo más parecido a una gran cancha, sucia, incontrolable y además reducto de cirujas, malvivientes y prostitutas", afirmó Matías Paiva, de Bonorino y Ramón Falcón.
Un balneario de indigentes
Hace 20 años, a plaza Urquiza los vecinos la llamaban "la plaza de los barquitos", porque los fines de semana su piletón se llenaba de flotantes miniaturas de vela, cuerda o control remoto, capitaneadas por los chicos del barrio.
Pero a medida que la diversión infantil se fue privatizando en los barrios más solventes, una masa creciente de borrachos, linyeras y desempleados crónicos la ocuparon.
Con el correr de los años, "la plaza de los barquitos" se convirtió en una especie de balneario VIP para los habitantes de la villa de emergencia de Retiro y los inmigrantes indigentes que acampan a lo largo de las vías, detrás de la Facultad de Derecho.
En los últimos veranos, el piletón se convirtió en una piscina olímpica para linyeras en calzoncillos.
En invierno cumplió la función de lavadero: los nuevos habitantes de la plaza colgaban ropa en los árboles o la tendían sobre el césped. La pileta se llenó de basura y jabón. El parque, de cartones de vino descartables y desperdicios de comida. Así, plaza Urquiza se convirtió en una plaza tomada.
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