Ola de delitos en Punta del Este. El Kennedy, un barrio pobre en la mira por la creciente inseguridad
A metros de las mansiones, la miseria
PUNTA DEL ESTE.- Hay miedo, bronca e impotencia. Según los últimos datos oficiales, de abril, los hurtos aumentaron un 73,7% respecto de los 12 meses anteriores. La gente dice que es por falta de patrullaje y porque las autoridades "de izquierda" derogaron el régimen de detención de sospechosos, que tenía por finalidad "asustar" a los aprovechadores. La nueva administración, en cambio, dice que el problema "es herencia de gobiernos anteriores" y que tiene una raíz social en el desempleo y la pobreza que dejó la crisis de 2002.
En Maldonado, el Barrio Kennedy quedó en el ojo de la tormenta como presunto refugio de los que se aprovecharon de un clima de "mayor tolerancia" policial. LA NACION fue hasta esa zona del Este que la mayoría de los turistas no conoce, pero que está "pegada" a la de "la movida" de Punta, pues limita con el campo de Golf del Club Cantegrill y está a pocos metros del Beverly Hills, centro de mansiones millonarias en dólares.
En 1961, el municipio de Maldonado logró una donación del gobierno de los Estados Unidos para construir viviendas para trabajadores de la zona; por el origen de los fondos se le llamó Barrio Obrero Presidente Kennedy.
"Sí, es cierto, esto ha cambiado mucho... acá nos respetan y no nos roban, somos vecinos y los conocemos a todos, pero los que se quejan tienen razón, aumentaron mucho los robos y la policía ni aparece", dice a LA NACION Cristian, mientras trabaja fuerte, con el torso desnudo en una tarde soleada, en el negocio de su padre, toda una esquina del vértice norte de "el Kennedy" donde se hacen quinchos y se venden macetas, entre otras cosas.
"Eh, vo, Cristian, ya estás pa amamantar, pará un poco!", le gritan un par de muchachos que andan sin rumbo. Hacen referencia, en broma, al cuerpo trabajado en gimnasio del comerciante. "Ahí los ves ...", comenta Cristian, que admite que "de nochecita" tiene "miedo".
"De noche, cuando vuelvo del gimnasio, los veo por ahí buscando una casa para robar o una muchacha para empujar y llevarle la cartera, cualquier cosa... policías nunca veo, pero pibes robando, cada vez más", cuenta Cristian. "Y ahora sí me da miedo porque no se qué puede pasar; esto está embromado en serio", agrega.
Trabajo y "algo más"
Irma está en una de las esquinitas del Kennedy junto a tres vecinas adolescentes, cada una con un bebe en brazos. "Acá somos gente trabajadora, hay de todo, pero también muchos que salen a robar pasan por acá y se van por atrás, para que se piensen que son del Kennedy, cuando nada que ver", comenta Irma.
Reconoce que "por la merca [cocaína]" y "como no tienen nada que hacer", muchos "pibes salen a buscar algo", aunque aclara que en el barrio la mayoría "son trabajadores".
"Lo que pasa es que acá tenemos que hacer como las ardillitas, juntamos [dinero] en el verano para vivir en el invierno", cuenta Jacqueline, una mamá adolescente casi sin dentadura, muy mal vestida y que tiene en los brazos a una hermosa beba cuyo padre, dice ella, "hace changas" cuidando autos en el Club de Golf, y cuyos amigos también trabajan en la construcción, servicios domésticos o con el golf. "Ladrones hay en todos lados", murmura su compañera.
En pleno centro del Kennedy, René y Jorge trabajan acomodando un "centro comunal" para que los menores "tengan un lugar donde estar y no anden por ahí", según cuentan a LA NACION dentro de un local que tiene sólo la mitad del techo.
"Esto es del barrio, es nuestro, pero precisamos apoyo de la intendencia, con chapas. Había quedado abandonado, los muchachos hacían fogones, pero se robaron todo. Ahora lo queremos dejar bien para que se hagan reuniones, talleres y un equipo de baby fútbol", cuenta, entusiasmado, Jorge Vergara.
"Tenemos que sacar a los chiquilines de la calle y la «falopa» porque por eso les da por salir a robar; no tienen nada para hacer y encima eso...", dice René, bajando la voz.
Todos reivindican la condición obrera de los vecinos. "El estuvo preso, pero salió y se recuperó, vive acá en el barrio y tiene una familia de bien", dice René, señalando a Jorge, que sonríe y cuenta su historia: "Caí tres veces, pero no por cosas grandes, fue por hurto simple... pero me quise rehabilitar y fui al negocio de ahí [señala el del padre de Cristian] y me dieron una oportunidad que aproveché... Luego trabajé en Solanas, después en la construcción y ahora estoy acá, haciendo algo por los pibes".
Afuera, en las calles de tierra, hay mugre, caras de hambre, miradas de reojo, un poco de todo. Ebullición en enero, cuando los turistas generan divisas hasta para esta zona marginada. Y pobreza para el resto del año. Falta esperanza y sobra droga barata.
A pocos metros de esa miseria está la opulencia de magníficas mansiones, lujosamente amuebladas, que son ocupadas pocos días al año.
Y más allá y más acá, la gente común, que no se convence de que Punta del Este y su entorno, paraíso natural, va perdiendo la ventaja comparativa de la seguridad, que la convertía en un balneario único.