En EE.UU. y Canadá, las experiencias más positivas
Los emigrados destacan las oportunidades
WASHINGTON.- Nacido en la ciudad rionegrina de San Antonio Oeste e hijo de un italiano que emigró a la Argentina, el economista Gian Franco Carassale pasó buena parte de los 34 años que hoy tiene sin motivo alguno para pensar en emigrar, hasta que llegó la crisis de 2001 y las cosas empezaron a cambiar.
Entonces, se postuló para un cargo en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con sede en esta ciudad. A los pocos meses, estaba contratado, con un acuerdo inicial por pocas semanas. "Llegué en enero de 2003. Laboralmente, la situación no era muy clara, pero era algo. Al poco tiempo conocí a quien hoy es mi mujer", dice. Y eso le dio nuevo impulso. En poco tiempo, Gian Franco había rehecho su vida: se casó, prolongó su acuerdo con el BID y llegó su primer hijo.
Cuenta que está siempre pendiente de la Argentina, que sigue las noticias con una mezcla de sentimientos, entre los que no falta la pena. Y no resigna la posibilidad de volver. Conserva un anhelo: "Que podamos ver un futuro más claro y prometedor, que no estoy esperando que me lo den, sino que quiero ser parte en su construcción, ya sea desde aquí o desde allá".
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Juan Carlos Sarmiento tiene 53 años y hace tres decidió mudarse de país, junto con su esposa, Christ, que es ciudadana norteamericana. "Intuíamos un empeoramiento de la situación. A ella la habían asaltado un par de veces; no teníamos trabajo estable y, con nuestras edades, ya no queríamos más contratiempos", dice a LA NACION vía mail.
"Comencé validando mis estudios universitarios y en muy pocas semanas conseguí un buen trabajo de tiempo completo. En menos de 20 meses, era profesor en psicología en un college de Miami", cuenta. Hoy dicta Introducción a la Lengua y Cultura Hispanoamericana en Middle High School, en Dakota del Sur, en forma independiente. Junto con su esposa tiene una empresa de seguridad informática.
Guido Calderini tiene 18 años y hace cuatro años y medio que llegó a Quebec, Canadá. "Decidimos irnos del país luego de que mi padre perdió su trabajo. Aquí, la educación y la salud son cubiertas en un ciento por ciento o más, ya que devuelven más de 4000 dólares en impuestos a cada familia cuyos hijos estudian o hacen deportes", afirma el joven.
En el último verano, Guido trabajó como profesor en una colonia. "Eso me permitió pagar un viaje a Europa de dos meses y me sobró para las salidas durante el año. Acá, la gente es, dentro de todo, vaga y vive bien sin dar más de su 60%", concluye.
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