En la calle y sin protocolos: cómo es no tener clases en un barrio popular de Benavídez
En La Mascota, los vecinos temen que la suspensión de la presencialidad afecte la trayectoria educativa de los chicos, en muchos casos ya maltrecha por efecto del aislamiento de 2020
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En el Barrio La Mascota, ubicado en Benavídez, los vecinos temen que la actual suspensión de clases que rige en las escuelas del conurbano bonaerense se convierta en el comienzo de una nueva cuarentena. Motivos no les faltan. Afirman que los chicos aún no se recuperan de los estragos que el aislamiento social preventivo obligatorio (ASPO) hizo en la trayectoria educativa de los que todavía siguen en carrera.
Las conclusiones de un informe desarrollado por el Observatorio Argentinos por la Educación van en consonancia con dicha sensación. Según datos de este estudio difundido hoy, uno de cada cuatro estudiantes de primaria de barrios populares (27,3%) abandonó la escuela en algún momento de 2020. De ellos, uno de cada diez (9,1%) no pretendía retomar sus estudios en el ciclo 2021.
El trabajo, realizado por la mencionada organización con autoría de los investigadores Sandra Ziegler, Víctor Volman y Federico Braga, se basó en un relevamiento realizado por vía telefónica de carácter exploratorio a 78 familias residentes en 71 barrios identificados en el Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap) y ubicados en diferentes regiones del país.
Cercado por barrios privados de primer nivel, como Newman Club o Nordelta, La Mascota es un barrio no muy extenso que no cuenta con cloacas y tienen muchas calles de tierra. El nexo de los chicos con las escuelas suele ser el celular de algún adulto, que no siempre tiene crédito suficiente para consultar las tareas que los maestros envían por Whatsapp.
Sin datos ni plata para fotocopias
Tal es el caso de Brenda, que pasó a quinto grado. “La tarea no la puedo hacer porque no tenemos crédito para ver el celular. A veces hay que sacar fotocopias, pero tampoco tenemos plata”, dice la niña, rodeada por dos de sus cinco hermanos: Estefanía, que está en cuarto grado, y Celeste, que está en segundo año al igual que su hermano Nico. Mientras hablan con LA NACION, los más chicos, Noah y Dante, que van a jardín y primer grado, salen corriendo rumbo a la calle.
Celeste es la mayor y cuenta que pasa parte del día ayudando a su mamá con sus hermanos. “La escuela me gusta. Prefiero ir a hacer las cosas acá en casa”, reconoce. De cerca la mira Brenda, quien dice que lo que más extraña de la presencialidad son los recreos. “Ahora que no voy me gustaría aprender a patinar, pero no tengo patines. Así que voy a la plaza a jugar con mis amigas”, confiesa. Y agrega que nadie usa barbijo, aunque ella y sus hermanas sí.
Se acerca el mediodía e Hilda Alfonso mira a los diferentes grupos de chicos que se unen, ya sea para jugar en la vereda o reunirse a charlar en la esquina. Son más de diez. Cuenta que su cuadra está repleta de familias numerosas y que, con el correr de las horas, el caudal de niños en la calle va en aumento. “Ninguno tiene barbijo. Estos chicos tendrían que estar ahora en la escuela”, sentencia la mujer, que se ha convertido en una referente del barrio gracias a su merendero, el Merendero de Tino, con el que brinda la cena a más de setenta chicos del barrio.
Alfonso, de 52 años y oriunda de Chaco, agrega que es frecuente verlos hacer la fila cuando se va acercando el horario del reparto de comida. “A veces vienen solos, sin adultos, a buscar la comida para toda la familia. Por eso empecé a cocinar más temprano, para que no se lleven el recipiente muy caliente”, explica.
Cerca de ella está Emilia, su sobrina, madre de dos chicos. Relata que le está pagando una maestra de apoyo al menor, que está en quinto grado. “El año pasado no pudo presentar casi ninguna tarea y lo hicieron pasar de grado preparando un trabajo práctico. Está en quinto grado y recién está aprendiendo a leer, así que por eso le puse una maestra particular”, detalla.
“Acá pandemia no hay”
Enfrente del merendero, cuatro jóvenes conversan. Son Andrés, de 18 años; Daniel, de 22 años; Alexander, de 17, y Kevin, de 16. Todos abandonaron la escuela durante el aislamiento de 2020. “Acá pandemia no hay”, dice Andrés, en referencia a lo poco que se respetan los protocolos en el barrio. Sostiene que la falta de clases propicia las reuniones de chicos y adolescentes fuera de sus casas, incluso pasadas las 20. “La sensación es que no pasa nada si uno no respeta las normas. Y como no pasa nada, entonces nadie respeta”, apunta.
A su lado está Ángel, hermano de Andrés y de Alexander. Tiene 9 años. Tanto Ángel como otras dos hermanas asisten a la escuela. “Reciben las tareas por Whatsapp al celular de mi mamá. El mismo celular para los tres. ¡Encima es un Samsung Galaxy, ni siquiera es un J1! Pero ellos se turnan y van haciendo”, explica Andrés.
“No son chicos que van a clubes”
“Acá la cuarentena la hicieron los padres adentro y los chicos afuera, en la calle –se queja Hilda–. Y ahora está pasando lo mismo. Con el correr de las horas cada vez son más los chicos que salen, tal vez porque son muchos de familia y no tienen espacio, o porque necesitan descargar un poco de energía. Estos no son chicos que van a clubes. Si no van a la escuela, no tienen nada para hacer”, agrega.
A escasos metros, Andrés y Alexander cargan chatarra en un pequeño carro y se dirigen a venderla. “La plata está en la calle. En lugar de hacer cosas malas, cirujeamos y vamos buscando cosas que nos sirvan para hacer unos mangos”, dice el mayor de los hermanos.
En la otra cuadra, Rosa es otra de las que lamentan la suspensión de clases. Cuenta que también paga una maestra de apoyo para María, Marina y Violeta, sus tres hijas, a razón de $140 la hora por cada una, para que las ayude con las tareas. “Ellas son tres. Yo trato de estar encima todo lo que puedo, pero también tengo que trabajar, y ellas solas no pueden. Con todo esto que está pasando, el Estado tendría que ofrecer algún tipo de apoyo escolar”, reflexiona.
Sus hijas, mientras tanto, hacen tareas en una mesa dispuesta en la vereda. La más pequeña exhibe con orgullo su cuaderno y su cartuchera. Todavía parecen conservar el aroma a nuevo.
Para contactarse con Hilda Alfonso y el Merendero de Tino, comunicarse al: 11 5468 8900
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