Jornadas Patagónicas en Trevelin. Encuentro de distintas culturas y generaciones
TREVELIN, Chubut.- Mercedes Nahuel Pan los ve venir desde lejos. Tiene los ojos pardos nublados por lagañas y una sonrisa desdentada y amplia que le arruga el rostro. Una docena de perros negros, la mitad todavía cachorros, ladran desesperados, pero retroceden con timidez ante la presencia del grupo de extraños que va subiendo la ladera.
Los recién llegados son cinco de los jóvenes universitarios que desde el sábado último recorren el sur y participan de las IV Jornadas Patagónicas organizadas por el Programa de Investigación Geográfico Político Patagónico de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Han recorrido los 25 kilómetros que separan la comunidad mapuche de Lago Rosario de la colonia galesa de Trevelin, donde asisten a las jornadas que concluirán hoy.
En el caserío central de la comunidad se enteraron de que una señora mayor, mitad tehuelche, mitad mapuche, contaba la historia de su pueblo con el sabor particular de quien lo ha vivido todo en piel propia y se animaron a visitarla.
La bienvenida
Al cabo de cuatro kilómetros de cuesta entre maitenes (o árboles solitarios, en mapuche) y rosas mosqueta, se toparon con la pequeña figura de Mercedes. El cabello rubio y los ojos verde claro de Jessica, una joven finlandesa, puede llamarle la atención, pero no la intimidan.
Tampoco se amilana ante el "buen día" que suena bien diferente en los labios de Ashley y Amy, dos chicas norteamericanas que no apartan los ojos de la viejecita. Todo lo contrario: las saluda con una larga letanía en mapuche que se amolda y hace eco en la profundidad del valle donde se para derecha.
Después traduce la bienvenida, para demostrar que en la escuela aprendió "castilla". Y cuando le explican las coordenadas de países cuyos nombres desconoce, apuesta el doble y replica en mapuche y en castellano: "Ah, sí, son la gente de otras tierras. El Padre Grande quiso que sea así, que haya gente huinca (blanca)... gente de todos los colores. Bueno, si el Padre los puso está bien, por algo será", dice, y se ríe a carcajadas.
Erguida frente a su choza de madera rodeada por postes, donde vive con Moisés, uno de sus hijos, Mercedes parece un imán. La magia de su energía atrae y asombra, como cuando explica a los estudiantes que "el Padre ha puesto en las hierbas toda la medicina que se necesita" o el rito de bautismo entre los mapuches.
"Nos ponían aros de plata, a mí se me gastaron porque ya pasaron muchos años. Nos tenían escondidos y después nos ponían sobre un caballo blanco muerto", describe con pedagogía.
"Contar y hacer memoria"
Más de una vez han llegado a su choza estudiosos y curiosos. Cuando los recibe no escatima detalles ni respuestas. "Ahora todos se quieren olvidar. Ya están todos mezclados con huincas. Yo misma tengo un nieto huinca -dice con una risa pícara-. Por eso tengo que hacer memoria. Quiero contar y hacer memoria", repite, mientras se deja abrazar por los jóvenes que ya la han adoptado y quieren sacarse fotos con ella.
A veces, sin embargo, prefiere no dar señales de vida y se queda quieta en su casa. "Esos días no está para nadie", explica Luis Pais, un maestro de la comunidad que la conoce desde hace años.
¿Hace cuánto tiempo que Mercedes Nahuel Pan pisa las tierras del sur? Aunque su figura magra y curtida por los vientos prueban que ha visto esconderse muchos soles, ella desconoce su fecha de nacimiento. Explica que cuando era una niña e iba a la escuela, en El Boquete Nahuelpan, no le dieron documentos.
"Sólo los varones podían tenerlo" recuerda. Por eso sólo "nació" para el Estado cuando pasó por Trevelin, ya grande y casada. Aquí "los gringos" (colonos galeses) le otorgaron los papeles, hace más de 80 años.
Invita a los jóvenes a su choza y los hace sentarse en los troncos y baldes que va encontrando. No alcanzan y ella insiste en quedarse parada.
Cuando es tiempo de despedirse, los ojos -que ya no le permiten tejer- se le empiezan a llenar de lágrimas. Les da un beso a cada uno y los bendice en mapuche y en castilla.
Verónica Ramos, una estudiante santacruceña que investiga las costumbres del lugar y que por cuenta propia prepara un informe para el Centro de Información Turística de Santa Cruz, con sede en Buenos Aires, se anima a preguntarle por su "secreto de familia".
El secreto es una especie de tatuaje que el padre les hacía a sus hijos cuando nacían, y que representaría el apellido.
Mercedes levanta la mano y la mantiene así un momento. Después señala el sol y dice con ternura: "Sólo el padre grande podrá conocerlo, cuando mi cuerpo suba hasta El".
La nueva esperanza
El Lago Rosario, que tiene aguas azules y exóticos flamencos rosados, da belleza a la comunidad pero no le permite comer.
En los lagos de Chubut sólo está autorizada la pesca con fines recreativos, no alimentarios. Algunos mapuches tienen casitas de material, que les ha dado el Estado. Cerca de ellas se levantan la Escuela Nº 114, que cuenta con nivel inicial, primario y secundario, y la Casa de las Artesanas, donde Isabel Cayecul comanda la venta de trabajos típicos en madera y cuero.
En estas dos entidades parece gestarse la última esperanza de la comunidad, que año tras año ve partir a sus jóvenes en busca de trabajo a estancias o, más allá, a las ciudades.
Princesa
Hace casi un siglo, Mercedes fue princesa en la Patagonia. En El Boquete Nahuel Pan, su padre, el cacique Nahuel Pan, fue el rey del lugar y bautizó con su nombre a la tierra. En la década del ´40, un abogado de Esquel la obligó a irse junto con su gente.
Mercedes llegó a Lago Rosario, donde se formó una comunidad de tierras que ya no pueden serles expropiadas. Sin embargo, algunos indígenas de la comunidad se niegan a ser llamados "mapuches", que significa "gente de la tierra".