"Este país es un lugar ideal para un artista"
El sentir de un bailarín holandés
Ricardo –Ritsaert es su nombre original en holandés– Klapwijk llegó por primera vez a la Argentina en 1988. Había tenido un primer contacto con el tango en Holanda, donde trabajaba como arquitecto en el Ministerio de Relaciones Exteriores de La Haya, en un concierto de Astor Piazzolla. Entonces decidió tomar clases con el maestro Antonio Todaro, que enseñaba en Holanda. Le gustó más aún y voló a Buenos Aires para seguir aprendiendo.
Aquí conoció a su mujer, Nicole, una alemana de Düsseldorf que había llegado con las mismas intenciones de aprendizaje tanguero. “Enseguida supimos que habíamos viajado tan lejos con el mismo objetivo”, recuerda.
No demoraron en entender también que, además de enamorarse el uno del otro, se habían enamorado para siempre del tango y de esta ciudad. Decidieron quedarse a vivir.
“Nos ayudó la carrera que hicimos. Era enormemente rápida y exitosa. En pocos meses nos aceptaron para trabajar en el Café Homero y en el Teatro Colón, en la ópera Maratón, bajo la dirección de Jaime Kogan”, enumera. Le gusta la milonga: “La que más disfruto es la del Club Sunderland, en la calle Lugones, de Villa Urquiza, donde todavía se baila realmente bien”, dice.
Ricardo y Nicole Nau-Klapwijk viven en San Telmo. Tienen su estudio en la plaza Dorrego. Pero recorren el mundo llevando el tango a los más rutilantes escenarios. Filmaron un comercial para Eneco, una empresa holandesa. Estuvieron dos semanas por Alemania antes de regresar para actuar en esta fiesta.
Ricardo tiene 50 años y le gusta la Argentina; la ciudad, la vida tan llena de vida. “El argentino es muy individualista. Baila el tango como a él le gusta. Hay tantos estilos como personas. En Holanda sería impensable: ellos más bien buscan la igualdad, la homogeneidad. Para mí, como artista, la Argentina es un lugar de gran poder creativo. Aquí tengo mi estado máximo de sensibilidad”, concluyó.
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