Famatina, el balcón de los cóndores
Viniendo desde el sur, pasando la magnífica Cuesta de Miranda y la ciudad riojana de Chilecito, se encuentra Famatina, donde un abismo aguarda a quienes se animen a acompañar a los cóndores en su vuelo; otra historia al costado del camino
Cuesta arriba, cuesta abajo, siempre cuesta. La Cuesta de Miranda, al sur de la provincia de La Rioja, es un abrazo al cuello de la montaña. A su costado el río se cae y se levanta una y otra vez, buscando un cielo que parece tocar en el Bordo Atravesado, el punto más alto.
Un reino rojizo de doce kilómetros va y viene, se arremolina y se dispara; es una víbora colorada con voz de viento. Por la Cuesta de Miranda hay numerosos tramos muy bien conservados del antiguo Camino del Inca, una red vial de varios siglos. Se especula con que en un futuro próximo ese circuito sea declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Pasando la cuesta se encuentra la ciudad de Chilecito, y 35 kilómetros al norte se encuentra Famatina, pueblo que duerme bajo una sombra blanca y eterna.
El hombre que está solo y espera. De la arbolada plaza de Famatina hasta Cuesta Nueva, un balcón descomunal en el cordón del Famatina, hay cinco kilómetros verticales. Ese sitio es uno de los mejores del país para despegar hacia las alturas.
Allí arriba hay un piloto del viento. La tarde lo encuentra solo, en la ladera de la montaña, sentado sobre su todavía empaquetado equipo de parapente. Algo espera con la mirada perdida en el horizonte. Sus ojos conversan en silencio con las nubes. Frente a él la inmensidad, el abismo que cae en picada. Allí la mirada del viajero se detiene latiendo, con miedo, y se lanza al vacío. Abajo, como una hilo de agua, pasa la ruta cuarenta buscando su destino.
Por la Cuesta de Miranda hay numerosos tramos muy bien conservados del antiguo Camino del Inca, una red vial de varios siglos
Aquel hombre que espera se llama Gabriel Restelli. Tiene 29 años y vuela hace más de cinco. Hizo cursos para poder enseñar y ahora recibe a viajeros que generalmente lo contactan mediante foros que reúne Internet. Frente a la inmensidad y con el viento llega la charla. Según el piloto, "tener paciencia y esperar las buenas condiciones (meteorológicas) es esencial para la seguridad".
Restelli explica: "El sol calienta la superficie hasta que ésta está más caliente que la atmósfera. Luego, ese mismo calor subirá como un cilindro y dentro de él nosotros". Esos cilindros naturales son conocidos como "térmicas" que los pilotos de parapente aprovechan para mantenerse flotando. Enganchados en una corriente ascendente la capacidad de elevación puede llegar a más de diez metros por segundo, y una vez en el aire puede sostener a un parapente durante horas.
Deporte de alto riesgo. Los primeros grupos de parapentistas fueron escaladores que buscaban una manera sencilla y rápida de descender una vez que llegaban a las cumbres. Con el tiempo esa actividad evolucionó y ahora es considerada un deporte de alto riesgo. Restelli lo acepta, sin embargo aclara que "es como pilotear un auto; si se maneja con recaudos y en las condiciones necesarias no tendría porque haber inconvenientes".
De todas maneras si se tiene cuidado en Famatina esos riesgos se pagan con creces, ya que volar en esa zona permite avistar las inmensas aves con las alas desplegadas a menos de 20 metros de distancia. "Esos cóndores planean con su mirada puesta en la tierra y los pichones son muy distraídos", comenta Gabriel con naturalidad. "Muchas veces sucede que salimos a volar y al rato los vemos venir de frente, directo hacia nosotros. Hay que gritarles, hacer ruido para que nos vean y tratar de esquivarlos. Además, son bichos muy curiosos y después te acompañan".
Los primeros grupos de parapentistas fueron escaladores que buscaban una manera sencilla y rápida de descender una vez que llegaban a las cumbres
Del bolsillo lateral de su pantalón saca un paquete de cigarrillos. Sin levantarse busca un reparo del viento y lo encuentra sobre si mismo; baja bien la cabeza y como intentando unir los hombros enciende uno. Inmediatamente su mirada vuelve el horizonte y explica: "este lugar se hizo conocido por el vuelo nocturno que se hace entre luna creciente y llena, y por la ausencia de térmicas es un vuelo muy suave, cien por ciento placentero". El cigarrillo se consume rápido y el humo ya se lanzó al vacío.
Luego de un buen rato algo señala a Gabriel que las condiciones han mejorado. Se levanta y despliega con cuidado su equipo. La vela ya flamea ansiosa y los hilos se tensan. Mientras tanto el viento lo sacude con toda su fuerza. Ahora, con el casco y los arneses bien ajustados, se deja llevar, carretea unos metros y despega. Tras unos segundos tiene los pies meciéndose a seiscientos metros de altura. Allí va el parapente cortando el aire, como una flor amarilla que el viento arrastra hacia el valle.
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