Habla el hombre que venció al Everest
Al alcanzar la cima, junto a Tenzing Norgay, el 29 de mayo de 1953, capturó la imaginación del mundo y se convirtió en leyenda
Sir Edmund Hillary es un hombre de una notable modestia, sobre todo si se tiene en cuenta que es el explorador más célebre del mundo.
Sus relatos son los de una persona agradecida, que pronuncia con más frecuencia que otros la palabra "suerte" y que narra sus hazañas con un tono distante, como de paso, como si hubiese sido otro y no él quien alcanzó por primera vez la cumbre del Everest el 29 de mayo de 1953 y quien atravesó el continente antártico para llegar al polo sur liderando una extraña caravana de tractores diésel adaptados al hielo. Su récord como desafiante de geografías extremas ocupa, de hecho, decenas de documentales en cine y en televisión, extensos artículos enciclopédicos y cientos de páginas en la National Geographic.
Hillary fue también el primer explorador que navegó el río Ganges desde la desembocadura hasta su nacimiento, en las altas nieves del Himalaya, y quien acompañó hasta el polo norte al astronauta Neil Armstrong (el primero en pisar la Luna) porque, en el fondo de su corazón, ninguno de los dos quería perderse la oportunidad de compartir el mundo del otro mientras se divertían recorriendo juntos "esa otra frontera".
Horas antes de volar a Nepal para asistir a una semana de continuos homenajes por los cincuenta años de la conquista del Everest, Hillary dialogó por teléfono con LA NACION desde su casa en Auckland, Nueva Zelanda. En esa vivienda de madera blanca que mira al mar, construida sobre la roca de antiguos volcanes, en el corazón del elegante barrio de Remuera, Hillary y su esposa, June, invitaron hace dos veranos a este periodista a tomar el té; la conversación comenzó con un tema que apasiona a Hillary (y a todo neozelandés), el equipo de los All Blacks, y derivó en los méritos de Peter Hillary, su hijo, otro excepcional montañista que ya escaló dos veces el Everest e intentará esta temporada hacer cumbre por tercera vez, para sumarse a los homenajes a su padre.
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"¿Sabe? –arranca Hillary–, yo me veo nada más que como un hombre común que logró algunas cosas extraordinarias. Soy el típico habitante de Nueva Zelanda: alguien con un puñado de modestas habilidades, que sabe combinarlas, tiene una gran determinación y consigue de ese modo sus objetivos."
El afecto y el respeto por Hillary exceden largamente las fronteras de esta bucólica y periférica nación del Commonwealth, que lo considera su gran héroe contemporáneo y hasta colocó su rostro en los billetes de cinco dólares. En Londres, será la reina Isabel II quien encabezará en los próximos días los homenajes a los sobrevivientes de la expedición que hizo posible que el hijo de un modesto apicultor y de una profesora, radicados en una granja de la isla norte de Nueva Zelanda, se convirtiera, a los 33 años, en una leyenda viviente.
El matrimonio Hillary no participará esta vez de los agasajos reales: decidió estar en Nepal, junto a los sherpas, un pueblo al que han consagrado décadas de esfuerzos recaudando fondos para construir veinte escuelas, dos hospitales, doce clínicas, caminos, puentes y una pista de aterrizaje.
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Hillary y Tenzing comenzaron a capturar la imaginación del mundo exactamente a las 11.30 del 29 de mayo de 1953, cuando dejaron las primeras huellas humanas sobre la cima de las cimas.
"Era un lugar de una belleza sobrecogedora –dice Hillary–, aunque sabíamos bien que en cuestión de minutos los caprichos de la meteorología podían convertirlo en una trampa." Otras dos parejas de escaladores de la misma expedición habían fracasado en el asalto final a la cumbre en días previos, vencidos por el cansancio extremo, la deshidratación, vientos de 150 kilómetros por hora, temperaturas de 30 grados bajo cero y la crónica falta de oxígeno de las alturas superiores a los 8400 metros.
"Como nadie había estado antes allí –cuenta Hillary–, no sabíamos bien qué nos esperaba. Durante el ascenso, imaginábamos que perderíamos el conocimiento, sufriríamos un edema cerebral o tendríamos una muerte súbita. Nos asomábamos a un lugar deslumbrante y lleno de peligros al que llamábamos el tercer polo."
La visita a la cumbre, que había demandado una delicada estrategia final de aclimatación y un ascenso de siete semanas, duró sólo media hora.
Hillary confirmó que habían tenido éxito cuando observó que alrededor de la bóveda blanca que estaban pisando el horizonte estaba despejado en todas direcciones. "La vista más espectacular estaba hacia el Oeste, donde asomaban el Makalu y el Kangchenjunga, porque nos daba una idea exacta de lo imponente que es el Himalaya."
En aquel momento, Hillary hizo un gesto que hoy recuerda como exageradamente "anglosajón": extendió su mano enguantada hacia Tenzing, pero éste la apartó con respeto y lo estrechó, en cambio, en un abrazo a la altura de los hombros. Hillary le correspondió, entonces, con otro. Los dos empezaron a reírse. Sola, empequeñecida por las montañas, rodeada por una atmósfera luminosa y mezquina en oxígeno, la pareja más famosa de la historia del alpinismo ajustaba sus códigos afectivos antes de iniciar su descenso triunfal a Katmandú.
Hillary se quitó la máscara con cuidado y comprendió que podía respirar sin demasiada dificultad, pero sintió que las astillas de hielo impulsadas por el viento le cortaban la piel. Sacó la cámara fotográfica de entre sus ropas y lo retrató a Tenzing: victorioso, pura sonrisa, con su piolet en lo alto y cuatro pequeñas banderas flameando furiosas encima de su cabeza, la de Nepal, la de la India, la de Gran Bretaña y la de las Naciones Unidas.
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"Siempre me preguntan por qué no me saqué yo una foto allá arriba –dice Hillary–, y la única respuesta es que me pareció más útil documentar lo que veíamos desde la cima. Fue una forma de acercar a la cumbre a millones de personas, incluidos nuestros propios compañeros."
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La expedición de 1953 incluyó a otros 13 escaladores del Commonwealth, 18 sherpas y medio centenar de cargadores que ayudaron a subir nueve toneladas de provisiones.
Cuando Tenzing murió, en 1986, de cáncer de pulmón, Hillary y su esposa fueron los únicos occidentales que asistieron a su entierro en Darjeeling, India. Siguiendo la tradición budista, su cuerpo fue quemado en una pira. Era el sherpa más conocido, el primero de ellos en subir a la montaña de los dioses y el primero que consiguió escapar al destino gris, casi de eterno actor de reparto, al que fue relegado su pueblo por tantas expediciones europeas.
En mayo de 1990, los hijos de Hillary y Tenzing repitieron la hazaña de sus padres. Este mes, el hijo de Hillary lo intentará nuevamente, pero con un compañero más joven: Tashi, el nieto de Tenzing. Es una saga circular que envuelve dos mundos muy distintos.
A los 83 años, Edmund Hillary tiene una curiosa confesión que hacer: "Me gustaría ser recordado como alguien que ayudó a construir hospitales y escuelas más que por lo que la gente ve en mí. Pero creo que ya es tarde para eso".
Ultimo momento
La primicia mundial de la conquista del Everest encierra una historia de astucia, secretos, perseverancia y generosidad periodística. Hillary la recuerda así:
"Al día siguiente de hacer cumbre, todavía débiles, algo confundidos, pero muy felices, mientras reponíamos fuerzas en el campamento, fuimos interrogados a una velocidad asombrosa por James Morrison, el corresponsal que cubría la expedición para The Times. Anotó todo en su libreta y, casi sin despedirse, descendió a las corridas en dirección a Namche, en donde había un puesto militar. Una vez allí, envió un mensaje cifrado a la embajada británica en Katmandú. Al traducirlo, el embajador casi se cae de espaldas. Esa misma noche –ya era el 1º de junio– reenvió la noticia por canal diplomático a The Times. Los editores tampoco podían creer tanta suerte: estaban preparando una portada especial con un título a todo lo ancho dedicado a la coronación de la reina Isabel II y recibieron un segundo título que, a decir verdad, no les venía nada mal. Pero antes de imprimir el diario, con gran generosidad, decidieron compartir la historia de nuestro éxito con todos los otros periódicos."
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