Hasta las iguanas se sofocan en Santiago
Por Leonel Rodríguez Para LA NACION
SANTIAGO DEL ESTERO.- Cuatro de la tarde en la Madre de Ciudades. El termómetro marca 45ºC, pero, debido a la gran humedad, que supera el 60 por ciento, la térmica se clava en 47º. ¿Qué hacer en un día así? Nada, obvio que nada.
Mi aire acondicionado modelo 94, fruto de la convertibilidad, ya no da más. Lo miro y parece que se queja. El agua que le cae en un recipiente son lágrimas de despedida. Parece decirme: "Ya estoy viejo, chango, cómprate uno nuevo, de esos silenciosos; ésos sí van a aguantar". Me da pena verlo. Tantas siestas y noches cuidándome el sueño.... ahora pide su pase a retiro, pero le prometí una jubilación con todos los honores.
¿Qué hago? Tengo que hacer algunas cosas que me impedirán la milenaria siesta santiagueña. En eso llegan unos primos del interior que juran haber visto a un grupo de iguanas escupirse las patitas antes de cruzar la ruta. Años atrás me hubiera parecido una exageración. Hoy es totalmente creíble.
"Lo que mata es la humedad", grita uno. Es verdad, si yo me acuerdo de que años atrás hacía la misma temperatura y con un aire más o menos y un ventilador zafabas. No hay caso, es verdad, lo que mata es la humedad.
¿Qué hago? Las piletas de los clubes están llenas y los amigos que tienen casa de fin de semana están con los celulares apagados. Intento asomarme por la puerta, pero el sol me parte la cabeza como cuando abrimos una sandía bien roja y madura. Ya sé: espero a que baje el calor, recorro las casas de electrodomésticos y me compro un aire de esos grandotes. Me siento bien con la decisión tomada. Es más, se me hace como si hubiera bajado la temperatura del cuerpo con sólo imaginarme el aparato nuevo.
"Me falta el aire"
Contento conmigo mismo, abro las páginas del diario El Liberal. ¿Y qué veo? Un informe que sostiene que hasta fines de este mes no habrá aires acondicionados en las casas de electrodomésticos debido a la gran demanda. Me falta el aire. Ahora me parece que hacen 100º y que estallo de un momento a otro.
Abro la heladera y veo la botella de gaseosa y de agua vacías, y empiezo a largar una andanada de insultos.
¿Qué hago? No tengo muchas opciones. Practico autocontrol, eso de contar hasta diez. Ahí está él. Parece que me sonríe. Pareciera que dice: "Voy a hacer el último esfuerzo". Mi aire acondicionado modelo 94 se enciende y empieza a despedir un aire relativamente fresco. Lo miro y le agradezco el noble gesto. Pero no puede. Intento apagarlo y, con la mirada, me detiene. "Déjame morir peleando", me dice. Me da pena verlo así. Pero respeto su decisión.
De repente, su motor empieza con un fuerte traqueteo que acapara la atención de todos los presentes en la sala. "Apágalo", me grita uno. Otro se levanta para desenchufarlo. ¡No!, se escucha con fuerza. Lo abrazo. En ese momento mi aire modelo 94 expira, muere...
Inmediatamente, la heladera y los ventiladores detienen su andar en señal de respeto.
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