Implantaron órganos de un donante santafecino
Se inundaba la capital santafecina, el martes último, y esa noche se conocían las primeras víctimas del agua desbordada. Ese mismo martes, de la ciudad más necesitada del país salía la ayuda que permitió salvar la vida de dos enfermos terminales, gracias a la donación de órganos decidida por una familia de Santa Fe y concretada por médicos cuya tarea fue una hazaña, contra viento y crecida.
Ese día, al mediodía, los médicos Martín Cuestas y Pablo Maidana, ambos de 32 años y coordinadores hospitalarios de trasplantes del Centro Unico de Ablación e Implante de Organos (Cudaio), regional del Incucai en la ciudad de Santa Fe, recibieron la noticia de que familiares de una persona fallecida habían decidido la donación de sus órganos.
La tarea parecía habitual -los médicos reciben pedidos para cuatro o cinco ablaciones por día- y Cuestas y Maidana se comunicaron con el Incucai, en la ciudad de Buenos Aires. "Ellos nos informaron que la localidad de Recreo se estaba inundando -contó Cuestas a LA NACION-. Nosotros seguimos con lo nuestro. Pensamos que era un problema acotado."
Pero la televisión mostraba imágenes cada vez más preocupantes, y las aguas llegaban a 10 cuadras del hospital Cullen, donde se hacían las tareas de mantenimiento de los órganos vitales del donante. "De repente, nos encontramos casi solos. Las enfermeras y el personal se iban porque sus casas estaban bajo agua", relató el médico. Entonces comenzaron a tomar conciencia de la dimensión del problema: la autopista Santa Fe-Rosario, cortada; el puente que une la capital con la ciudad de Santo Tomé, inhabilitado. "¿Cómo van a hacer para que lleguen los órganos?, nos preguntaban desde Buenos Aires. ¡Se están inundando!", recordó Cuestas.
Pero en el horizonte de los médicos sólo cabía la preocupación por las dos vidas que dependían de su trabajo: "Si al señor que estaba internado en el hospital Argerich no le llegaba el corazón, se moría; también se moría el chiquito de 8 años que aguardaba en el Hospital Italiano", agregó.
¡Una ambulancia, por favor!
Los médicos pensaron que su aporte, en medio de tanta emergencia, era hacer su trabajo. Manos a la obra, dispusieron todo para que los cirujanos que vendrían de Buenos Aires para realizar la operación pudieran llegar desde el aeropuerto de Sauce Viejo, al norte de la ciudad. A las 19.30, Santa Fe ya era un caos. El cielo amenazaba con llover, cientos de personas abandonaban sus casas con las pocas cosas que habían rescatado de la inundación... "Era un panorama desolador. Parecía que estábamos en Irak", graficó Cuestas.
Necesitaban una ambulancia que fuera a buscar a sus colegas. Y todas estaban afectadas al traslado de las víctimas de la inundación. Así que, en medio de las corridas y del pavor general, Cuestas y Maidana pararon un transporte escolar y le pidieron al conductor que fuera al aeropuerto.
Los miraban atónitos: estaban en otra. Pero ellos sabían que "dos vidas nos estaban esperando en Buenos Aires". La conciencia de ello y el recuerdo de Cuestas de que su madre puede ver gracias a un trasplante de córnea practicado años atrás funcionaban de brújula orientadora.
Acompañado por un móvil del comando policial, el transporte llegó al aeropuerto y los cirujanos lograron practicar la operación para extraer el hígado y el corazón. Eran las 22 cuando el gobierno dio la orden de cortar el puente de Santo Tomé, camino obligado hacia el aeropuerto. Nuevas negociaciones febriles con las autoridades, abocadas a la ayuda de los vecinos. "Les explicábamos, con desesperación, lo vital de la tarea", recordó Cuestas.
El reloj no se detenía: eran las 24 cuando lograron el permiso para pasar por el puente. A esa hora, el transporte escolar había desaparecido. En la calle, brazos en alto, agitados, los médicos paraban autos y camionetas. Pero el cielo no sólo se empeñaba sólo en llover: también les acercó un hombre, anónimo, que aceptó llevar a los cirujanos rumbo al aeropuerto.
Tres horas más tarde, un paciente en el hospital Argerich recibía el corazón y un niño de 8 años, el riñón, y ambos, en lista de espera, salvaban sus vidas gracias a tanto esfuerzo.
Cuestas y Maidana tenían otra tarea pendiente: aún quedaban un riñón y las córneas. Y más complicaciones, porque ya el puente estaba irreversiblemente cortado. La imagen de Maidana subido a una lancha, con una conservadora que contenía los órganos, cruzando el río, resume la hazaña. En Rosario y en Córdoba se recibieron las donaciones.
"Tenemos la satisfacción de que lo que hicimos fue exitoso. Gracias a Dios salió bien", dice con sencillez Cuestas.