Indignación en Brasil por el caso del bidón
SAN PABLO.– “Buenas noches, Cenicienta.” En Brasil se le llama así a aquel golpe del somnífero en que, generalmente, una señorita muy simpática le pone un tranquilizante en la bebida al galán de turno. Cuando el conquistador se despierta, descubre que fue robado y humillado.
Desde la revelación –para algunos confirmación– de que el masajista de la selección argentina les habría dado agua con somníferos a los jugadores brasileños, en aquel partido del Mundial de Italia, en 1990, ese “modus operandi” –según la jerga policial– le agregaría una mancha de las grandes a la forma argentina de jugar al fútbol.
Desde Nueva York, un comentarista brasileño de la ESPN Internacional, Marco Antonio Rodrígues, le escribió una carta al diario carioca O Globo en la que recordó la “compra” de la selección peruana en el Mundial de 1978 y el gol con la mano de Diego Maradona. “¿Algún día los argentinos lograrán ganar una copa sin sobornar o dopar a los rivales? Y, si es posible, sin hacer goles con la mano...", provocó el periodista.
Como la historia es corta y las reacciones de los protagonistas previsibles -pedido de investigación, indignación, crítica, etcétera-, lo más trascendente es el daño que deja el episodio en la imagen argentina. "Títulos manchados", decía el diario O Globo sobre el tema. "Argentinos sólo vencen cuando hacen trampa", manifestaba una carta de lector en otra publicación. "Malditos, ladrones, sucios...", era el título irritado de un mensaje de un lector en el site Folha Online. La hinchada brasileña -es decir, los 180 millones de brasileños- quiere ver sangre.
Sebastião Lazaroni, que dirigía a la selección brasileña en el 90, pide un castigo ejemplar. "No importa si hace 14 años o 14 días. La FIFA tiene que castigar a Bilardo y al masajista de forma ejemplar. Además, la AFA debería ser advertida. ¿Y quién puede asegurar que no actuaron de la misma forma en otros partidos?" Lazaroni descargó toda su indignación: "Eso no es picardía, es juego sucio. Le hicieron un «Buenas noches, Cenicienta» a la selección brasileña".
Branco, aliviado
El jugador Branco, el que tomó el agua que contenía supuestamente los tranquilizantes, es el que está más satisfecho con la revelación de la historia. Durante años, era "gastado" por los medios y sus colegas por alegar que se había quedado mareado al tomar agua dada por argentinos. "Veía el [estadio] Delle Alpi girar", repetía.
Se reían tanto de él que dejó de hablar del tema. Anteayer reveló que se encontró en un viaje con Oscar Ruggeri y con el masajista Miguel Di Lorenzo, conocido como "Galíndez". "Ellos me confirmaron todo. Llegaron a decirme que eran seis botellas, de las cuales dos tenían el remedio y las identificaban por el color amarillento."
El comentarista deportivo José Carlos Pereira escribió: "La victoria [en aquel partido] ya no nos parece tan justa como parecía antes. La Argentina había jugado mejor aquel partido feo, y merecía ganar. ¿Merecía?"
Anda mal la construcción de la imagen argentina en el exterior, al menos en Brasil. Durante los 90, se percibía a los argentinos como soberbios. La combinación de la gesticulación efusiva heredada de la inmigración italiana del sur, con la actitud sobradora del "deme dos", construía ese perfil.
Cambio de imagen
El final del gobierno de Fernando de la Rúa, los cacerolazos y la profunda crisis económica sirvieron para atraer un poco de simpatía. Brasil pasó a ver a los argentinos como sujetos aguerridos que luchan por sus derechos. Y que, al final, terminaron sufriendo una crisis que los hizo merecedores de compasión.
Quien era argentino en Brasil en esos días de depresión perdía la cuenta de la cantidad de manifestaciones de solidaridad que recibía.
Los últimos dos años volvieron a favorecer la creación de la imagen del argentino arrogante, ahora agravada por algo que ya no es apenas un defecto de carácter -la arrogancia-, sino ético -la trampa-.
A los desplantes del presidente Néstor Kirchner, que en poco tiempo dejó "plantado" dos veces al presidente Luiz Inacio Lula da Silva, se sumó en la misma semana el "caso del bidón" y que un dirigente industrial argentino llamara a un ministro brasileño despectivamente "productor de gallinas".
"Los argentinos ni gallinas producen competitivamente, si no, no se quejarían de la importación de los pollos brasileños", devolvió un columnista en el diario O Estado de S. Paulo.
Por todo esto, no es sorprendente que la aerolínea brasileña Gol haga la siguiente propaganda para anunciar sus vuelos hacia Buenos Aires. Una pareja brasileña prepara las valijas en su hotel para volver a Brasil después de unos días de vacaciones porteñas. Tímidos y contenidos, comentan y elogian la ciudad. "Pero sólo falta una cosa", dice la señora. Se acerca a la ventana y grita desaforadamente, como en una catarsis: "¡Pentacampeón! ¡Pentacampeón!"