Jorge Fernández Díaz: "Qué pasa cuando desvestís a la política de los grandes discursos, del atril, de los medios. Quedan los gangsters"
Si los grafitis del Mayo francés declamaban "Bajo los adoquines, la playa", de El puñal podríamos inferir esta idea: debajo del asfalto, la cocaína. ¿Habrá escrito Jorge Fernández Díaz la gran novela de nuestro tiempo? ¿Es El puñal el relato que mejor condensa el espíritu de una época trufada por la violencia, el gangsterismo y el amor patológico? La pregunta humedece la charla con el periodista y escritor nacido en Palermo en 1960: su libro es un fenómeno de ventas (más de 50.000 ejemplares, será llevado al cine por Marcelo Piñeyro), pero, más que eso, es un buceo trepidante por los negros corales de la corrupción argentina. Fernández Díaz captura el Zeitgeist del nuevo poder, el que se cocina en las villas pero se macera en Puerto Madero. Remil, el protagonista, es un service crepuscular a quien le asignan investigar a una misteriosa inversionista española. Se enamora, claro, y toda la trama se teje alrededor de esa persecución desgraciada.
Autor de Mamá (180.000 ejemplares) y La logia de Cádiz (80.000), Fernández Díaz se sumerge en las cavidades de un submundo despiadado cuyas solapas están tapizadas de dinero sucio, cadáveres y desquicio. Su pulso es directo y urgente, maníaco e hiperalerta, y su cualidad reside en retratar, en una página, la sordidez del narcocapitalismo vernáculo para, en la siguiente, redefinir o emular el camino del héroe posmoderno: Remil desciende por un tobogán oscuro que salpica violencia y cocaína.
Así como Don Draper (Mad Men) no es un galán puro y por momentos nos da asco, así como Tony Soprano no es solo una máquina de dañar y muchas veces nos cae simpático, Fernández Díaz consigue que la peripecia de Remil, su anfetamínico avance, nos produzca empatía. "Remil es el héroe infame -explica el autor-, el protagonista de una novela de malos contra malos."
¿Cómo surge la idea de El puñal, cómo se cincela la figura de un tipo que, sin proponérselo, encaja perfecto con nuestra contemporaneidad? ¿O acaso el libro no nos advierte, de algún modo, la verdad que nos estalló en la cara la madrugada del 19 de enero en Le Parc? ¿No podría ser Remil un alter ego de Stiuso? "No, no lo es", se ataja Fernández Díaz; pero sí es cierto que su advenimiento anticipa de manera inquietante la negra combustión que palpita en esos fondos.
En verdad, la idea primigenia apareció allá lejos y hace tiempo, cuando un adolescente Fernández Díaz, sentado en la cocina de su casa de Ravignani y con el aliento cortado por la lectura adictiva de La señal de los cuatro (Arthur Conan Doyle), se juró a sí mismo que quería provocar en los otros lo que ese tipo le provocaba a él. "Ese momento cambió mi vida. Y esta novela tributa a aquel pibe. Ese pibe es lo más legítimo que yo tengo adentro. Todo lo demás puede ser táctico, para que la crítica diga tal o cual cosa. Lo único que es de verdad de verdad, es ese deseo primigenio, casi bestial."
- El momento alude inevitablemente a la frase de Borges: "Cualquier destino, por largo y problemático que sea, consta en realidad de un solo momento, el momento en el que un hombre sabe para siempre quién es".
-Ése es el momento. Es verdad esa frase. Sin ese momento no hubiera podido escribir diez libros y sin ese momento no hubiera llegado El puñal.
-"Ojalá te enamores" es un maldición gitana. Es imposible no pensar el libro y no asociarlo con cierto malditismo, tanto del amor como de la política argentina.
-Sí, en la década del 80 yo escribí varios folletines que fueron a parar a un libro que se llama Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán. El protagonista era un periodista bohemio, borracho, investigador hasta las últimas consecuencias. Un personaje inspirado en tipos legendarios, como Emilio Petcoff, a los que yo admiré profundamente. Pero esos relatos carecen de la experiencia sentimental.
-Había una mirada pura.
-Claro. Cuando escribí Mamá, me di cuenta de la importancia de los sentimientos para narrar. Y de los límites que tiene el periodismo para contar eso. El periodismo lo que puede hacer es contar anécdotas, escenas, a lo sumo transcribir los sentimientos. La literatura, en cambio, puede hacerlo, puede describir los sentimientos encontrados o contrariados. Con Mamá descubrí la importancia de eso. Y después avancé sobre eso, primero con Los Fernández y después con una experiencia que también fue producto de mi trabajo en LA NACION, que fue Corazones desatados. Historias de amor, todas ellas complicadas, que me obligaron a salir a tomar notas, a hablar con amigos, y con amigos de amigos. A tratar de hacer una topografía amorosa: cómo amamos, por qué amamos. Eso fue un quiebre para mi literatura. Comprendí mucho la naturaleza femenina. Tomás Eloy Martínez siempre me decía que yo nunca debía abandonar la narrativa femenina. "Vos tenés una intuición sobre la naturaleza femenina muy grande. Nunca deberías abandonarla." En algunas cosas le hice caso, en otras no. Pero siempre entré en esos territorios. La mujer me parece un personaje sentimentalmente mucho más fascinante que el hombre. La mujer moderna está inexplorada, en cambio el hombre está gastado literariamente. La mujer es cambiante, misteriosa, compleja, mucho más rica.
-Después, en cuanto a la política, pensaba en la frase J.W. Cook sobre el peronismo como hecho maldito del país burgués, cosa que también aparece en el libro.
-Sí, en El puñal aparece referido un poco irónicamente por Remil, cuando intenta explicarle el peronismo a ella y dice que la primera generación fueron nacionalistas, la segunda revolucionarios y la tercera son ricos. Es una novela que si bien no trata sobre el peronismo, está claro que aparece.
-Todos esos ingredientes -el amor, la política, las persecuciones, las traiciones- pertenecen a la novela negra. Sin embargo, no estaban muy desarrollados en la narrativa argentina.
-Sí. De hecho, Arturo Pérez-Reverte, que había leído el original cuando yo iba por la mitad y lo volvió a leer al final, me dijo que creía que ya estaba todo inventado en el policial negro, y sin embargo El puñal iba un paso más allá. Desde los 15 años que quería hacer una novela de espías en la Argentina. Lo intenté, y fracasé dos veces. Mientras tanto escribí diez libros y fui trabajando el pulso narrativo, porque me parecía que para esta novela eso iba a ser muy importante. A mí siempre me interesó el lector puro y duro, el lector que yo fui, el que fue mi familia, el que leía a Corín Tellado, el espectador de cine de superacción, el hombre o la mujer que van en un tren y no pueden dejar la novela. Ese lector que no tiene conflicto de interés.
-Que no tiene culpa.
-Que no tiene culpa. No tiene preconceptos, no está pendiente de la historia de la literatura, sino de la literatura misma. Por eso siempre quise escribir novelas de aventuras. Escribí la novela de mi madre, que es una novela sobre la aventura de la inmigración. Esa experiencia se sumó a una segunda experiencia, que fue mi otro oficio, el periodismo. Vengo viendo la política desde hace mucho, y lo que observé es que se fue convirtiendo en algo gangsteril, de copamiento y mafia territoriales, pero no sólo mafias ilegales, sino del Estado usado como un territorio a repartir. Como en su momento pasó en Nueva York: Manhattan para los Tataglia, Brooklyn para los Corsi, y así. El estado como articulador de un aparato corrupto: los punteros, los comisarios corruptos y todo un entramado que hay por debajo y detrás de la política, que no existía hace treinta años. Este entramado es el que permite que ingrese el narcotráfico y la narcopolítica, que van a signar los próximos veinte años de la Argentina. La experiencia de ver eso y no poder contarlo del todo, me llevó a la idea de El puñal. Los periodistas publicamos solo el diez por ciento de lo que conocemos, pero la verdad es que sabemos mucho, y por responsabilidad no lo podemos publicar. Yo dije: "Bueno, pero ahí es donde se detiene el periodismo. Puedo utilizar la ficción para contarlo".
-Un poco lo que dice Javier Cercas sobre mentir para lograr una verdad ulterior.
-Claro, aunque no es mentir, es simplemente ficción. Lo que hice fue ponerme a estudiar mucho a los servicios de inteligencia, antes de que se pusieran de moda. Y saber cómo la Argentina se había convertido en el gran exportador de cocaína del mundo. Qué pasó en estos veinte años que se consolidó no sólo como país de tránsito, sino como uno de los puertos más importantes de exportación de droga. Todo mientras nosotros dormíamos. Ese negocio no se pacta en la villa 1-11-14, sino que se pacta en Puerto Madero. De ese pacto participan la política, las fuerzas de seguridad corruptas y otros actores. Es decir, hay protección mafiosa de gente que come en Puerto Madero. A mí me interesó contar ese mundo glamoroso y siniestro. Traté de no hablar con servicios de inteligencia, sino de estudiar sobre ellos. E imaginar cómo se movían. Lo más gracioso fue cuando pasó el tiempo y, con El puñal ya publicado, varios agentes de inteligencia y policía de elite se me acercaron para que les firmara un ejemplar y me preguntaron: ¿Cómo supiste esto?" "Lo imaginé", les contesté.
-Literatura profética.
-Claro. Un día me pueden llegar a matar por algo que imaginé. Hay que tener cuidado.
-Como en 1984, de Orwell, donde estaba prohibido imaginar. ¿El service le creyó?
-Me preguntó: "¿Cómo sabía de la matanza de estos tres tipos? Lo sabíamos dos personas nada más...". "Lo imaginé", le dije. Y finalmente me creyó. Es que teniendo información y teniendo empatía, hay determinadas cosas que podés imaginar. Yo quise hacer esta doble operación: qué pasa cuando desvestís a la política de los grandes discursos, del atril, de los medios. ¿Qué pasa? Quedan los gangsters. Y qué pasa cuando desvestís el amor, cuando le sacás el discurso "romantizador", cuando le sacás la parafernalia mítica: lo que queda es esa pasión turbia, inexplicable, temible, que hay entre dos personas. Esa cosa resbalosa, que no podés del todo agarrar ni contener. Una pasión fuerte que tiene que ver con lo que querés ser y lo que sos. Porque esto es una historia de amor entre dos crueles.
-Nombró a Tomás Eloy Martínez. ¿Va a presentar la reedición de sus libros?
-Voy a ir a la Feria con la Fundación TEM, porque se cumplen treinta años de La novela de Perón y veinte de Santa Evita. Esas dos obras, junto a Lugar común, la muerte, me parecen tres de los libros más importantes que se escribieron en todos los tiempos en la Argentina. Yo trabajé con Tomás, ayudé a repatriarlo. Tuvimos discusiones fuertes, siempre desde el cariño. Toda mi vida hablé con él, y trató de guiarme, seguramente con malos resultados. En el momento final de su muerte, Tomás tuvo un gesto conmovedor. El tuvo un tumor, que se pareció mucho a la enfermedad de Roberto Fontanarrosa. Se le fue bloqueando parte por parte el cuerpo, pero su cabeza se mantenía con una lucidez absoluta. Es decir: el cuerpo se le iba cerrando como por compuertas. En un momento dado, después de dos o tres meses de no verlo, lo visité y estaba en silla de ruedas. No me olvido más: en esas condiciones cada día Tomás se arrastraba desde la cama para escribir una línea más del libro que estaba haciendo, una novela inédita que se llama El Olimpo. Cuando lo fui a visitar, me pidió disculpas por las peleas que habíamos tenido por el suplemento cultural. Yo estaba muy impresionado: se estaba muriendo. Llamó a su hijo y le pidió que me diera un regalo que había traído de Estados Unidos. Yo, para salir del paso, le pregunté cuál era su próximo libro. Me contó que iba a ser un ensayo cuyo planteo era que la literatura y el periodismo eran lo mismo. Y debían ser tratados de la misma manera. Mientras me iba contando, nos miramos a los ojos. No olvido más su mirada: él y yo sabíamos que me estaba contando un libro que no iba a escribir nunca. Que no le iba a alcanzar la vida para hacerlo. Jamás. Cuando bajé, conmovido por lo que acababa de vivir, lo miré al hijo y le pregunté: "Esto fue una despedida, ¿no?". "Sí", me respondió. Tomás había pedido despedirse de tres amigos: de alguien que no recuerdo, de Horacio Verbitsky y de mí. Llevé a la redacción el regalo, lo metí en un cajón y nunca más lo abrí. Nunca lo voy a abrir.
-Le da miedo.
-Sí, me da miedo. Es mejor atesorarlo.
Bio
Profesión: escritor y periodista
Edad: 54 años
Una de las voces más personales de la narrativa argentina, publica además una columna dominical de análisis político en LA NACION. Es autor de Mamá (2002), Fernández (2006) y La logia de Cádiz (2008), entre otras novelas, y parte de su obra periodística ha sido reunida en Corazones desatados (2007) y Las mujeres más solas del mundo (2012).