La adolescencia, el punto ciego de la política pandémica
La manta corta de la pandemia suma un retazo al tironeo y ahora la puja distributiva se da por el nuevo recurso escaso de estos tiempos, los derechos. Ya no solo la disputa por las vacunas sino por las libertades, restringidas y acotadas desde que el coronavirus ordena la vida pública, y también la privada. ¿Qué sector tiene derecho a continuar con sus actividades, a circular y a sobrevivir con algo más de chances a la anormalidad de la pandemia? ¿Qué cerrar y qué abrir? ¿A quién privilegiar? En esa puja, hay un derecho particularmente retaceado, el derecho a la educación, lo sabemos, y un sector peligrosamente afectado, chicos y chicas en edad escolar pero sobre todo, y éste es el punto, los adolescentes.
Cuando la presión de los picos de la pandemia, y de la disputa política, se hacen sentir, el derecho a clases presenciales se corta ahora por la línea más fina, la adolescencia. En el caso del gobierno nacional, la imprecisión de su estrategia de control de los contagios viene impactando en todos los niveles educativos sin distinción. La novedad ahora es que entre los responsables políticos más resistentes al cierre de escuela, la precisión estratégica afecta a un nivel puntual, la escuela secundaria: este viernes, el jefe de gobierno de Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, anunció el pase a la virtualidad de los estudiantes secundarios de CABA. “Bimodalidad” llamó a un esquema combinado de clases presenciales y virtuales que cada escuela deberá resolver.
Justo en pandemia, cuando el riesgo de abandono escolar crece en todas las sociedades, la canilla de la presencialidad se cierra para la franja etaria que padece históricamente ese problema grave, la deserción escolar. Aún antes de la pandemia, la tasa de abandono de la escuela secundaria en la Argentina superaba ampliamente al abandono del nivel primario.
En el último período del que se tienen datos, 2018-2019, la tasa de abandono interanual promedio, es decir, el porcentaje de alumnos que no se volvió a inscribir en la escuela al año siguiente, fue del 8,73% en la escuela secundaria, según cálculos elaborados por la organización Argentinos por la Educación en base a datos del Ministerio de Educación de la Nación. En primaria en cambio, el abandono interanual promedio llegó a apenas 0,49%. Extrapolado a un abandono diario, los números indicaban que por día, mil adolescentes dejaban la secundaria antes de la pandemia.
Con la pandemia, la deserción escolar tan temida que todavía no encuentra cifras precisas pero que algunos expertos como Agustín Claus, docente de Flacso y especialista en planeamiento y economía de la educación, calcula en 1,5 millones de alumnos de todos los niveles, un 13 por ciento menos de alumnos desde inicial hasta secundaria y superior no universitaria. Está claro que va a impactar más entre los adolescentes de nivel secundario.
Y sin embargo, para regular la circulación del virus, aún los gobiernos que resisten el cierre de escuelas, cierran la escuela secundaria, por el momento parcialmente.
La tierra de nadie
Las clases presenciales son el nuevo campo de batalla que enfrenta al gobierno de Alberto Fernández con la oposición de Juntos por el Cambio. Para el Estado nacional, que tiene muy pocas perillas en su tablero de control sanitario justo cuando se necesita una botonera digital de alta precisión, cerrar escuelas, tal como se confirmó para las próximas tres semanas en los focos más calientes de la pandemia, es decir el área metropolitana de Buenos Aires (AMBA), está entre las pocas decisiones que puede tomar con ciertas chances de hacer cumplir. Aunque no siempre: ahí está el desafío de CABA.
Rodríguez Larreta en cambio puso al derecho a la educación en la punta de la pirámide de legitimidad y a las clases presenciales como bandera de su gestión sanitaria. Está abierto el debate de cuánto hay de convicción sanitaria basada en evidencia robusta, comprobable en datos del mismo Ministerio de Educación Nacional y del porteño y en evidencia internacional, y cuánto de astucia política detrás de la pirámide de derechos que postula el gobierno porteño. La discusión es poco relevante para las familias que ven impactada la educación de sus hijos: en los hechos, Rodríguez Larreta defiende la presencialidad que buena parte de la sociedad reclama.
Sin embargo, esta vez Rodríguez Larreta acotó esa defensa al nivel inicial y primario y a la educación especial. A la hora de restar presencialidad en la escuela secundaria, el objetivo de Rodríguez Larreta es “presencialidad con menos circulación en el transporte público”. Los argumentos del jefe de gobierno porteño para la “bimodalidad” para los adolescentes son tres.
En primer lugar, el criterio epidemiológico, porque el riesgo de contagio aumenta a partir de los 15 años. Segundo, el impacto en el transporte público, porque la secundaria no se asigna por cercanía al hogar y los alumnos de secundaria usan el transporte público para ir a escuelas en otros barrios. ¿Cuánto aportan a la circulación los alumnos de secundaria que se desplazan solos, sin padres? Ésta es por ahora una pregunta sin respuesta.
En el tema riesgo de las escuelas, el nuevo concepto en juego es “la periescuela”, es decir la circulación que acarrean las rutinas que rodean al traslado y llegada o salida de la escuela. La periescuela es el territorio común en el que se encontraron los argumentos de Rodríguez Larreta y su ministro de Salud, Fernán Quirós, quien mencionó el concepto en la conferencia de prensa del viernes por la mañana, con el presidente Fernández y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Las escuelas no son el problema, pero la periescuela sí es el nuevo consenso posible en el AMBA de Fernández, Kicillof.
Por supuesto que ese consenso se da con diferencias importantes: en el conurbano de la provincia de Buenos Aires no hay clases presenciales en ningún nivel, y en CABA, Larreta sigue diferenciándose con la presencialidad total al menos en jardín y primaria.
El tercer criterio enumerado por Larreta fue el pedagógico sobre el que no aportó datos. Sin embargo, en su mensaje, hubo indicios sobre esta dimensión pedagógica de la decisión que condujo a la “bimodalidad” para el secundario, todos disparadores de un debate en torno al peso específico de la adolescencia y sus necesidades en el debate público en torno a la educación en pandemia.
Una epidemia educativa histórica
“Los alumnos más grandes son los que mejor pueden adaptarse a la virtualidad y sostener las clases en un entorno digital y sin necesidad de ser acompañados por un adulto; las madres pueden salir a trabajar”, explicó Rodríguez Larreta. También se refirió a un estudio que mostraba el impacto de la falta de presencialidad en “los más chicos”, con la detección de “depresión y angustia”. Autonomía, impacto en la maternidad y efectos emocionales en la infancia, sin aludir a ese impacto en la adolescencia.
Hay varias cuestiones a analizar. Por un lado, que la mayor autonomía propia de la adolescencia, comparada con la de dependencia de sus padres que tienen los chicos de jardín de infantes y de primaria, les permite a los adolescentes atravesar mejor los costos de la virtualidad educativa. Por otro lado, que por su edad, los riesgos de impacto en el desarrollo social y emocional adolescente serán menores que los que se dan en el desarrollo de la infancia cuando se la priva de la presencialidad.
Los datos previos a la pandemia y en pandemia muestran, vimos, que la mayor autonomía no necesariamente se traduce en mayor capacidad para sostener el esfuerzo educativo. Al contrario, la autonomía adolescente es el trampolín para la deserción escolar: los adolescentes cambian escuela por trabajo informal ante las necesidades que impone la pobreza, peor en pandemia, o ante la apatía y el sinsentido que genera una escuela secundaria fallida, que no termina de entusiasmar a los adolescentes.
Por año, 100.000 chicos terminan de cursar la secundaria pero se llevan materias que nunca rinden, es decir, no terminan la secundaria. En 2019, solo se graduó el 43% de los alumnos del quintil más pobre. La tasa de egreso de la secundaria en tiempo y forma, es decir el porcentaje de chicos que la termina en la cantidad de años teóricos, sin llevarse materias, llega apenas al 29%, según datos oficiales del Ministerio de Educación nacional. Y la tasa de finalización promedio es del 54%.
Históricamente, los años de mayor abandono escolar se dan a partir de tercer año. En 2018-2019, la tasa de abandono interanual fue de 17,94% para quinto o sexto año a nivel nacional y en tercero o cuarto, de 9,24%.
El problema de la secundaria viene de antes de la pandemia y es histórico: los datos están sobre la mesa. Pero las circunstancias hoy son peores. Cuando el abandono crece, aumenta el trabajo informal adolescente. Ahora sin hay trabajo y condenados al encierro, ¿qué harán esos adolescentes a los que cualquier dosis de virtualidad les resulta esquiva?
La adolescencia está en el centro de una tormenta perfecta en esta pandemia que la arrincona al silencio de sus hogares y en la opinión pública. Ya no se oye el ruido de los centros de estudiantes. Son menores de edad sin voz, con mucho menos peso en un debate educativo actual donde la infancia tiene mejores voceros. La fragilidad de los niños de jardín de infantes o de primaria es más evidente y contundente que la de adolescentes que se creen adultos pero no lo son y ahora están solos y encerrados en sus cuartos mientras sus padres hacen teletrabajo o salen a trabajar o están aturdidos con el desempleo y la inacción pandémica.
Un discurso político que subraya la posibilidad de que las madres pueden salir a trabajar cuando tienen hijos adolescentes que se las arreglan solos con la virtualidad supone una invisibilización preocupante de la soledad de adolescentes adormecidos y abandonados frente a las pantallas de una educación virtual precaria en su conectividad y en las herramientas pedagógicas y emocionales que despliega.
“Ansiedad, depresión, sentimientos de soledad y baja satisfacción con la vida” son los síntomas detectados en siete de cada diez adolescentes de CABA encuestados en un estudio realizado por el gobierno porteño que Rodríguez Larreta no citó. El trabajo se titula “A dos meses del inicio del ciclo lectivo 2021 en la Ciudad. Balances y desafíos”.
Los adolescentes dijeron que lo peor del aislamiento fue: primero, no ver a sus amigos; segundo, no poder ir a la escuela o la facultad; tercero, no ver a familiares o hacer otras actividades. Cuarto, estudiar en casa.
El dilema de cómo cuidar la salud y la vida de manera integral demanda una gestión de la complejidad que no puede oscurecer el impacto de la falta de presencialidad en adolescentes.
Docentes, policías, gastronómicos, camioneros, piqueteros, runners. Si la vida está en riesgo, la legitimidad para defenderla es de todos. Todos tienen legitimidad, pero no toda legitimidad pesa lo mismo. Como se sabe desde el Titanic, los niños, primero. También, la adolescencia.
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