"La barrera estaba baja", afirma el testigo clave
DOLORES.– “Ahora, lo único que me importa es que me paguen mi moto.” Con una sonrisa tímida, y sólo 16 años, Guillermo Sotelo se refiere al ciclomotor Juki con motor de 50 cc y una calavera estampada en el tanque de combustible. La moto quedó aplastada bajo el amasijo de hierros retorcidos del ómnibus de El Rápido Argentino que anteayer fue arrollado por un tren, a metros de la estación de esta ciudad, tragedia que terminó con la vida de 17 personas.
Aún no entiende cómo salvó su vida cuando esperaba en su moto que pasara el tren, ni tampoco cómo terminó dentro del ómnibus deshecho y pudo salir por una ventanilla sin más daño que un golpe en el hombro derecho. Su relato es el de un sobreviviente; también, el de un testigo clave: “La barrera estaba baja. El micro encaró la barrera y después de chocar se me vino encima; pensé que me moría", cuenta a LA NACION este adolescente acerca de esta historia de película que no termina de creer, pero que ya relató en los tribunales locales, en un testimonio que resultó fundamental para que la fiscal María Fernanda Hachmann sumara pruebas en la reconstrucción del accidente.
Sotelo recuerda que se quedó muy dolorido, sentado en la calle, en medio de un dramático escenario y gritos desesperados. El fue a buscar ayuda a la casa de un amigo que vive a pocos metros del lugar del accidente.
Cuando llegó al hospital San Roque le dijeron que tenía que esperar para ser atendido porque había un accidente muy grave en la ruta. "Yo me lastimé ahí", les dijo en la guardia. Pero no encontró la respuesta que esperaba, así que fue en busca de su tío y con su carnet de obra social se hizo atender en el Sanatorio Dolores.
"Ni mis papás me creían lo que me había pasado", aseguró a LA NACION este muchacho alto y delgado que se gana la vida como empleado en un taller mecánico y que al momento del accidente regresaba a su casa tras visitar a un amigo.
Ayer volvió con LA NACION al lugar del accidente y se paró en el mismo sitio donde la madrugada anterior había esperado el paso del tren. "Las barreras estaban bajas, las luces prendidas y sonaba la chicharra del cruce", insistió.
No obstante, admitió que días atrás las barreras habían tenido fallas, aunque no para bajar, sino para levantarse. "Se quedaban fijas abajo, cortando el paso de los autos", relató. Esos datos ya se los contó anteayer a la fiscal, que pidió las detenciones de los dos choferes de El Rápido Argentino, aunque la jueza de Garantías Laura Elías dispuso la libertad de uno de ellos (ver aparte).
La accidentada que no fue
En los primeros minutos posteriores al accidente se había mencionado que la moto aplastada era conducida por una joven de Dolores que había muerto en el accidente. Incluso se le puso nombre y apellido: Tania Pamela Chust. Es que un tío de la joven, que colaboró en el hospital en el ingreso de cuerpos en la morgue, había creído ver entre los cadáveres a su sobrina.
"Mientras me daban por muerta, yo dormía en mi casa", recordó a LA NACION esta estudiante de psicopedagogía de 22 años que se gana la vida asistiendo a una mujer mayor.
Desde la madrugada, la casa de los Chust se llenó de llamadas dolientes y de condolencias. Hasta que Tania y sus padres fueron al hospital, donde ya estaban varios de sus familiares. "Casi se mueren ellos cuando me vieron", recuerda, con una amplia sonrisa.
Chust figuró hasta las 19.30 en la lista oficial de fallecidos. Y dice que ahora sigue el camino de su abuelo José Ramón, más conocido aquí como Pirincho, al que dieron por muerto dos veces antes de que falleciera, hace unos meses, cuando ya había cumplido 90 años.
"Si como dicen muchos las muertes que te anuncian te estiran la vida, entonces yo voy a vivir hasta los 100 años", especula Tania.
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