El asesinato del gerente de Techint. La policía dice que el prófugo está cercado
Se realizaron ocho allanamientos en domicilios de familiares y amigos.
Negativo. Ese fue el resultado de todos los allanamientos realizados ayer por la Policía Federal en busca de Santiago Da Bouza, el hijo prófugo del gerente de Techint Argentina asesinado anteayer en su domicilio de San Telmo y acusado junto con su hermano Emanuel por el crimen.
Rubio, de pelo largo, con barba tipo candado y una herida de bala en la pierna izquierda. Así es el joven de 23 años al que persiguen unos 150 efectivos hace más de 30 horas.
Los investigadores aseguran que el imputado está acorralado y que su detención es inminente. Estiman que no tiene dinero, por lo que descartan que haya salido del país.
"Creemos que está en la Capital y sabemos que no tiene recursos económicos como para haberse fugado. Allanamos las casas de varios familiares y amigos y no le quedan muchos otros lugares para esconderse. Va a caer enseguida porque sabemos que ya nadie lo está aguantando", dijo anoche a La Nación uno de los jefes de la pesquisa.
Una fuente que no pudo ser confirmada oficialmente por el estricto secreto de sumario que impuso el juez de instrucción Gustavo Karam indicó que se descubrió "que fue Santiago quien compró hace tres días la pistola Bersa 22 con la que dispararon tres tiros al empresario".
Por la mañana, mientras Emanuel Da Bouza -detenido anteayer- esperaba en la alcaidía de Tribunales que el magistrado lo indagara, efectivos de la comisaría 2a. y de la División Homicidios, cargo del inspector Carlos Juárez, requisaron, sin éxito, la casa de la novia de Santiago.
Un mensaje para el acusado
Durante el resto del día se realizaron otros siete procedimientos en la Capital y en el conurbano. La policía se negó a precisar las direcciones para no alertar al acusado sobre futuros pasos.
En todas las casas en las que estuvieron, los uniformados dejaron un mensaje claro: "Si se comunica, díganle que se entregue. Es lo mejor para él y para todos. Más tarde o temprano lo vamos a agarrar". Así, tácitamente, también advertían que ayudar a escapar a Santiago podría acarrear problemas con la Justicia.
Cerca de las 17, la policía parecía estar pisándole los talones al joven acusado de homicidio calificado por el vínculo. Los investigadores confiaban en sus pistas y afirmaban que Santiago estaba en el domicilio de un íntimo amigo.
Con la orden de allanamiento en la mano, cinco policías de civil al mando del subcomisario Raúl Alvarez llegaron en dos autos no identificables a la avenida Pedro Goyena al 500, en el barrio porteño de Caballito.
Tocaron el portero eléctrico en el 2º piso "10" del edificio situado en Pedro Goyena 523 y, minutos después, un joven llamado Fernando -vestido con jeans y una camisa a cuadros rojos- bajó a abrir la puerta, que estaba cerrada con llave.
Media hora después, los investigadores bajaron con las manos vacías. Antes de partir, consultaron el libro de pasajeros de un hotel familiar de la misma cuadra. Nada, ninguna señal del presunto parricida.
A pesar de que los policías no encontraron a Santiago, fuentes confiables dijeron que el joven estuvo allí pero que "se fue poco antes de que irrumpieran los detectives".
-Soy del diario La Nación , ¿podemos hablar de Santiago Da Bouza?
-No (respondió, parco, por el portero eléctrico, el dueño del departamento que acabada de revisar la policía).
-¿Sabés dónde está tu amigo?
-No (dijo por toda respuesta).
-¿Estuvo acá? ¿Se comunicó con vos?
-No (repitió, antes de optar por el silencio).
El crimen más terrible
El crimen que involucra a hijos y a padres es, sin dudas, uno de los más terribles, a la vez que es de los más difíciles de desentrañar en lo que hace a sus motivaciones.
En cualquier situación en la que un hijo mata violentamente a su padre y, más aún si esa muerte se produce de manera premeditada, es de imaginar que algo denso fue gestándose en la trama cotidiana de los vínculos, al punto de transformarse en una trampa emocional en la que el acto violento termina siendo un enloquecido intento de salida.
El tema del parricidio fue tratado por varios autores, entre ellos William Shakespeare y el mismo Sigmund Freud, en su obra "Tótem y tabú". La tragedia del padre que cierra el paso al crecimiento de sus hijos, enloqueciéndolos dentro de ese círculo de dominio, no es nueva ni mucho menos.
El psicoanálisis suele utilizar como metáfora el tema de la muerte del padre, asociándolo a la fantasía de los hijos en su proceso de crecimiento. Sin entrar en un exceso de complejidades, digamos que, en el camino de su evolución, las personas deben dejar caer (de alguna manera "matar") la idealización respecto de sus padres, para verlos de forma más humana y real, y así abrirse camino hacia su propia adultez.
En un sentido simbólico, lo que muere, entonces, es la idea de un padre omnipotente. Esa "muerte", en el mejor de los casos, deja paso a un contacto con el padre-persona, ese ser que hace lo humanamente posible para llevar adelante su vida y la de sus hijos, pero que está lejos, muy lejos, de la categoría de todopoderoso con la que sus hijos lo habían investido en la infancia.
A las puertas de la tragedia
Cuando este proceso queda trunco y, por la razón que fuere, el supuesto poder absoluto del padre no cae, se hace irrespirable y patológicamente densa la atmósfera que se vive dentro de los límites de su dominio, se está a las puertas de un hecho trágico.
Las más de las veces esa tragedia es de tipo psicológico y no pasa al plano del crimen. Jóvenes con incapacidad de crecer, sin autonomía (nenes de papá, a veces de más de 30 años), autodestructivos o inclusive proclives a las adicciones y a las acciones compulsivas e irresponsables son, en términos de perfil psicológico, lo que suele surgir de un tipo de vínculo como el señalado.
Pero a veces lo que es una fantasía, una imagen que se vivencia en el plano mental y anímico, llega al hecho de sangre aberrante y profundamente trágico. El plano simbólico, que nos ubica en lo más propiamente humano, cae hecho pedazos por un acto enloquecido que, como decíamos al principio, vanamente intenta ofrecer una salida a la trampa en donde todos los involucrados se encuentran sumergidos.
No es fácil para una sociedad digerir la idea de que el amor en la familia llega a veces a desvirtuarse al punto de llegar al crimen. El amor debe seguir caminos de evolución y crecimiento, si no, se estanca; y lo que antes era un nutriente para la persona, se troca en desesperación y locura, dos ingredientes que anteceden a la tragedia.
La locura puede ser impulsiva o puede darse mediante conductas frías en apariencia, como lo es un crimen premeditado. Las maneras pueden ser diferentes, pero los ingredientes básicos del parricidio son semejantes en los distintos casos. También son semejantes los resultados de dolor y horror ante lo inexorable del hecho ya cometido.
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