Leandro Erlich: el ilusionista que nos enseña a mirar

Me gusta muchísimo la manera en que Leandro Erlich se acerca a sus ideas y cómo las consuma. Soy testigo de su perfeccionismo. Es completamente obsesivo. Pero la perfección es decisiva para que su obra se vea increíble. O, más bien, creíble. Sólo así logra tener efecto.

Sacarle la punta al Obelisco, este año, fue una operación fascinante. Quiso que todo el mundo pudiera ir al Malba a experimentar qué se ve desde la punta del Obelisco. Todos nos preguntamos alguna vez, cuando pasamos por la 9 de Julio, qué se vería desde ahí arriba. Es una obra muy argentina: trabaja sobre un emblema, casi una bandera. Toca nuestra esencia, algo muy profundo de los argentinos. Con respeto.

Lo amo como artista; es un gran amigo, tiene un humor genial y, aunque es muy ermitaño, siempre está tratando de sacarte una sonrisa. Vive en Montevideo, creo, por su introversión, lo social lo agota. Vi muchísimos de sus trabajos. El más genial de todos es su familia.

Todo lo que hace causa asombro. Son cosas que jamás podría haber imaginado: La pileta , Las puertas , El subte , los juegos con espejos... cosas básicas pero que juegan con el imaginario. Son la fantasía y, al mismo tiempo, la realidad. Simples y a la vez geniales. No me gusta decir que es un mago, pero maneja la ilusión.

Hace tres años estaba tomando un café con el presidente de la marca Alexander Wang, Rodrigo Bazan, y me comentó que se estaba metiendo en el arte. Acababa de ver en Miami la obra de un artista que lo había impresionado muchísimo y pensaba que ese artista estaba 30 años adelante de nosotros. Era El ascensor, de Erlich. Me emocionó y los puse en contacto. Es así: Leandro piensa 30 años adelante. Y a la vez, cuando hablo con él, siento que tiene algo inocente y naif. Estoy frente a un niño.

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Jessica Trosman