Lino Barañao: "Por dólar invertido, somos más eficientes que los científicos europeos"
El ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva participó en el ciclo Conversaciones en LA NACION
Lino Barañao se convirtió en el primer ministro de ciencia y tecnología de la Argentina después de una importante trayectoria en el Conicet. Por ejemplo, integró el equipo que desarrolló el primer bovino clonado del país (y uno de los primeros del mundo). Su interés por la ciencia nació temprano, y a la hora de elegir carrera universitaria, optó por la química. "Era la más ecléctica: tuve geología, biología, mecánica cuántica y hasta anatomía humana en la Facultad de Medicina -recuerda-. Materias que me resultan muy útiles ahora que tengo que lidiar con todas esas áreas y comprender de qué se tratan." Y enseguida bromea: "La química es una buena escuela para la política: enseña a manejar sustancias potencialmente dañinas con fines útiles".
-Doctor Barañao, suele contar que una biografía de Pasteur que leyó en su niñez lo influyó mucho. ¿En qué sentido?
-Fue una impronta que perduró durante toda mi vida: alguien que contribuye al conocimiento universal (Pasteur fue el creador de la microbiología y gran parte de la biología moderna), pero solucionando problemas. Desarrolló la vacuna contra la rabia, descubrió cómo conservar el vino... Y eso era así porque Pasteur venía de una familia de obreros, se preocupaba por la solución de problemas concretos, más allá de satisfacer su curiosidad. Esta aproximación de ciencia básica inspirada en el uso me parece un equilibrio muy adecuado para contraponer a la falsa antinomia de una ciencia básica inspirada por la curiosidad versus la transferencia de tecnología. Los avances significativos de la ciencia a veces se dan tratando de resolver problemas concretos.
-Usted es uno de los funcionarios menos cuestionados. ¿Lo atribuye a la poca jerarquización de la ciencia o a que hizo bien las cosas?
-No podría asegurar lo segundo, porque sería petulante de mi parte. Creo que existe un concepto de la ciencia como algo importante y también que hemos hecho bastante por poner a la ciencia en un lugar que no tenía desde hace mucho tiempo. La comunidad científica es muy exigente y valoró el esfuerzo por mejorar las condiciones para hacer ciencia en el país. El ciudadano común también ha valorado el esfuerzo por acoplar el sistema científico a la solución de problemas y a la inclusión social; es decir, que la ciencia y la tecnología generen trabajo de calidad.
-¿La Argentina tendría que hacer ciencia de punta para publicar en Science y Nature o resolver problemas de los municipios y las comunidades aisladas?
-Podemos y tenemos que hacer las dos cosas. El científico de un país en desarrollo tiene que tener dos caras, como el dios romano Jano: una que mire hacia afuera, a los países de punta, y otra que mire hacia adentro, para ver cómo podemos resolver las necesidades de los que nunca recibieron beneficios de la ciencia. Tenemos gente que trabaja en la "máquina de Dios" y otros que ayudan a cooperativas de Malargüe a hilar lana de guanaco para hacer una fibra de alta calidad que pueda ser comercializada. Y todos son investigadores del Conicet. Lo que hemos tratado es que esta segunda actividad sea tan valorada como la primera, que históricamente era el único parámetro que se evaluaba.
-Si tuviera que mencionar logros, ¿cuáles elegiría?
-Los que más se conocen son el número de repatriados, que superan los 1150, los 190.000 metros cuadrados de edificios (habíamos prometido 120.000, porque hacía 30 años que no se construía), que haya investigadores trabajando en todos los puntos del país. Y luego el ascenso del Conicet a la posición 59 dentro de 4200 instituciones en el nivel internacional. La Argentina supera a toda América latina por la cantidad de publicaciones en el 1% superior de las revistas de mayor calidad. Por dólar invertido somos más eficientes que los investigadores europeos.
-Los científicos se quejan de que tienen que lidiar con mucha burocracia y que sus sueldos están retrasados. ¿Qué les contestaría?
-Mucha burocracia es un concepto que no suscribo. El ministerio gasta menos del 5% en administración. Hay pasos que dependen de la legislación nacional. Si se hace una compra en el exterior, tenemos que demostrar primero que no se produce en el país... Eso hace a la transparencia en el manejo de fondos públicos. Respecto del atraso de los sueldos, es algo que reconocemos y no dudo de que va a haber una solución satisfactoria.
-Se recomienda que la inversión en ciencia y tecnología alcance el 1% del PBI, aunque hay países que superan el 3%. ¿Se puede hacer en la Argentina? ¿Qué hace falta?
-Se puede hacer, pero hay una correlación entre el porcentaje del PBI y el número de investigadores; por lo tanto, uno tiene que ir aumentando el número de científicos no sólo en el sector público, sino también en el privado. A ese nivel de inversión se llega con un 0,6% de inversión por parte del Estado y un 1,4% del sector privado. Nosotros estamos en más de 0,6% del sector público. O sea que se vienen haciendo los deberes. ¿Por qué no hay más inversiones del sector privado? En gran medida, porque no tenemos grandes empresas radicadas aquí. Las tecnológicas, que son las que invierten miles de millones de dólares, están generalmente en Estados Unidos, en Europa... En la medida en que tengamos más, ese porcentaje irá aumentando.
-Se comenta que si triunfa Pro, no se descarta que siga en el ministerio. ¿Qué hay de cierto?
-Eso lo decidirá el próximo presidente. Nuestra administración tuvo una actitud muy abierta y de consulta a todos los sectores. Tal vez eso es lo que se valora en el espectro político.
-¿Le gustaría ser presidente?
-No. La gestión requiere habilidades que uno no siempre adquiere en el laboratorio y creo que he alcanzado mi máximo potencial. Dirigir un país es algo bastante más complejo. Ahora mi desafío es lograr que una nueva generación de gestores de la ciencia puedan continuar con esta tarea que iniciamos.
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