Los peligros que representa enviar SMS al conducir
No es una cuestión menor. Movilizar una masa de 1500 kilos a más de 60 kilómetros por hora entre dos veredas superpobladas de gente y al ras de otros bólidos igual de veloces y pesados no es ninguna pavada. Los principios de la física que rigen esa actividad, particularmente la ley de conservación de la masa y la energía, son inapelables. Quien nunca ha vivido un accidente de tránsito puede encontrar difícil concebir las extraordinarias fuerzas involucradas en eso que parece tan cotidiano, tan doméstico: manejar hasta el trabajo, llevar los chicos al colegio, irse de vacaciones en el auto. Pero, aunque normalmente mantenemos control de nuestro vehículo, debemos ser conscientes de que ese dominio es tan transitorio como frágil.
Conducir requiere, por esto, una atención extrema. A sólo 60 kilómetros por hora nos estamos trasladando de 10 a 20 veces la velocidad a la que caminamos. Parece poco, pero es como si de pronto nuestro auto se lanzara a la velocidad de un jet de combate, o como si nos viéramos obligados a hacer todas las tareas del día, incluido el descanso nocturno, en dos horas y media. O en la mitad de ese tiempo.
Por eso es tan peligroso dedicarse alegremente a hablar por teléfono mientras manejamos. Para empeorar un escenario temible que vemos a diario en Buenos Aires, ahora vienen a sumarse los mensajes de texto (SMS, por sus siglas en inglés).
Con el teléfono sobre el volante, algunos imprudentes van redactando sus mensajes mientras echan vistazos al camino. Un acto de locura, y sin atenuantes.
¿Y el manos libres?
Una sola cosa es cierta. No hay que hablar por teléfono al conducir. Si se trata de una urgencia, habrá que detenerse para conversar. Sin embargo, los mitos abundan. Por ejemplo, que es menos peligroso hablar usando un manos libres. Se argumenta que conversar de esta manera es igual que hacerlo con el acompañante. ¿Acaso se nos prohíbe hablar con esas personas cuando manejamos? No, pero la analogía es totalmente errónea.
El acompañante es tan consciente del tránsito como el conductor y sabrá callarse si se presenta una situación de riesgo. Es capaz, incluso, de advertirnos a tiempo. En cambio, el que está al otro lado de la línea no ve lo que ocurre en el habitáculo, y es, por lo tanto, incapaz de adaptar la charla a la muy dinámica situación del tránsito.
El mayor peligro del celular en el auto es que se trata de un diálogo telefónico, que requiere representarse y decodificar una cantidad mucho mayor de datos que en la charla cara a cara. El costo es alto: le prestamos poca atención al tránsito y, si ocurriera un imprevisto, seríamos incapaces de reaccionar a tiempo.
Así que los manos libres deben dejarse para hablar más cómodo en casa, en la oficina e incluso en el coche, si está detenido. Son accesorios excelentes que recomendamos enérgicamente, pero, en rigor, el que sean tan confortables puede hacernos hablar con más frecuencia mientras conducimos, tentación en la que no debemos caer.
Mensajes mortales
Los mensajes de texto son más baratos que las llamadas y sirven para zanjar millones de cuestiones por día con la misma comodidad del e-mail, pero sin cargar con una computadora.
El problema de los SMS es que deben leerse en una pequeña pantalla que nos obliga a enfocar los ojos a pocos centímetros de la cara. Al conducir, miramos a varias decenas de metros adelante. A los preciosos segundos que perdemos por estar desconcentrados hay que sumarles los que tardamos en adaptar la vista a dos distancias tan incompatibles.
Escribirlos impone una dificultad adicional. Como el alfabeto no entra en el exiguo teclado numérico, se emplean dos métodos para escribir texto. Ambos son bien conocidos: o bien se presiona cada tecla varias veces hasta obtener la letra buscada o bien se utiliza el texto predictivo. Los dos demandan un grado de atención que vuelve difícil hasta el simple caminar por la vía pública.
Ni hablemos de manejar.
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