Una ciudad que atrasa. Los relojes públicos ya no marcan las horas
Según estimaciones, no funciona más de la mitad
Si Joaquín Sabina viviese en Buenos Aires, muy pocos relojes públicos podrían darle "la 1, las 2 y las 3". Porque, salvo raras excepciones, muchos relojes de la ciudad no funcionan.
En 2000, Alberto Selvaggi, relojero de profesión desde hace 51 años y considerado "patrimonio viviente" por la Secretaría de Cultura porteña, confeccionó un inventario que arrojó los siguientes datos: de los 120 relojes públicos en fachadas de edificios e iglesias que contabilizó, 70 estaban fuera de servicio. Casi seis años más tarde, sólo 12 de ellos volvieron a vivir. Es decir, no funciona más de la mitad.
"Empecé con la campaña hace casi seis años. Y un 15 por ciento de los relojes fueron rescatados del olvido, pero aún duermen demasiados", indicó Selvaggi, que se ocupa de cuidar y poner en marcha todos los días, desde hace 14 años, el reloj de la Legislatura de la ciudad.
Para cumplir con esta tarea, Selvaggi sube y baja diariamente, domingos incluidos, los 251 escalones en la Legislatura, porque el ascensor que comunicaba con el reloj no funciona: "Es que es un reloj muy alcahuete. Si no anda, es un quemo -dice, y agrega-: ¿Si la gente sigue mirando la hora en los relojes públicos? Con seguridad absoluta".
Desde la Subsecretaría de Patrimonio Cultural del gobierno porteño informaron que, según el último relevamiento que realizaron, en 2001, de los 61 relojes registrados, salvo 16 todos estaban fuera de servicio. Y desde entonces, apenas arreglaron tres: el de la Iglesia de San Ignacio, el del hospital Fernández y el de la Casa de la Cultura del gobierno porteño.
"Se presupuestaron otros trabajos, pero quedaron pendientes", informaron voceros de esa subsecretaría.
Como tantos otros, el oficio de cuidar y reparar estas valiosas piezas está en extinción. "Sólo hay dos empresas que se ocupan de esto. Y estoy yo, que soy un especie de asesor perpetuo", dice Selvaggi, único integrante argentino de la Sociedad de Relojeros de Inglaterra.
Además, hoy, en la sección de relojería de la Dirección General de Mantenimiento Edilicio, que depende del Ministerio de Espacio Público del gobierno porteño, trabajan apenas dos empleados; en los años 30, lo hacían 30 personas. No todos los relojes públicos dependen del Estado. Algunos pertenecen al propietario del edificio y muchos a las iglesias. Y en ninguno de los dos casos existe alguna normativa que regule su funcionamiento.
"El reloj del edificio de la empresa Alpargatas, que tenía más de 100 años, desapareció cuando la empresa quebró. Probablemente se lo llevó algún ejecutivo", opinó Selvaggi, y añadió: "Los que peor están son los de las iglesias. Allí es donde menos gastan, porque existe una insinuación desde arriba de que el reloj es una frivolidad, y entonces, su cuidado y reparación depende de la voluntad de cada párroco".
LA NACION comprobó que el reloj de la iglesia San Juan Evangelista, situada en La Boca, el de la parroquia Nuestra Señora de Balvanera, en Larrea y Bartolomé Mitre, y el de la iglesia Nuestra Señora de Pompeya, sobre la calle Esquiú, entre otros, continúan abandonados. En este último caso, un rayo arruinó el sistema eléctrico hace ya cuatro años.
Arreglos meritorios
"Hay gente que gastó dinero en revivir relojes públicos, y eso es muy meritorio", señaló Selvaggi. Según su inventario, además de los tres relojes mencionados que arregló el gobierno porteño, éstos son los que fueron reparados en los últimos años:
- Ex Instituto Biológico Argentino, en Rivadavia al 1700;
- Unión del Personal Civil de la Nación, en Moreno al 1400;
- Iglesia Nuestra Señora del Carmelo, en Marcelo T. Alvear y avenida Pueyrredón;
- Mercado del Progreso, en avenida Rivadavia y Primera Junta;
- Escuela Onésimo Leguizamón, en Paraná al 1000;
- Restaurante Michelangelo, en Balcarce al 400;
- Mercado de Liniers, en el barrio de Mataderos;
- Edificio de 25 de Mayo y Bartolomé Mitre;
- Ex casa Escassany, en Rivadavia y Perú.
Mientras tanto, el premio consuelo para los relojes que cayeron en el olvido es saber que aún pueden dar la hora exacta dos veces al día. Ni una de más ni una de menos.