Marita y Lorna ya son marca registrada en el Congreso
Antes de ir a trabajar ayudan a los que duermen enfrente
Las sonrisas de Marita y Lorna son lo primero que ven Carlitos, Romina, Pablo, Magdalena y Sebastián cuando abren los ojos. Cada mañana, dan la vuelta a la plaza del Congreso y despiertan a los que allí duermen, con un desayuno soñado: unas facturas, yerba, azúcar y un abrazo.
No pertenecen a una institución ni llevan credencial alguna. Son dos compañeras de trabajo que se propusieron cambiar el mundo que las rodea, aunque sea por una hora. Son esposas, mamás, empleadas de la Biblioteca del Congreso, que incluyeron "a presión", dicen, esta rutina solidaria en sus tareas diarias. Son sólo "Marita y Lorna", un sello registrado para los que duermen en la plaza.
Marita Iglesias y Lorna Pratt son compañeras desde hace 13 años. Hace dos años, se anotaron juntas en la Cátedra de la Solidaridad que dicta la Red Solidaria. Pero las ganas de hacer algo les picaban en las manos. Sentían la necesidad, pero sus ocupaciones no les dejaban tiempo libre y empezaron por lo que tenían más cerca. Todos los días veían decenas de personas durmiendo en la calle. No esperaron a terminar el curso. Sólo era cuestión de empezar, aseguran. De comprometerse y animarse.
El primer día trajeron las empanadas que sobraron en la casa de Lorna. Era la excusa. "Vimos que ellos tenían mate y termo, así que se nos ocurrió traer yerba, azúcar y algo para comer -recuerda Marita-. Era la forma de acercarse y ayudarlos a recuperar todas las cosas que perdieron."
Pequeños cambios
Algo empezó a cambiar. "Nos impresiona ver cómo hombres grandes, acostumbrados a la violencia de la calle, se ponen a llorar cuando los reconocemos por el nombre", dice Lorna. "Conmueve el agradecimiento del que no espera nada", agrega Marita.
Se dieron cuenta de que con poco podían hacer mucho. Su regla es creer las historias que les cuentan. Así lograron que, después de 20 años, un excombatiente se reencontrara con su familia, que lo daba por muerto. O que un papá pudiera salir de un neuropsiquiátrico para recuperar a su hijo. "Con una hora por día se puede hacer esto", se emociona Marita.
Marita tiene 46 años, tres hijos de 24, 19 y 11 años, está casada y vive en Olivos. Lorna es la mamá de dos nenas de 9 y 5 años, tiene 32 años, está casada y vive en San Telmo. Pidieron permiso en el trabajo y todos los días, de 8.15 a 9.30, se sumergen en estas historias difíciles, tratando de desanudarlas si pueden. Aprendieron a pedir ayuda. Ahí está Fernando, de la Iglesia Anglicana; un amigo que las ayuda a comprar cosas desde los Estados Unidos; la panadería que les dona las facturas.
LA NACION las acompañó y vio las caras asombradas de los transeúntes al ver a dos mujeres abrazando a los que habían pasado la noche a la intemperie, que les devolvían sonrisas que asomaban entre las frazadas.
"Al principio queríamos sacarlos a todos de la calle, pero nos dimos cuenta de que cada uno nos va marcando el objetivo", dice Marita, antes de relatar los avances que ven en Magdalena, una mujer de 89 años con problemas mentales. Tardaron un año en acercarse a ella y otro en que las reconociera. Hoy son Marita y Lorna. Y para ellas es suficiente.
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