Mejorar la educación, una dificultad que se volvió endémica y estructural
Los resultados de PISA 2018 vuelven a instalar dos preocupaciones centrales. Por un lado, la seria dificultad del sistema educativo argentino para garantizar aprendizajes de calidad mínima en áreas cognitivas claves como la lectura, la matemática y la ciencia. Y por el otro, que esa dificultad se ha vuelvo endémica y estructural, y atraviesa gestiones de gobierno nacional de distinto signo político, así como gobiernos provinciales diversos. Lo mismo que el problema de la pobreza, más allá de sus agravamientos y mejoras circunstanciales.
En el plano nacional, desde el año 2000, es decir, desde hace casi 20 años, los resultados de lectura cayeron desde los 418 puntos de 2000 a los 402 de hoy, con bajas abruptas entre 2006, cuando tocó los 374 puntos, y 2012, cuando alcanzó 396 puntos. Hoy el 52% de los alumnos de 15 años está en el nivel 1 de lectura, el más bajo de los 7 niveles de resultados. En matemática, los resultados se estancaron en un rango muy bajo, de entre 381 puntos en 2006 y los 379 de esta edición, con algunas mejoras entre 2006 y 2009, cuando llegó a los 388 puntos. En PISA 2018, el 69% de los alumnos está en el nivel 1, el más bajo de los 6 niveles de saberes alcanzados.
Bajos niveles de aprendizaje, lejísimos de los de los países desarrollados, pero también por debajo de los regionales, y falta de equidad educativa, en perjuicio de los adolescentes más pobres, se han vuelto las características más persistentes del sistema educativo argentino. No importa cuánto insista el discurso político de los múltiples lados de la grieta en las banderas de la calidad educativa o de la inclusión.
Esa interpretación se instala contundente, en principio, a partir de un primer análisis de los tres volúmenes y cientos de páginas cargadas de datos que dio a conocer la OCDE con los resultados de las pruebas PISA 2018, además del informe argentino elaborado por el Ministerio de Educación nacional.
Hay otros tres señalamientos necesarios que surgen de un primer análisis de esos datos. Primero, que el ranking con los resultados de los distintos países de América Latina es una foto precisa de la falta de eficiencia de la dirigencia político-educativa argentina a la hora de torcer el rumbo de un proceso de destrucción sostenido de capital educativo. Y la prueba está en ese contraste con el rumbo educativo de otros países de la región, como Uruguay, Perú y Chile, por ejemplo, que han venido mejorando algunos de sus resultados.
La Argentina está por debajo de la media de América Latina en matemática, por caso, y los adolescentes de 15 años en Chile les llevan a sus pares argentinos el equivalente a más de un año de escolaridad de acuerdo con los niveles de aprendizaje de matemática obtenidos.
El hecho de que otras naciones con historias tan o más complicadas que la argentina logren mejoras en los aprendizajes deja claro que el estancamiento y el empeoramiento educativo no son destino, necesariamente: esa evidencia vuelve la responsabilidad a la clase política local.
Segundo, que en la Argentina la desigualdad educativa está instalada entre las provincias. La edición 2018 de PISA por primera vez evaluó separadamente a las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Tucumán, además de CABA, que ya fue evaluada por PISA en 2012 y 2015.
En matemática, los resultados muestran una brecha de más de 70 puntos entre los aprendizajes de CABA y de Tucumán y de 36 entre los niveles de matemática de Córdoba y de Tucumán. Y una brecha de 47 puntos entre CABA y provincia de Buenos Aires.
Cuánta de esas diferencias provinciales se deben a factores educativos y escolares determinados por las políticas educativas de cada provincia y cada gobierno de turno, dado la estructural federal del sistema educativo argentino, y cuánto a condiciones extraescolares como el nivel de pobreza o riqueza del hogar del estudiante, es un tema a seguir analizando.
Y en relación con la CABA, la comparación de los nuevos resultados de 2018 con los de 2012 y 2015 abre un interrogante muy particular. Por un lado, PISA 2018 muestra a CABA como la jurisdicción argentina con mejores resultados. También con los mejores resultados de América Latina, inclusive mejor que Chile que, a nivel nacional, es el sistema educativo con mejores resultados en la región. Una buena noticia relativa: en promedio, los niveles de aprendizaje de América Latina están lejísimo del promedio de los países desarrollados.
Sin embargo, al mismo tiempo, PISA 2018 deja claro que, en las tres áreas evaluadas, la CABA cayó respecto de 2015.
En matemática, ahora obtuvo 434 puntos y en 2015, 456. En lectura, en PISA 2018 alcanzó 454 puntos y tres años atrás, 479. Y finalmente en ciencia, 455 puntos ahora contra los 475 de 2015. Por el contrario, respecto de 2012, en esta nueva edición CABA mejoró significativamente en las tres áreas.
¿Se trata de un empeoramiento real de los aprendizajes de 2018 respecto de 2015, es decir, de un problema de la política educativa porteña, o es que los resultados de 2015 de la CABA estuvieron sesgados por una preparación indebida de los alumnos que integraban la muestra a ser evaluada, que tergiversó esos resultados hace tres años, tal como se denunció en 2015? El gobierno de Horacio Rodríguez Larreta y la gestión educativa de Soledad Acuña enfrentan un desafío para explicar esta caída en PISA 2018: cualquier de las dos respuestas dispara polémicas.
Finalmente, PISA 2018 demuestra otra vez que en la Argentina el capital cultural y económico que los alumnos traen de sus hogares sigue siendo un gran determinante en los niveles de aprendizaje que se pueden alcanzar.
El punto es central: un peso mayor de esa herencia familiar en los resultados es prueba de la ineficacia del sistema educativo para reducir esa inequidad de origen. Es decir, el sistema educativo argentino es menos equitativo en la medida en que reproduce las desigualdades acarreadas desde el hogar.
De acuerdo con el Índice de Nivel Socioeconómico y Cultural (ESCS por sus siglas en inglés) que elabora la OCDE para estandarizar el contexto socio económico de los estudiantes, Chile es el país con mejor indicador, con -0,58. Los estudiantes de la Argentina, en cambio, tienen un contexto peor, con un ESCS de -0,95. En las tres áreas evaluadas, el cuartil de alumnos argentinos con mejor indicador de nivel socioeconómico tiene mejores resultados que el cuartil con menor ESCS: la brecha es de unos 100 puntos en los tres saberes. Pobreza y bajos aprendizajes siguen yendo de la mano en la Argentina.
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