Opinión. Muchas preguntas sin respuesta
Por Andrés Mega Para LA NACION
El perfil del violador es el de cualquiera: un hombre sin características especiales ni monstruosas, sino de edad media, de clase media, casado, con hijos, o sea, casi anónimo. Lo que hace diferente a un individuo así es la capacidad de actuación del trastorno de personalidad antisocial que presenta, que ha licuado hasta la extinción sus frenos inhibitorios ético-morales y necesita repetitivamente afirmar su yo enfermo, sobre la dominación sexual de su víctima, una sexualidad enferma y desviada en sus objetivos.
Teniendo en cuenta que, según datos del exterior, el porcentual de denuncias de víctimas no supera el 20% de los hechos realmente ocurridos, estaríamos, respecto del caso cordobés, en algo fuera de lo común por la cantidad y extensión de su carrera criminal.
Para la ciencia psiquiátrica forense, quedan preguntas: ¿existieron otros aditamentos a la estructura básica de su personalidad?; ¿se podría hablar de la presencia de un trastorno comicial acompañante?; ¿existirían anomalías cromosómicas en el perfil genético?; ¿se podrían verificar alteraciones anatómicas en sus estructuras cerebrales primarias, condicionantes de un impulso sexual irrefrenable? Todo eso es terreno de la hipótesis científica.
Resulta curioso el hecho de que el victimario había comentado a sus vecinos que él era el violador. ¿Fue esto un pedido de ayuda? ¿Sentiría culpa, o fue simplemente aburrimiento, al ver que era constantemente impune en su accionar? Son preguntas. Lo esencial ahora es trabajar sobre los integrantes de la familia del agresor, los que viven y vivirán un dolor y oprobio inenarrables, pues ellos también son víctimas de personas agredidas. Necesitan todo el apoyo posible.
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