Opinión. Negocio o salud pública
Por Claudio Mate Para LA NACION
Ha despertado controversias por estos días la aprobación (en nuestra provincia primero y en la Capital después) de nuevas medidas reguladoras sobre la venta minorista de bebidas alcohólicas. Sabemos que existe en nuestro medio mayor conciencia de que algo ha cambiado en las costumbres de tomar alcohol, especialmente entre los más jóvenes, de la necesidad de adoptar reflejos sociales sobre el tema o cuál debe ser el alcance de esos reflejos. Los escenarios del consumo han cambiado notablemente en una década, con consecuencias que nadie quiere, y nuestra respuesta sigue aletargada como si el paisaje fuera igual que el de hace 20 años.
Estamos ante un nuevo escenario epidemiológico del alcohol. Por supuesto que hace 20 años había alcohólicos, pero no había epidemia. Las bebidas alcohólicas se hallaban socialmente contenidas dentro del patrón alimentario, acompañando las comidas como herencia de nuestra cultura mayoritariamente mediterránea, y se vendían junto con otros alimentos en almacenes o restaurantes. La cultura contenía y nadie hablaba de alcoholismo juvenil, con excepción de algún caso aislado y exótico sobre el que recaía el peso de la condena social. También contenía ciertos "rituales", como las fiestas de fin de año o los brindis en ocasiones especiales de celebración.
Mecanismos rotos
Hoy, esos mecanismos de autorregulación social se han roto. El alcohol se instaló como un producto que se consume por sus propiedades farmacológicas y no por su sabor o por sus aportes calóricos a la dieta de los adultos. El 70% de los menores de entre 15 y 17 años lo consume regularmente; la mitad de los varones menores de edad lo ingiere habitualmente como una droga para entonarse, desinhibirse o envalentonarse, porque a los jóvenes los han convencido de que si no se medican no pueden divertirse.
Múltiples son los factores que contribuyen a este fenómeno de sobreadaptación narcótica al consumismo. Educación, familia y pobreza de opciones están entre ellos. Pero sobre este lecho se ha montado una estrategia comercial irresponsable inspirada en la rentabilidad a cualquier costo. La publicidad, el precio y la saturación de la oferta minorista son claves de esta estrategia. Cierto es que el comerciante minorista es el eslabón más delgado de la cadena, pero es parte de ella. Toda esta maquinaria no cierra sin la disponibilidad y la proximidad física de acceso al producto. En el mundo, el alcohol es una droga de venta regulada y restringida por sus efectos sobre la salud.
Hay responsabilidades del Estado, entonces, pero también de cada componente de una comunidad. De más está decir que una de ellas es el cumplimiento de las leyes que imponen la prohibición de la venta a menores de 18 años y la de venta en quioscos, polirrubros y estaciones de servicio.
También sabemos que hay comerciantes conscientes de que nuestras actitudes particulares forman parte de una construcción colectiva con consecuencias directas en la calidad de vida que queremos para nosotros y para nuestros hijos. Así lo han entendido para este verano las Cámaras de Comercio de Mar del Plata, Partido de la Costa, Villa Gesell y Pinamar, firmantes del "Consenso por los chicos", una carta compromiso en la prevención del alcoholismo juvenil.
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