El escenario. No hubo complot, sino astucia
Por Hernán Cappiello De la Redacción de LA NACION
La primera reacción del gobierno bonaerense ante el increíble robo al Banco Río de Acassuso fue quejarse de que fue víctima de una conspiración policial, tal vez con fines políticos. Durante veinticuatro horas se instaló la especie, sembrada por voceros del gobierno, hasta que el propio ministro de seguridad, León Arslanian, tajante, desmintió tal sospecha.
Acaso esa primera respuesta deba leerse como una tímida excusa ante el éxito de los delincuentes, que lograron escapar por un túnel subterráneo, debajo de un cerco de 200 policías que rodeaban la sucursal bancaria varias cuadras a la redonda.
En el seno de la policía bonaerense, donde el verticalismo no alcanza para acallar las pujas internas, tenían elementos para apuntalar aquella sospecha. En un solo día hubo, además del asalto al banco, un policía muerto y otro herido en San Martín, durante un tiroteo con una banda armada con lanzacohetes y lanzagranadas dignos de una guerra de Medio Oriente, y fue asesinada una clienta de una carnicería de La Matanza.
La idea conspirativa se basaba en que el superintendente policial Daniel Rago desplazó a oficiales en la zona norte, lo que provocó algunos disgustos. Nada tan grave, en apariencia, para provocar semejante jornada delictiva. Además, nada conecta esos tres episodios.
En otra toma de rehenes, en 1999, en otro banco, el Nación de Ramallo, también se habló de un armado policial. Pero en este caso fue para todo lo contrario: para que la policía pudiera frustrar el asalto y mostrar un éxito frente al delito que minaba la credibilidad del entonces gobernador Eduardo Duhalde y de su secretario de Seguridad, Osvaldo Lorenzo, tres meses antes de las elecciones.
Esa vez alcanzó para sospechar de una conexión policial de la banda y probar la ineficiencia de esa parte de la institución bonaerense, que terminó asesinando a ladrones (¿para callarlos?) y a rehenes inocentes.
Tras esa tragedia, la policía de la provincia de Buenos Aires profesionalizó sus grupos de elite y creó un protocolo para actuar ante los casos de toma de rehenes.
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Anteayer, la policía se ajustó exactamente a ese protocolo. Es decir, hizo perfectamente todo lo que tenía que hacer. Y lo más increíble de este robo es que los ladrones pudieron llevarse el botín porque contaron con que la actuación policial iba a ser ésa.
Esto es así porque los asaltantes actuaron de manera contraria a la que lo hacen los delincuentes que toman rehenes como garantía para poder escapar cuando, desesperados, se ven rodeados por la policía.
En este caso, la banda, una vez rodeada por la policía como dice el manual, no necesitaba una vía de escape, pues la había construido trabajosamente tres meses antes. Lo que necesitaban estos boqueteros al revés, que usaron el túnel para salir y no para entrar, era tiempo para concretar el robo.
Así, lo que siempre es una angustiosa negociación entre ladrones desesperados que amenazan con matar o suicidarse esta vez fueron escuetas conversaciones, tranquilas, entre un ladrón parco de 40 años y un interlocutor. Hasta cumplieron con el ritual de pedir pizzas y gaseosas, que no se comieron. Y las cambiaron por tres rehenes.
Fue una manera de continuar con la representación para ganar tiempo: para abrir las cajas de seguridad y para obligar a un funcionario del banco a abrir el tesoro, cuya cerradura se desbloquea con un retardo de 30 minutos.
Pero además necesitaban que la policía hiciera otra cosa: que cortara la luz, como lo indica el protocolo, para poder terminar de abrir el túnel de escape. Sin energía eléctrica no funcionaron las alarmas antisísmicas que se hubieran activado cuando la amoladora cortó la malla metálica que protegía la pared del subsuelo del banco, previamente perforada. Fue el último paso que dieron los ladrones para abrir la brecha que les permitió escapar.
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