El caso Garnil: los primeros minutos tras la liberación. "No se asusten: soy Nicolás, el chico secuestrado, y necesito un teléfono"
Así se presentó el adolescente a un matrimonio que caminaba por una oscura calle de tierra de Garín
María Inés Gaitán y Juan Alberto Mendoza volvían anteanoche del centro de Garín, con su hijo de 13 años. Habían pasado 15 minutos de la medianoche y hacía mucho calor. Iban por una calle de tierra. Un joven sucio y con el pelo desgreñado emergió de la oscuridad hacia ellos.
"Che, flaco, vení", le dijo a Juan Alberto. Ellos se asustaron y apuraron la marcha. El chico los siguió una cuadra, con paso tambaleante. Y volvió a llamarlos. Y esta vez se puso a llorar.
"No se asusten: soy Nicolás, el chico que secuestraron en San Isidro. Necesito que me presten un teléfono", dijo entre sollozos.
María Inés dio media vuelta y se le acercó. No podía creer que el chico que tenía adelante era Nicolás Garnil, el protagonista del caso que la mantuvo en vilo delante del televisor las últimas dos semanas. "¿Sos el chico Garnil?", le preguntó, y también ella se puso a llorar.
Se sentaron los dos en el cordón de la esquina de Rivadavia y Tierra del Fuego, en el barrio Cabot, en Garín. Nicolás le dio el número de teléfono de su casa. María Inés marcó desde su celular, pero no se pudo comunicar. Entonces le pasó el aparato a Nicolás.
"¡Hola, pa!", dijo. Y los gritos desde el otro lado de la línea se salieron del tubo. "¡Es Nicolás! ¡Es Nicolás!", repetía Carlos Garnil. El chico le dijo que estaba bien, pero no pudo seguir hablando. Entonces le preguntaron con quién estaba y le pidieron que le pasaran el teléfono.
María Inés les explicó que estaban en Garín, en medio de la calle pero que lo iban a llevar a la casa de ellos, en Tierra del Fuego 1900. "Nicolás está sanito; no tiene golpes ni está lastimado. Quédense tranquilos; nosotros somos gente de bien", les dijo.
Cortaron y empezaron a caminar las cinco cuadras que hay hasta la casa de los Mendoza. Nicolás les pidió un cigarrillo. Estaba desesperado, porque no había fumado en más de 20 días.
No recordaba cuánto tiempo había estado parado ahí. No podía decir si habían sido diez minutos o una hora. Sabía que había caminado bastante. Pero había perdido la noción del tiempo.
María Inés le contó que mucha gente había pedido por él todos estos días. Le dijo que se quedara tranquilo, que con ellos estaba seguro.
A Nicolás le costaba caminar. Tenía los ojos irritados y no veía muy bien. Les contó que lo habían tenido encerrado en una habitación oscura y que había estado atado de una pierna a la cama. "Pero me trataron bien. Todos los días me decían que mañana me largaban, pero pasaba un día y otro y me seguían teniendo ahí", les contó el chico, según el relato de la mujer.
Nicolás estaba vestido con una remera azul, jeans, sandalias de tiritas y medias blancas, algo sucias.
Llegaron a la casa y en la puerta Nicolás les pidió otro cigarrillo. Y quiso entrar. "Mirá que somos gente muy sencilla", se disculpó María Inés, y lo hizo pasar.
La casa de los Mendoza es de material y tiene una división de madera que separa la cocina del dormitorio del matrimonio. Hay fotos de los hijos por todos lados y una colección de esencias para tortas sobre una mesita. María Inés es ama de casa y Juan Alberto, albañil.
Le ofrecieron algo de comer o de tomar, pero Nicolás no quiso nada: sólo cigarrillos. Se sentó en una silla que hay junto a la mesa rebatible de la cocina. Le trajeron la tele de la otra habitación. Después de hacer un poco de zapping, el chico eligió la serie "24 horas", que estaba terminando por Telefé.
Hacía calor y cada minuto parecía una eternidad. María Inés miraba al adolescente y no lo podía creer. "Cuando lo vimos, nos asustamos. Tenía un aspecto feo. Creímos que estaba drogado y que nos iba a robar", cuenta sentada en esa misma silla que ayer ocupó Nicolás. "Yo lo miraba y no podía creer que estuviera sano y libre. También yo pedí por él y Dios me contestó. Me lo trajo hasta mi casa."
El barrio Cabot es una zona de casas muy humildes. Hay manzanas que están ocupadas por precarias casillas. Y de noche, prácticamente no hay iluminación. La casa de los Mendoza tiene un cartel en la puerta que dice "Tierra del Fuego 1900" y una ligustrina. Enfrente hay un descampado por donde corre un arroyo que ayer estaba seco. Hay perros por todos lados, que se echan en medio de la calle y sólo se mueven cuando cada tanto pasa un auto.
Pasaron 15 minutos hasta que la calma del barrio se interrumpió por el ulular de las sirenas. Unos cinco vehículos policiales llegaron hasta la casa donde estaba Nicolás, agazapado como un gorrión en la tormenta. Eran sólo uniformados. No había nadie de la familia, explicó María Inés.
Lo subieron a un patrullero y se marcharon. Antes de que se fueran, la mujer lo saludó emocionada, con un beso: "Cualquier cosa que necesites, nos avisás; ya sabés".
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