No tienen lugar para los pacientes y lo subican en los pasillos
Analía y Gustavo viven en el partido de Florencio Varela. Gustavo tiene 21 años y Analía, 18. Su hijo nació hace tres semanas. Los padres, cuya estatura no supera el metro sesenta, podrían ser hermanos del bebe. Pero los anillos dorados en sus índices indican que se trata de un matrimonio constituido. Gustavo y Analía no tienen obra social; durante el embarazo, ella se atendió en el Hospital Materno Infantil de Varela.
Cuando Analía empezó a tener las primeras contracciones fue a este nosocomio. El médico que la vio le dijo que había comenzado el trabajo de parto, aunque había un problema: todas las camas estaban ocupadas.
Pero el médico no mentía: cuando la mujer iba a la sala de partos vio que en el pasillo había mujeres acostadas sobre camillas. Dentro de la sala, las parturientas que acababan de dar a luz estaban sentadas en sillas.
Analía se dio cuenta de que realmente no había sitio para ella. "Por suerte llamaron al hospital de Berazategui y hablaron con médicos que nos dijeron que había lugar. Entonces fui ahí y tuve a Rodrigo sin problemas."
Gustavo, que parece mucho más joven de lo que es, carga a su hijo con orgullo. Sonríe al decir el nombre del bebe y se peina con los dedos el pelo teñido de azul: su admiración por el fallecido cantante cordobés es más que clara.
Dice estar muy feliz con su paternidad. Sin embargo, se siente desilusionado con la atención brindada en el centro asistencial. Cree que el mayor problema es de comunicación; no se brinda información precisa y adecuada. "Hoy vinimos a hacerle el primer chequeo a Rodrigo. Analía había pedido por teléfono un turno en pediatría, y cuando llegamos nos dijeron que como el nene es muy chiquito tiene que atenderse en neonatología." El médico no quiso revisar al bebe y la pareja tuvo que pedir un turno para otro día y retirarse.
Gustavo está preocupado por su hijo; quiere que un médico lo revise y le diga si está bien. Pero va a tener que esperar.
En el hospital de Florencio Varela las esperas son largas, el espacio escasea, hay poca luz y el color de los pisos no se distingue por la suciedad que lo cubre: las salas de espera están llenas de gente que a veces no tiene dónde sentarse.
Los médicos no dan abasto. Cuando LA NACION quisó consultar al jefe de guardia o a otras autoridades del nosocomio por los reclamos de los vecinos fue imposible que alguno de los profesionales parara un minuto para hablar. Están desbordados. De todos modos, la gente valora el esfuerzo que hacen. Aunque se pasen los días esperando.
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