Norberto Firpo: periodista y riguroso observador de la realidad
Norberto Firpo fue un periodista con alto sentido de la dignidad del oficio que había elegido desde joven, después de haber sido camionero. En su carácter cabían tanto el candor acuñado por la firmeza de una honestidad personal sin resquebrajaduras y reticente para comprender que virtudes de tal naturaleza no se replican necesariamente en toda la especie como la ironía cultivada por el intelecto voraz de lecturas. Esa ironía se enunciaba en modalidades rotundas bajo las cuales cubría casi con pudor el refinamiento del estilo.
Así se escondió en Tía Vicenta bajo el seudónimo de Ácido Nítrico, y así deleitó por años a los lectores de LA NACION con el propio nombre y apellido, sellos de calidad periodística desde sus comienzos en la revista Vea y Lea, en una celebrada columna de la página de Opinión: "Rigurosamente Incierto". Nada más fidedigno sobre la realidad circundante de un observador porteño que las anotaciones que hacía con un soplo pretendidamente apócrifo y los comportamientos tan reconocibles en criaturas familiares a los vecinos de Buenos Aires como el de su personaje central, el señor Peribañez.
Su carrera
Había sido secretario de Primera Plana, revista de relevante influencia a mediados de los años sesenta sobre la forma de interpretar en el periodismo argentino los acontecimientos políticos y culturales, y director, entre 1968 y 1972, de Siete Días, otro semanario de gravitación en nuestro medio. También fue responsable periodístico de la revista Panorama.
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Llegó a LA NACION en 1980 para hacerse cargo de un suplemento aplicado a instaurar entre los más chicos los hábitos de la curiosidad y la lectura, y pasó más tarde a editar la sección Vida Cotidiana.
Todo lo hizo bien, y si hubiera que rescatar un don específico en relación con sus incuestionables aptitudes periodísticas, diríase que fue en el terreno pedagógico de una redacción, el de la infinita generosidad con la cual corregía y enseñaba sin alardes a los más jóvenes los secretos de su dominio en este oficio: la capacidad para observar, el arte de escribir. Él mismo escribió cuentos y novelas: Las paralelas no se tocan, nene; Cuerpo a tierra, Grandísimo idiota, Redondeces.
Una semblanza del colega desaparecido el miércoles pasado y despedido anteayer en la mayor intimidad estaría trunca, en lo más vital, si ignorara la devoción futbolera con la cual se sintió comprometido con los éxitos y las desventuras de Vélez Sarsfield desde que pidió al padre, en la desazón por el descenso de 1940, asociarlo al club de sus amores. Seguía a Vélez hasta en las asambleas societarias.
Su salud manifestó una primera crisis en enero pasado, al desplomarse en Ezeiza cuando estaba a punto de viajar a Río de Janeiro con su compañera, Graciela Frega. Las alternativas de un mal neurológico del que no se repuso derivaron, al fin, en una neumonía, causa del fallecimiento.
Había nacido en Floresta, el 17 de diciembre de 1931.
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