Pagar el pato (o no)
Cualquiera podría asegurar que, también por acá, la moda escribe parte de la historia. Sobre todo en algunos gobier-nos, donde los looks del poder han estado tan estre-chamente vinculados con su acción. Basta recordar los oropeles menemistas, con brillos al por mayor para señoras, y también señores. O el perfil elegante e hipertradicional de la etapa De la Rúa, que de tan comme il faut resultó, con perdón de la palabra (y de la campera de carpincho), aburrida.
Tal vez por su carácter de gobierno de transición, el que ahora concluye pasará a la historia de la moda gubernamental, por llamarla de alguna manera, sin nada demasiado recordable. O sí, pero mejor olvidarlo: el vestuario de la reciente visita del presidente Duhalde y su familia a España.
A propósito: contrariamente a lo que muchos creen, estar vestido adecuadamente para cada oportunidad cuando se ocupan cargos de máxima importancia no es frívolo. Lo frívolo, por el contrario, estaría más bien en negarse a reconocer la obligación que en este sentido también se tiene. Porque la imagen de un país se construye de muchas maneras, y una mínima elegancia (si es que no se quiere más) es parte inseparable del conjunto.
De lo contrario, el pato del mal gusto o del desacierto lo terminamos pagando todos. Y la verdad es que no tenemos porqué.
cacevedo@lanacion.com.ar
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