Pauline Quinn, la monja que se hospeda en una cárcel argentina para enseñar a presas a entrenar perros de servicio
Desde 2010 visita la Argentina para apoyar el programa que funciona bajo la órbita del Servicio Penitenciario Federal
El dolor abre paso a la transformación. Así, al menos, lo piensa Pauline Quinn, una monja que vive en Wisconsin, Estados Unidos, pero que desde hace varios años visita la Argentina. ¿El motivo de sus viajes? Apoyar el programa que ayudó a crear bajo la órbita del Servicio Penitenciario Federal, en el que mujeres presas entrenan a perros de servicio para personas con discapacidad.
Durante su estadía en el país, Pauline no quiere lujos ni tratos especiales. Elije hospedarse en la cárcel en la que se desarrolla el programa, la Unidad 31 de Ezeiza. A pesar de su edad, y de estar atravesando una dolorosa enfermedad, esta religiosa se mueve con convicción por los pasillos del penal, siempre acompañada por Pax, su propio perro de servicio que fue entrenado en una prisión norteamericana.
"Cuando sufrimos mucho, podemos usar el dolor para generar un cambio. Y el perro es una herramienta para ese cambio", dice, sobre el motivo que la llevó a crear el programa Prison Dogs, que funciona en varias cárceles de los Estados Unidos.
"Cuando era chica tuve una vida muy difícil. Fui abusada y torturada. Un perro me ayudó a salir adelante. Como vi ese efecto en mi vida, quería hacer hacer algo para ayudar a otra gente", contó a LA NACION Pauline, que desde hace dos meses está alojada dentro de la Unidad Penitenciaria 31 en Ezeiza, en donde sigue de cerca la marcha de su proyecto.
Allí, un grupo de internas entrena diariamente a perros que luego son entregados a personas con discapacidad. "Decidí ayudar a prisioneros, para enseñarles cómo ellos pueden ayudar a las víctimas. Y muchas personas con discapacidades son víctimizadas, porque son rechazadas o no son apreciadas. Pensé que los internos podían aprender a ayudar a otras personas, para sentir que ellos también pertenecen a este mundo", sostuvo la hermana Pauline.
Para Pauline, toda la experiencia ha sido muy positiva y alentadora. "Aprendí que si realmente creés en algo, tenés que intentar que suceda, porque mucha gente puede lograr cambiar corazones y mentes", aseguró.
En ese sentido, la hermana Pauline desraca: "En este programa los prisioneros no reciben una mascota, están haciendo algo para ayudar a otra persona. Y eso cambia sus vidas, les da una oportunidad incluso una posibilidad de trabajo cuando salen".
Pauline dice que "los prisioneros aprecian mucho esto, trae amor a esta vida". Y esto genera un círculo virtuoso en el que todos se benefician. La creadora del programa no tiene dudas: "No podés cambiar a la gente con mano dura, sino con amor y consistencia".
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