Prueban fertilizar con desechos cloacales
Investigadores de la UBA experimentan con materiales procesados especialmente; los resultados son alentadores
Reciclar... Aunque aquí, en el sur del mundo, la palabra todavía suene un poco lejana será una de las claves del próximo siglo. En esa dirección trabajan los investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA. Gracias a la firma de un convenio con la empresa Aguas Argentinas estudian la posibilidad de utilizar los desechos cloacales que produce la ciudad como fertilizantes para la producción agrícola.
Quienes trabajan en el tema prefieren hablar de biosólidos ; sin duda, es más elegante que decir barros cloacales . Cualquiera que sea la denominación, se trata de una sustancia (realmente parece un barro) que resulta de tratar los desechos cloacales -tradicionalmente arrojados al río sin proceso alguno-, para no contaminarlo. Agua limpia por un lado, sólidos por el otro, ésa es la idea.
El agua limpia, tratada, inofensiva, vuelve al Río de la Plata. Pero, ¿y los sólidos...? ¿Qué hacer con ellos?
Por empezar, también reciben tratamiento: espesamiento, flotación, digestión (sí... las bacterias se los comen y los procesan) y centrifugación. El resultado sigue siendo un barro. Pero en este punto, el cambio ha sido tan dramático que ya ni siquiera tiene olor. En cambio, está lleno de nutrientes.
Como ocurre en algunos países desarrollados, la empresa Aguas Argentinas, que opera las únicas dos plantas depuradoras de Buenos Aires capaces de realizar este trabajo, intenta convertir los biosólidos en fertilizantes orgánicos. Pero antes de ser volcados en el campo en gran escala, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) tiene que autorizarlo. Y el visto bueno se obtiene luego de una serie de pruebas que deben garantizar no sólo que los biosólidos cumplan su función fertilizante, sino que no terminen contaminando el suelo o alterando seriamente su equilibrio.
Los encargados de tales pruebas son los investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA. "Entre 1995 y 1998 realizamos una primera tanda de experimentos. En estos días estamos poniendo en marcha la segunda etapa de pruebas, que demorará otros tres años", explicó el ingeniero Raúl Lavado, que junto con el ingeniero Miguel Taboada dirige los experimentos.
Ambos investigadores pertenecen a la Cátedra Fertilidad y Fertilizantes de la Facultad de Agronomía. "Durante la primera tanda hicimos seis experimentos -continuó Lavado-. Elegimos sitios ubicados en los alrededores del Gran Buenos Aires, en un radio de entre 100 y 120 kilómetros."
"En este caso, desde el vamos sabíamos que no íbamos a descubrir nada nuevo. Ya hay bastante información proveniente de Francia y de los Estados Unidos, donde se los usa desde hace tiempo -aclaró Taboada-. Sin embargo, aquí se trata de hacer experimentación adaptativa ; es decir, queremos saber cómo funciona el producto en distintos ámbitos locales. Por eso probamos con cultivos de maíz, soja y pasturas en diferentes tipos de suelo."
¿Cuáles fueron los resultados?
"Positivos, porque al aplicar biosólidos notamos mejoras en parámetros físicos, químicos y algunos biológicos", aseguró Lavado.
Los investigadores encontraron que, en cuanto al crecimiento de los cultivos, este producto es comparable con los abonos orgánicos, como el estiércol de gallina, caballo y vaca, y es competitivo en relación con los fertilizantes minerales.
"Quizá lo más interesante es que este producto posee cierto efecto residual positivo, cosa que generalmente no ocurre con otros fertilizantes con los que, después de tres años, parece que no se hubiera aplicado nada", continuó Lavado.
Los primeros pasos
Pero el trabajo no es sencillo. Hay que tomar innumerables mediciones del suelo y analizar. Algunas muestras se envían a los Estados Unidos y a Canadá, para mayor certeza.
Uno de los puntos críticos, por ejemplo, tiene que ver con los metales pesados. Normalmente, las cloacas transportan algunos de ellos, como plomo, cromo, mercurio y cadmio. Lo que querían evaluar los investigadores era en qué medida estos metales se depositaban en el suelo. Luego, si las plantas los absorbían, ya que eso implica un potencial peligro para las personas.
"Estudiamos suelos, raíces, tallos y granos, y descubrimos que si bien en algunos casos se registra algún tipo de acumulación en el suelo, los metales no pasan a las plantas", aseguró Lavado. Como efecto beneficioso, los biosólidos contienen zinc y cobre, dos nutrientes que suelen escasear en los suelos bonaerenses. También los nitratos, otro contaminante, fueron estudiados y los resultados fueron positivos.
La tanda de experimentos que comienza ahora tiene por objetivo evaluar el comportamiento de los biosólidos como fertilizantes, pero en gran escala; en grandes lotes de producción.
"En los países desarrollados, como en Francia, se estila que los biosólidos sean cedidos gratuitamente por las empresas encargadas del sistema sanitario. Generalmente, existe un tercero que se encarga de distribuirlos y aplicarlos", apuntó Taboada.
Los investigadores están muy interesados, además, en la posibilidad de utilizar los biosólidos para recuperar la fertilidad de suelos empobrecidos o directamente decapitados , como los que, luego de haber sido utilizados para construir ladrillos, perdieron toda su capa de humus.
Queda mucho por hacer, sin duda, y las aplicaciones pueden ser numerosas. Al fin y al cabo, son los primeros pasos en el arte todavía inédito para los argentinos de usar, recuperar y volver a usar que, seguramente, será todo un clásico del próximo siglo.
Rumbo al reciclaje
El próximo viernes, Aguas Argentinas dejará inaugurada oficialmente la primera gran planta depuradora de líquidos cloacales que, en la etapa inicial, tratará los desechos de 270.000 personas de los partidos de Tigre, San Fernando y San Isidro, aunque su capacidad permitirá que más adelante se amplíe la nómina a un millón.
Ya existe otro establecimiento en Aldo Bonzi, La Matanza, que atiende la descarga de aproximadamente 550.000 personas. Sin embargo, Aguas Argentinas está obligada a poner en marcha la infraestructura que permita procesar los efluentes cloacales de los más de 10 millones de habitantes de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. La obra tiene que estar lista en un ciento por ciento al final de la concesión, dentro de 24 años.