Rocambole: “Artista es una palabra que tomo con pinzas. Me gusta más realizador visual, más o menos como un carpintero”
Rocambole permanecía de pie, tranquilo y con la frente erguida, y parecía esperar el fin de aquel cataclismo con la serenidad del hombre que no teme la muerte, y que por una especie de fanatismo heróico, no cree deber llegar hasta haber cumplido su misión sobre la tierra."
El pequeño Ricardo lee con obsesión, folletín tras folletín, las aventuras de Rocambole. Su padre tenía reservado un lugar especial de la biblioteca para la colección completa del personaje creado por el francés Pierre Alexis Ponson Du Terrail, un canalla devenido héroe callejero que despertaba en Ricardito todo tipo de fantasías, aunque no podía imaginarse todavía que él mismo, treinta años después, tomaría su nombre, Rocambole, para firmar sus propias hazañas.
Ricardo Cohen tenía apenas cuatro, cinco años cuando aprendió a leer a través de la imagen, de las historietas, incluso antes de iniciar su escolarización formal. Con mucho esfuerzo, imaginación y dedicación, poco a poco, logró que esos signos que acompañaban los dibujos se fueran convirtiendo en letras, hasta que un día, sin darse cuenta siquiera, estaba leyendo. Desde entonces, dice, crear un cómic, hacer una historieta, fue su misión sobre la tierra.
Obcecado como su héroe, no tardó demasiado en cumplir su sueño y aquella meta es hoy, sesenta años más tarde, apenas una anécdota enmarcada en una obra que se escapó de las viñetas en blanco y negro, esquivó las galerías de arte por filosofía personal, se inmortalizó en las tapas de los discos y la imaginería de la banda más popular de la historia del rock argentino y explotó como ícono gráfico en las paredes de las calles porteñas, jujeñas o fueguinas, en las remeras de niños, jóvenes y mayores sin distinción de género y en la piel tatuada de miles y miles de seguidores de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
Pionero en los años 60 en eso de crear colectivos artísticos con La Cofradía de la Flor Solar, Rocambole construyó su camino por los márgenes y este mes, a los 71 años, tendrá su primera retrospectiva que, fiel a su prédica, no se exhibirá en un museo ni se colgará en una galería, sino que llegará en formato libro, con el sello de la autogestión: Rocambole. Arte, Diseño y Contracultura, abarcará 45 años de trabajo en las artes visuales.
–¿Cuando era chico ya soñaba con ser dibujante?
–No, yo soñaba con un mundo de mutantes que se arrastraban tratando de conseguir alimentos mientras la Tierra era arrasada…
–¿Y qué quería ser entonces?
–No sé si tenía una idea muy concreta de lo que quería ser. Creo que uno más bien se mueve por compulsión. Yo dibujé toda la vida porque siempre me gustó, desde chico, y no tuve en mi camino obstáculos para seguir dibujando. Dibujar es una forma de vida, una forma de pensar, más bien. He encontrado personas que me han dicho que dibujar es una forma de conocimiento y yo creo que sí. Dibujo para entender el mundo. Si lo tuviera que ejemplificar diría que la imagen es la del tipo que habla por teléfono y garabatea en un bloc, como si para ordenar las ideas a veces fuera necesario hacer algunas flechitas, rayitas, garabatos, digamos. Y eso es parte de un procesador que tenemos en el cerebro. Creo que hay diversos procesadores que son los que forman la inteligencia y hay algunos que tienen que ver con lo visual, con lo intelectual, con lo verbal, que son formas que el cerebro usa para atrapar el mundo, ¿cierto? Y cuando uno trabaja bastante con el procesador visual, uno tiene la necesidad de plasmarlo en otra superficie para ver qué pasa con todo eso.
–El oficio de dibujante uno podría decir que está presente desde los inicios de la humanidad, ¿qué cree que representa el dibujante en la sociedad moderna?
–Sin dudas dibujar es una de las aptitudes humanas. Si uno hace un racconto de la existencia de los seres humanos, en un principio, cuando los chicos tienen alrededor de 2 años, aprenden tres cosas: dos son evidentemente importantes, caminar y hablar. Y la otra es todo un interrogante de por qué aparece allí. Los chicos, a esa edad y en ese momento, aprenden también a dibujar. Dibujar es una condición evidentemente humana para desarrollar su inteligencia visual. En general estoy convencido de que en un noventa por ciento somos analfabetos visuales. A lo mejor no hay condicionamientos educacionales que nos puedan desarrollar lo visual, como tampoco hay muchos condicionamientos para desarrollar lo auditivo, lo motriz, etcétera, pero me parece que respecto a lo visual, hay bastante analfabetismo.
–Justo en estos tiempos de multipantallas.
–Sí, ésa es la contracara del asunto. Estamos rodeados de pantallas que nos inducen a cosas a través de imágenes y nosotros estamos bastante inermes con respecto a ellas, porque no tenemos un conocimiento claro para poder descifrar la profundidad de eso. No conocemos, excepto aquellos que trabajamos en este asunto, las particularidades del lenguaje visual. En estos tiempos, la pantalla del teléfono, del televisor, de las calles, nos envían imágenes y las imágenes nos dicen casi todo lo que tenemos que hacer, lo que tenemos que comprar, nos inducen al consumo, ni siquiera sabemos en cuánto nos inducen a ciertas conductas, obviamente nos inducen culturas, nos implantan culturas de todo tipo que a lo mejor se superponen a necesidades propias de nuestro entorno. Entonces, sería interesante un poco más de desarrollo educacional en la comprensión de imágenes, para poder tener un poco de espíritu crítico ante esta situación.
–¿En qué momento de su vida se dio cuenta de que se iba a dedicar al arte?
–Nunca tuve esa seguridad, pero dibujaba de manera natural. De hecho, cuando empecé a trabajar, en la adolescencia, traté de hacerlo siempre con el lápiz o el pincel en la mano. Hacía carteles de publicidad, pintaba vidrieras, quioscos, circos, parques de diversiones. Entonces, bueno, uno se mueve a través de la práctica como trabajo de la acción, de producir imágenes, y a la vez esas imágenes te van condicionando el pensamiento de la misma manera que vos las condicionás a través de tu crecimiento intelectual. Yo creo que cuando salí del servicio militar, estaba seguro de que iba a trabajar en diseño y arte, y de hecho es ahí cuando voy a inscribirme en la Escuela Superior de Bellas Artes de La Plata. Ahí decido que mi camino está un poco ligado a la producción de imágenes, ya sea las artes plásticas, el diseño o lo que fuera. Y también es ahí, estoy bastante seguro, que me di cuenta de que en ese sentido iba a acompañar a una cultura emergente que era la del rock and roll. Me parecía lo más normal unir la imagen a toda esa situación.
–Como artista siempre transitó por fuera del sistema oficial, por decirlo de algún modo…
–Por los bordes, por las brechas, llamémosle. O, como dice el poeta, "saltando ciertos decorados". Pero este asunto de la división entre artes superiores y artes inferiores nunca me cupo por el hecho de que, al acceder incluso al texto o a la imagen o a la cultura por medio de las historietas, para mí lo más artístico del planeta era la historieta. Las galerías de arte podían estar por ahí, fantástico el museo, pero para mí el gran arte estaba allí. Mi máxima misión supo ser cuando era chico poder ver en un quiosco una historieta con algún dibujo mío. Ése era el súmmum de la aspiración artística. Más tarde, cuando fui a la escuela de Bellas Artes me pulí un poco, conocí la historia del arte, las artes visuales, la filosofía del arte, la teoría de la comunicación, etcétera, etcétera, y recién allí entendí también el desarrollo de las artes visuales con respecto a lo que consideramos el arte serio, el gran arte o la cultura culta.
–Buena parte de su vida se la dedicó a la docencia, ¿se puede enseñar a ser artista?
–Artista es una palabra que siempre tomo con pinzas. Me gusta más la palabra realizador de imágenes, más o menos como un carpintero, alguien que hace determinada cosa, que tiene un oficio. Y creo que todo oficio se puede enseñar, si no no estaría vinculado a la educación. Ahora, lo que uno haga con el oficio, es otra historia. Me parece que el maestro o el docente lo más que pueden hacer es abrir puertas y mostrar caminos, pero no puede crear a un artista. Eso le cabe a cada persona.
–Desde hace seis años trabaja en el ámbito de la gestión cultural, una función a la que los artistas suelen escaparle. ¿Qué cosas lo movilizan en esa dirección?
–Mi idea es más o menos siempre la misma: abrir espacios para los emergentes. A mí me ha ocurrido, como a tantos otros, que al empezar con actividades artísticas se hace muy difícil encontrar espacios institucionales donde exhibir. Sea en las artes plásticas, la música o cualquier orden. Me interesa mucho la actividad de los artistas noveles, porque pienso que el arte se refugia en esas brechas donde está todo lo que llamamos subterráneo, emergente o arte callejero. Allí aparecen las innovaciones que más tarde llamaremos arte oficial o el arte que se ve. Abrir esas pistas para jóvenes artistas me motiva para hacer muchas cosas. Porque uno también se nutre bastante de eso, parece que no, pero en ese aspecto uno es medio vampiro. El contacto con artistas jóvenes te refresca la imaginación y hay un feedback, mucho intercambio. Por otro lado, me interesa también muchísimo darles margen a las actividades colectivas, a las sociedades de artistas que arman cosas en conjunto con fines artísticos. Hoy eso se está dando mucho...
–Usted se inició en un colectivo artístico como La Cofradía de la Flor Solar.
–Si lo veo desde mi propia historia, siempre estuve armando pequeñas pandillas, cofradías, barras, grupos. Y si lo veo desde la historia del arte, en general los movimientos artísticos se han dado en grupos, sobre todo en la plástica. Por otro lado, tengo la experiencia, siempre caigo en el mismo ejemplo, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, que al principio era un colectivo artístico.
–Ya que lo menciona, ¿por qué piensa que a trece años de la disolución de Patricio Rey exista todo un fenómeno editorial a su alrededor, que intenta explicar aquella experiencia, pero a través de la psicología o incluso la filosofía?
–Poné un mensaje hermético y generaciones tras generaciones tratarán de descifrarlo. Je, je. El tema con los Redondos es que no era tan hermético. Creo sencillamente que si uno tiene un grupo que hace buena música, con un guitarrista muy fino e inteligente, un cantante con una voz fantástica y que a la vez es un poeta extraordinario y que, modestamente, esa banda tiene un mensaje visual, ahí hay un cóctel que indudablemente tiene que pasar algo, me parece que es natural. Lo que no es natural es que se haya transformado en un fenómeno de masas, lo más natural hubiera sido que fuera un grupo de culto. Lo otro es desmesurado, ahí pierdo el hilo de la explicación… Quizá haya algo en esos chicos que los seguían en los suburbios, porque en un principio fue una banda un poco elitista, para ciertos grupos de gente intelectual, pero me parece que los chicos se anotaron porque notaron cierto aire de honestidad en la propuesta. Creo que anda por ahí la explicación. En una época insincera, un solo gesto de sinceridad era fundamental.
Bio
Profesión: realizador visual
Edad: 71 años
Dibujante, artista plástico y diseñador gráfico, prefiere entenderse como "realizador visual". Su obra se hizo popular a través de las tapas de los discos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Fue docente y vicedecano de la Facultad de Bellas Artes de La Plata. Hoy es coordinador de Políticas Culturales del Centro Islas Malvinas de la misma ciudad. De la serigrafía al arte digital, plasmó un estilo que hoy resuena aquí y en el mundo, con el grafiti como expresión natural de las urbes y la reivindicación de la cultura cómic y la novela gráfica en plena globalización. Este mes tendrá su primera retrospectiva en formato libro: Rocambole. Arte, Diseño y Contracultura.
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