Chicos marplatenses de un hogar católico y un programa del Obispado. Son marplatenses y vieron el mar por primera vez desde el aire
La Fundación Aerolíneas Argentinas invitó a 80 niños en una iniciativa especial
MAR DEL PLATA.- La primera ola de emociones llega con un grito unánime, que combina euforia y algo de temor, apenas el Boeing 737 despega y queda suspendido en el aire. La segunda, un "Uhhhhhhh!!!!!!!" interminable, se adueña de la nave a no más de 50 metros de altura. La sorpresa del vuelo de bautismo no es ya colarse entre las nubes sino el otro azul de la panorámica: la mayoría del pasaje es la primera vez que ve el mar.
Son chicos de 5 a 12 años de hogares más que humildes. Y todos son marplatenses. Sí: aunque muchos no lo puedan creer, para gran parte de estos niños nacidos y criados aquí, que no viven en las afueras sino en el casco urbano, las playas eran hasta ayer una imagen sólo vista en TV y en los diarios.
"Es inmenso", dice María Laura, de 7 años. A Jorgito, de 8, le llaman la atención las lanchas amarillas que pescan a varias millas de la costa. Desde arriba todo parece cercano. "Parecen papelitos de caramelos", compara a esas embarcaciones que están a dos mil metros de las suelas de sus zapatillas.
Unos 65 chicos del Hogar Hermana Marta y otros 15 del Programa Francisco, que coordinan el Obispado Mar del Plata y la Universidad Nacional de Mar del Plata, fueron los elegidos para cumplir con "El sueño de volar", nombre que lleva la iniciativa de Fundación Aerolíneas Argentinas.
"Nació por una inquietud del propio personal de la empresa y con ella creemos que los chicos disfrutan de una ilusión, que es lo más humano que tiene el hombre", dijo el gerente local de la aerolínea, Jorge Miglioranza, asegurando que estos vuelos se repetirán.
La experiencia duró casi media hora y permitió recorrer el frente costero casi hasta Miramar y luego sobrevolar buena parte de la ciudad. "Ahí está la cancha", coincidieron dos niños al ver el Estadio Mundialista. "Mi casa queda cerca", aseguraba otro, que vive en la denominada Villa Vértiz, un importante asentamiento precario.
Con el comandante
Mauricio y Damián fueron dos privilegiados. Se animaron en pleno vuelo y se acercaron hasta la cabina. Los pilotos Carlos Kisiel y Damián Alejandro les explicaron funciones de algunos relojes del tablero. Todos los chicos recibieron un refrigerio y una remera como souvenir de viaje.
Pero Mauricio se llevó de recuerdo una joyita: la carta de navegación que le regaló y autografió el comandante. El niño, de 8 años, bajó la escalerilla y antes de pisar la pista le dejó en claro a sus compañeros: "Cuando sea grande -dijo con rostro serio- voy a manejar aviones".
lanacionar