Un joven sueña con ser el primer argentino en viajar al espacio
Desde chico, Pablo Flores siempre quiso ser astronauta, como Glenn, Gagarin o Armstrong. Quizá porque, como dice él mismo, "en Mendoza llueve poco y se ven mejor las estrellas". O tal vez porque ese sueño espacial que nació en su infancia se le prendió como un abrojo y ya no pudo pensar en otra cosa... La cuestión es que está a punto de lograrlo.
En realidad, a punto es una verdad a medias. Los tiempos de gloria de los astronautas han pasado y para subir a un cohete en la Rusia actual se necesita algo más que entrenamiento: dinero. Y el pasaje de Pablo cuesta nada menos que 12 millones de dólares.
Pablo sabe que es difícil que pueda llegar a convertirse en el primer argentino en abandonar el planeta Tierra. Pero tiene algo a favor: "La suerte siempre estuvo de mi lado", aseguró durante una entrevista con La Nación , y cualquiera que repase su historia estará de acuerdo en que el muchacho no miente.
De Mendoza a Moscú
Convertirse en astronauta no es fácil para nadie. Para Pablo Flores, las cosas se complicaron desde un principio porque ni siquiera tuvo la fortuna de nacer en Rusia o en los Estados Unidos, los únicos dos países con capacidad para enviar humanos al espacio. Llegó al mundo en Capilla del Rosario, un barrio muy humilde de la capital mendocina, hace 30 años.
Nadie se sorprendía cuando decía que quería ser astronauta; claro, era apenas un niño. Pero él hablaba en serio.
Cuando Pablo terminó el secundario apareció el primer obstáculo serio. ¿Qué había que estudiar para ser astronauta? Nadie podía responderle. "Hice tres intentos: ingeniería electrónica en Mendoza y al radicarme en Buenos Aires, en las regionales Avellaneda y Haedo de la Universidad Tecnológica, pero no resultó. No se acercaban ni lejanamente a lo que yo quería."
Pablo tomó el toro por las astas: averiguó cómo una persona podía convertirse en astronauta de la NASA. Pero los costos estaban lejos de sus posibilidades. No pudo alcanzar lo que sí logró Fernando Caldeiro, un argentino que fue incorporado al cuerpo de astronautas de la agencia espacial norteamericana.
"Yo empecé de muy abajo", dijo. Así es que rumbeó hacia la embajada de Rusia. ¿Sería más fácil allí?
Hombre de suerte
"Eran los primeros años de la década del 90, en plena transición de la Unión Soviética al sistema capitalista -recordó-. En la embajada nadie sabía nada. Un secretario me hizo la visa y me recomendó viajar."
Pablo tomó el avión con sólo 150 dólares en el bolsillo. No sabía hablar inglés y mucho menos ruso. Tampoco tenía adónde ir. En el aeropuerto de Moscú tuvo suerte: conoció a un cordobés que lo alojó en su casa. La fortuna lo visitó nuevamente una tarde, en la carnicería: una mujer detrás de él hablaba español.
"La señora resultó ser la esposa de un científico que trabajaba en el Instituto de Investigaciones Espaciales de Rusia. Gracias a él pude inscribirme en el Instituto de Aviación y Tecnología de Moscú, donde se forma el 70% de los astronautas. Fui el primer extranjero en tomar clases allí."
Desde entonces, Pablo comenzó a prepararse para el gran día. Estudió, se entrenó duramente (como se entrenan los cosmonautas rusos) y trabajó en diferentes proyectos espaciales.
Según dice, ya está listo para viajar a la estación orbital MIR. Tiene un proyecto llamado Ad-Astra. "Un trabajo para y por la Argentina, que contempla desde prospecciones geológicas de nuestro país hasta un censo ganadero y seguimientos para prevenir incendios e inundaciones", explicó.
Pero los rusos cobran por llevar extranjeros a la MIR. Pablo ya tuvo la oportunidad de nacionalizarse dos veces (está casado con una psicóloga rusa y tiene dos hijos nacidos en ese país). Como cosmonauta ruso, el viaje no le costaría nada. Pero rechazó la propuesta. Quiere viajar al espacio como argentino.
Desde enero está haciendo enormes esfuerzos para conseguir alguien que financie su viaje. "Estoy en tratativas con una empresa que organiza encuentros deportivos", explicó esperanzado. Pablo espera que esta vez la suerte no lo abandone.
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