Un testigo directo de un proceso histórico
El cardenal argentino Jorge Mejía recuerda las tensiones del 62
ROMA (De nuestra corresponsal).- A los 89 años, la memoria del cardenal argentino Jorge Mejía, archivista y bibliotecario emérito de la Santa Iglesia de Roma, sigue siendo prodigiosa. Testigo directo del Concilio Vaticano II -primero como cronista de la revista Criterio y luego como perito (experto) designado por el Papa-, en diálogo con LA NACION Mejía evocó ese acontecimiento histórico.
-¿Qué es lo que más recuerda del Concilio?
-Diría que recuerdo todos los días. Recuerdo a Juan XXIII llegando al final de su discurso del 11 de octubre de hace 50 años, ya con el problema de estómago que tenía, sin dar nunca una señal de cansancio y diciendo lo que decía, por cierto en latín, porque fue todo en latín. También recuerdo a Pablo VI, que abrió y clausuró la segunda sesión, la tercera y la última, y cada uno de esos discursos son memorables. La clausura fue un acto estupendo: el Papa tuvo la idea de hacer venir a una cantidad de gente que representaba a categorías de personas, hombres y mujeres, artistas, escritores, obreros, y a cada una le entregó un mensaje de parte del Concilio, eso fue otra cosa inolvidable... Y el Papa hoy va a hacer algo parecido.
-Hay quienes dicen que haría falta un tercer concilio.
-No creo que haga falta otro concilio. Todavía hay que estudiar el Concilio Vaticano II. Yo me pregunto cuántos curas habrán leído los 16 documentos del Concilio... Ése sería un estudio interesante para hacer [risas]. El tiempo pasa, la gente lee otras cosas, por eso lo que el Papa hace en estos días actualiza esto y lo esencial sería leer el texto mismo, ojalá en latín...
-¿Qué recuerda de las famosas peleas entre tradicionalistas y progresistas?
-Había un grupo extremo de tradicionalistas que se fue afirmando a medida que el tiempo pasaba porque veían que las cosas iban en otro sentido que el que ellos hubieran querido. Y uno de los huesos duros de roer fue la libertad religiosa, y las intervenciones de Lefebvre, que era un padre conciliar como cualquier otro -que tenía dos títulos, porque era obispo y superior de una comunidad religiosa, son notables. Cuando uno las relee ahora, se da cuenta de que se podía prever que eso acabaría mal. De hecho, acabó mal [en referencia al cisma de los lefebvrianos].
-¿Y usted cómo se ubicaba entre los dos extremos? ¿Se sentía más cerca de los progresistas o de los tradicionalistas?
-¿Yo? Yo era un progresista tranquilo, un progresista prudente. Además, no tenía el relieve que tenían otras personas, no era obispo y no votaba... Otra cosa que no hay que olvidar, que me impresionó mucho, es cuando Pablo VI resolvió que hubiera mujeres auditoras en el Concilio, que no había, y el Papa lo inauguró para la tercera sesión del 64. Y cuando yo lo anuncié en Buenos Aires, porque yo lo sabía antes y podía decirlo, en una conferencia, alguien se levantó y gritó: "¡Usted miente! ¡Compromete al Papa!". Eso fue una gran cosa, eran mujeres notables y estaban en la misma tribuna que nosotros, los expertos, con un corredor en el medio, de modo que nos veíamos y saludábamos todo el tiempo.
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