Una noche larga que late con el pulso acelerado
Las pastillas, protagonistas en las raves
MAR DEL PLATA.- 3 AM. Taratatatatatataaaaaa? El corazón comienza a acelerarse. Los bajos que salen de los parlantes corren por la suela de las zapatillas, suben por la columna vertebral y recorren todo el cuerpo. Una marea de gente empieza a saltar y las luces iluminan al público. La música explota y nadie quiere quedarse quieto. En el escenario, el DJ apenas muestra entusiasmo. De todos modos, nadie lo mira. Con un botellita de agua mineral en la mano, Santiago se transporta con los ojos cerrados hacia algún lugar imposible. Esto es una fiesta electrónica, el espectáculo del hedonismo puro. Y nada va a detenerla hasta muy tarde o muy temprano, depende cómo se lo mire.
"Es donde mejor lo paso. Puedo bailar solo, sin fijarme en los demás, y sin que nadie me mire para buscar pelea, o cosas así", sugiere Santiago, de 24 años. "Tomo éxtasis una o dos veces al año para estas fiestas, pero nada más; no tengo ninguna adicción", añade. Advierte que no fuma ni toma alcohol. "Sé que es una droga y hay que cuidarse porque conozco gente que derrapó mal", aclara. ¿Miedo? "Nunca me pasó nada, aunque es cierto que no se sabe cómo están hechas las pastillas", sugiere.
"Sin tomar algo, ni vengo"
4 AM. Las botellas de agua no paran de salir. Los cinco pesos que cuestan no son ningún estorbo. La melodía de algún tema conocido suena de fondo dentro del remix que fabricó el DJ. Ahí está lo importante: el beat (latido). La fiesta interminable apenas comienza.
"Mucha gente no entiende por qué nos gusta bailar solos sin parar, pero tiene que ver con una sensación de trance y de liberación; obvio que sin tomar algo, ni vengo", dice Natalia que no debe tener más de 21 años. Esta vez, con unos amigos, compraron éxtasis a 30 pesos la unidad antes de llegar a la fiesta. "Acá es más caro y te venden cualquier cosa", agregó. Con rigor casi científico explica que hay diferentes tipos de pastillas con sellos que las identifican. Empina la botellita. Otro trago de agua.
5 AM. Llegó el momento que, a juzgar por los gritos, todos estaban esperando. Cambió el DJ y el nuevo hombre de las bandejas lanza una batería de sonido impactante. Pum, pum, pum? Casi nadie habla entre sí. Algunos forman alguna especie de grupo.
"Sé que acá muchos tomaron algo, pero a mi no me interesa. Soy un fanático de la música electrónica desde antes de que fuera masiva y me banco toda la noche o más, sin necesidad de ninguna droga", dice Luis, un porteño que vino a la fiesta con otros tres amigos. Ninguno tomó éxtasis. "Aunque reconozco que el éxtasis es malo, hay que rescatar que en estas fiestas la gente nunca se pone violenta y nadie se mete con el otro", interviene Paula una de las damas del grupo. "Muchos asocian la electrónica con las pastillas, pero hay otro público, que es sano y viene divertirse", añade.
6 AM. Los atletas del baile siguen rebotando. Algunos ya tienen los lentes de sol puestos para ensimismarse aún más en sus movimientos. La pertenencia a la electrónica no parecería ir por el lado de la ropa. Hay una mezcla de remeras con dibujos psicodélicos, jeans o buzos con capucha e inscripciones. No existe un patrón, aunque las prendas son de diseño. Abundan los accesorios: anteojos y vinchas; cinturones con tachas y pelos prolijamente encrespados.
7 AM. El éxodo comienza muy de a poco. En la puerta de salida tres chicas debaten qué hacer. "¿Dónde dijiste que había otra fiesta?", consulta una. "Me contaron que hay un boliche en la playa para donde van todos", responde una de sus amigas. Más allá, un chico ofrece a sus compañeros continuar el tour de force en su casa. Dice que tiene una? PlayStation.
Como sea, la fiesta debe continuar hasta el mediodía. Con la ayuda de los paraísos artificiales o sin ella. El mayor rendimiento es lo que cuenta.
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