Una visita al museo y la casa de un hombre de otro tiempo
En Laprida 1212 está el Museo Xul Solar. Se lo inauguró en 1993, tras cinco años de trabajo encarados por la Fundación Pan Klub.
Creada a instancias de la esposa de Xul Solar, Micaela “Lita” Cárdenas, que tomó como base el Pan Klub organizado por el artista en 1938, la entidad transmitió al arquitecto Pablo Beitía las pautas más adecuadas para la exhibición de sus originales trabajos.
El resultado fue un ámbito singular, único en la ciudad. El visitante tiene la sensación de que está en algo más que en un “museo”. Recintos de ese tipo son centros culturales. Allí hay otra cosa. O un museo, no más, pero asignándole otra dimensión al concepto de cultura.
Entrepisos, escaleras asociadas con desniveles o muros de cemento que abren o cierran espacios parecen parte de una escenografía intencionada, que exhorta a una participación vital. Como un jeroglífico de clave entre jocosa y lúdica, pero que también insinúa un camino hacia lo trascendente.
Nacido como Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari en San Fernando, el 14 de diciembre de 1888, y fallecido en el Delta del Tigre el 9 de abril de 1963, Xul Solar era un “hombre de otro tiempo”, al decir de su mejor amigo, Jorge Luis Borges, con quien compartía la admiración por el poeta inglés William Blake y el teósofo sueco Emmanuel Swedenborg.
Junto con Borges integraron asimismo su círculo íntimo Macedonio Fernández –tan extraño y misterioso como él– y Leopoldo Marechal, que lo incluyó como el astrólogo Schultze en su célebre “Adán Buenosayres”.
El autor de “El Aleph” seguramente lo situaba entre aquellos humanistas del Renacimiento, apasionados por adquirir la mayor cantidad de saberes y desarrollar las prácticas más variadas. No encajaba en su época, y menos en la que vendría después, la de la informática, la del viaje inmóvil.
Fue extraordinario pintor, por supuesto. Pero también astrónomo y astrólogo, inventor de juegos y objetos, constructor de muebles y estudioso de la matemática, la música, la religión y la filosofía hermética. Hablaba ocho idiomas, incluyendo el latín, el griego y el sánscrito.
La sede que alberga sus trabajos contiene mayoritariamente pinturas (83 cuadros), pero además hay en ella objetos varios, un tablero de panajedrez (la variante que fascinó a Bobby Fischer), máscaras, textos en panlengua y neocriollo –idiomas que inventó– y dibujos basados en dos milenarios medios adivinatorios: las cartas del Tarot y el I Ching, o Libro de las Mutaciones.
También se destacan los estudios astrales referidos, entre otros, a Alejandro Magno, Nietzsche, Goethe, Chesterton, Picasso, Baudelaire, Victoria Ocampo y tres sobre Borges.
Casa con energía
“No permitimos el ingreso, pero haremos una excepción”, advierte la señora de Povarché. Nos daba vueltas desde que llegamos: el deseo de conocer la casa que habitó Xul Solar, en los altos del edificio, con entrada por Laprida 1214.
Desde el museo se puede acceder a ella por una escalera caracol. Asoma primero un cuarto pequeño, con una ventana. “Era su pieza de meditación. Tiene una fuerte carga energética. Por la ventana hacía observaciones astronómicas”, explica. El reducido espacio del lugar contrasta con la elevada estatura (1,90 m) de quien se recluía en él.
En un breve pasillo se ve un almanaque con la imagen de Ceferino Namuncurá. Está detenido en enero de 1986. Luego, hay dos ambientes austeros, cuyos techos se hallan en mal estado, en parte resultado del incendio que provocó una estufa de hierro. Varias bibliotecas contienen los 3500 libros de la colección privada de Xul, sumados a su correspondencia. Resultan de enorme valor las cartas de Picasso, Modigliani y Apollinaire, que prolongan sus discusiones con ellos sobre estética, en París.
“Todo está en su lugar, como quedó al morir Lita, en 1988”, dice nuestra anfitriona. Además de una brújula y una cítara que pertenecieron al padre de Xul, y su vieja máquina de escribir alemana, proliferan los muebles hechos por él, como mesas, una silla que se convierte en escalera o un armonio especialmente diseñado para ciegos. También nos topamos con un gran esqueleto articulado que el artista usó en su labor como titiritero.
En un rincón del living, al lado de una lámpara de pie, está un sillón rojo, el favorito de Borges en las tertulias. Del escritor –que fue el primero que compró un cuadro de Xul y quien despidió sus restos en el 63 definiéndolo como “el acontecimiento más singular de nuestra época”– es la anécdota con la que cerramos esta nota: “Encontré a Xul Solar en la calle. Lo vi distinto y se lo dije. «Parece más alto». «Ocurre cuando se produce la conjunción entre Saturno y Marte. Entonces crezco entre 10 y 12 centímetros», me contestó”.
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