Viajar como ganado en el Sarmiento
"Si en Moreno ya está así, no me quiero imaginar cómo se va a poner esto cuando lleguemos a Merlo", atinó a decir José, un electricista de 52 años, mientras luchaba cuerpo a cuerpo por un espacio dentro la formación que partía anteayer, a las 7.30, desde la estación de trenes de Moreno rumbo a Once.
Diez minutos más tarde, cuando este tren dejó atrás la estación Paso del Rey e hizo su parada habitual en la de Merlo, la predicción de José se cumplió al pie de la letra: todos los vagones de la formación se saturaron de pasajeros que, al ritmo de "¡tranquilos muchachos, tranquilos!", convirtieron el tren en una suerte de Tetris humano hasta desencajarse, una hora más tarde, en su llegada a la estación terminal.
Para los usuarios de la línea Sarmiento, la hazaña cotidiana de viajar en una de sus formaciones comienza desde muy temprano, cuando en el mismo andén se unen cientos de hombres y mujeres, buscando aquel cotizado espacio en uno de sus trenes, y soportando luego, el recorrido en inhumanas condiciones.
"Es un servicio pésimo: mala higiene, gente asomada en las puertas, mucho robo, demoras, cancelaciones? La misma historia todos los días", se quejó María Esther, de 55 años.
Desde bien temprano, la estación Moreno parecía un gran hormiguero humano. Varios pasajeros señalaron que la clave diaria es llegar un buen rato antes a la estación para poder comprar con tiempo sus pasajes. Luego, resta cruzar las vías a través de los dos grandes puentes que desembocan en el andén central, para llegar a lo más difícil, tratar de ganarse un buen lugar en el tren.
Anteayer, desde los parlantes de la estación, una voz femenina anticipaba que el servicio circulaba con demoras. Precisamente en aquel tren que partió a las 7.30, la tragedia de Once se revivía con el relato de sus propios protagonistas. Nahuel Ruiz era uno de ellos. Este joven de 19 años vive en Moreno y viaja todos los días a la Capital a hacer mantenimiento de ascensores. El día del accidente logró salir por sus propios medios del tercer vagón, tras sufrir golpes en su cabeza y rodillas. "Cuando fue el choque, las puertas del tren no se abrían, estábamos muy desesperados", relató. Junto a él se encontraba Cristian Muñoz, de 19 años, otro sobreviviente. "Acá siempre entrás como podés. No te queda otra porque necesitás de estos viajes para ir a laburar", señaló.
Camino a Once, y tras la multitud de pasajeros en Merlo, otra avalancha humana intentó subir en Morón. "Permiso muchachos", suplicó un joven que llevaba su mochila sobre la cabeza, mientras trataba de descender. "¡Dale flaquito, dale flaquito!", le respondían los que intentaban subir. Luego, varias puertas automáticas no lograron cerrarse más.
"Que primer ni segundo vagón? Acá te ponés donde podés; si es que llegás a subirte a uno", se quejó Rodolfo, que tomó el tren en Merlo y viajaba pegado a la misma puerta abierta. "Que venga la Presidenta a viajar con nosotros -dijo con bronca-. Que vengan acá los políticos a viajar como viajamos nosotros."