El primer hijo de la princesa Isabel y del duque de Edimburgo nació el 14 de noviembre de 1948 en el Palacio de Buckingham, y su infancia estuvo teñida de un rigor militar.
A los 12 años, siguiendo los pasos de su padre, fue enviado al pensionado escocés de Gordonstoun, conocido por su régimen espartano, el ejercicio físico, las duchas frías en invierno y el autocontrol. Carlos nunca se los perdonó.
Entró a la universidad de Cambridge para estudiar historia, antropología y arqueología. Pero como lo quiere la tradición, inició una formación militar en la Royal Navy. Se mareaba a bordo y detestaba ese ambiente naval.
A los 30 años, la vida de soltero llegó a su fin. De la boda, celebrada el 29 de julio de 1981, los 700 millones de telespectadores sólo recordarán el “french kiss” a Diana Spencer en el balcón de Buckingham.
A pesar de la pompa y el beso, el corazón de Carlos se quedó con Camilla Parker Bowles, quien era su amante desde hacía diez años. “Fuimos tres en este matrimonio”, relató Lady Di en medio de la guerra familiar.
La opinión pública acusó a Carlos por el fracaso de su matrimonio. Paradójicamente, la muerte de Diana en un accidente de tránsito en París, le permitió recuperarse.
Su boda con Camilla, en 2005, consiguió hacerle perder ese aire de Hamlet melancólico y lejano. Nunca más objeto de polémica. A medida que su madre sumaba años y restaba obligaciones, él sumaba experiencia en el oficio real.
El nuevo rey británico también es un apasionado del arte, dotado de un gran talento como acuarelista, publicó varios libros con sus creaciones.
Su madre, como Majestad, respetó los pilares reales: el palacio, el ejército, la religión y la nobleza. Carlos, por el contrario, sueña con una ruptura. El nuevo rey tiene los medios, queda saber si aún tiene la voluntad.