Elegir un lugar tranquilo de la casa, preferiblemente cerca de una ventana.
Colocar en el centro del platito o cuenco con una cucharada de sal gruesa. Encima, apoyar el diente de ajo entero. A un costado, ubicar el vaso con agua. Al otro, encender la vela blanca ―representa la luz, la claridad y la conexión con lo divino― con un fósforo.
Sentarse frente al altar y respirar profundo. Visualizar una luz blanca que lo rodea como un escudo.
Decir en voz baja: “Nada externo puede dañarme. Estoy protegido. Mi energía es mía y está en paz”.
Dejar que la vela se consuma (si es pequeña) o apagarla luego de unos minutos con respeto, pero no sople. Tirar el agua y el ajo fuera de la casa al día siguiente. Se puede enterrar el ajo en la tierra si se prefiere una descarga más simbólica.