A veces jugaba con otros niños, pero siempre era diferente, y no permitían que los niños lo tocaran o que estuvieran en contacto cercano con él. Tenía que sentarse en un trono y cada día había unos 40 minutos en los que la gente que quería podía venir a verlo. Ese era el único contacto con el exterior. Venía gente que traía cosas de contrabando como música.
A los 16 años, convenció a los monjes de que necesitaba tener una educación occidental. Negoció con ellos para ir dos meses al instituto en Ibiza a estudiar con otros chicos, y aceptaron que se fuera con su familia.
Las primeras tres semanas le hacían bullying todos los días, todo el tiempo, pero él estaba muy feliz porque pensaba que se reían gracias a él. Era realmente inocente. La moto fue uno de sus primeros descubrimientos y se sintió libre. Podía ir solo a donde quisiera.
Poco después tomó la decisión: “No me voy a quedar en el monasterio para siempre. Una vez que cumpla los 18, nadie podrá detenerme. Seré independiente”. Su plan fue obtener permiso para ir a España para su cumpleaños 18 y allí, ya con mayoría de edad y fuera de la comunidad budista, ser libre.