Cómo impacta en la identidad de una persona
Lo primero que respondemos cuándo nos preguntan quiénes somos es nuestro nombre propio. ¿Por qué responder con el nombre a esta pregunta que no lo pide directamente? El nombre propio se ubica en los orígenes de la subjetividad. Antes de saber quiénes somos, nos llaman por nuestro nombre. Representa una parte vital del sujeto, como elemento de identidad individual y social, ya que es un signo único e identificatorio, que marca a la persona para toda la vida, sin haber participado de esa elección. Lo deciden en general los progenitores según sus gustos y necesidades.
En este sentido, el nombre propio habla de un entramado familiar imaginario, inscribiendo al sujeto en una red generacional y simbólica, y su importancia es tal en tanto ubica un lugar de existencia, como referencia a la que se anudan todos los papeles sociales correspondientes. Decir yo me llamo o yo soy implica ocupar un espacio en el mundo.
Respecto de esto, el apodo también define la identidad de una persona, estando más relacionado al otro social y cultural. El campo de acción vivencial y ocupacional resulta ser un factor importante para la creación y formación de nuevos apodos. Con la prevalencia de la tecnología en el modo de comunicación actual, también hay una nueva forma de reescribir el nombre, sobre todo en los jóvenes adolescentes. En definitiva, que un nombre sea extravagante o raro puede gustarle o no al sujeto que lo porta, pero lo importante es el deseo de los padres que quisieron inscribir con ese nombre al recién nacido, ya que esa marca es la que lo puede hacer único e irrepetible del resto de las personas, de la red familiar y del deseo que empujó a los progenitores a llamarlo así.
María del Carmen Badde