Privacidad, fake news e inteligencia artificial, las claves de 2018
Ya sé, no me lo digan. Se nos fue el año. ¿Volando? Quizá, aunque la percepción del tiempo depende mucho de la edad, los individuos y lo que nos haya ocurrido. Pero sí, 2018 prácticamente se habrá terminado para cuando lean estas líneas, y lo que sigue es un resumen de los hechos relevantes en tecnología, que también tratamos en nuestro podcast, Señales.
Privacidad
Creo que acierta el equipo de The Intercept al clasificar 2018 como el año en el que se terminó el tecno-optimismo y vimos el lado oscuro de la digitalización. En rigor, muchos veníamos advirtiendo sobre esto desde hace más de una década, pero ahora el asunto ya es vox populi. Es casi la única buena noticia que puedo dar en este sentido.
La imagen de Mark Zuckerberg ante el Congreso de la mayor potencia bélica del planeta no puede haber sido más perturbadora. Y por entonces –eso ocurrió en abril, luego del escándalo de Cambridge Analytica de marzo– todavía no se sabía cuán hondo bajaba el laberinto del uso y el abuso de los datos privados de los usuarios por parte de prácticamente todas las compañías grandes de Internet. Ocho meses después las revelaciones no hacen sino ennegrecer el panorama. No volveré sobre este asunto, porque lo tratamos sobradamente en LA NACION. Haré, sin embargo, un pronóstico, cosa rara en mi caso. Auguré exactamente lo mismo hace diez años respecto de la seguridad informática, y el tiempo me ha dado la razón. Con la privacidad ocurrirá otro tanto: el escenario va a empeorar.
El problema es que este no es un nudo gordiano que podamos cortar con una espada. Como ocurre con otros desafíos de la digitalización, tendremos que repensar un número de supuestos y de modelos mentales y económicos. La privacidad, como bien apuntó Bruce Schneier en su libro Data and Goliath, es un valor fundamental para las democracias (y por eso es un derecho constitucional). La explicación es simplísima: si sabés que te están vigilando, las posibilidades de que nuevas ideas prosperen es casi nula. Desalienta la innovación civil y la discusión del status quo. Pueden leer un artículo fantástico del propio Schneier (en inglés) sobre este tema aquí.
Espectros
Mucho antes del escándalo de Facebook, ocurrió otro, técnicamente más complejo, pero de consecuencias no menos graves. En enero se dio a conocer que procesadores de Intel (y otras marcas, como AMD e IBM y los basados en la arquitectura ARM) tenían dos vulnerabilidades, a las que los investigadores llamaron Spectre y Meltdwon, y que esas fallas no solo eran conocidas (al menos) por Intel, sino que estaban en prácticamente todo cerebro electrónico fabricado desde 1995 para acá. En marzo, Intel anunció que rediseñaría sus chips, pero veinte años de una electrónica fallada están debajo de casi todo lo que la civilización hace hoy. Dicho simple, estamos caminando (corriendo) sobre hielo delgado.
Con todo, aunque se detectaron ataques y se publicaron pruebas de concepto, luego de un año el apocalipsis digital todavía no ha ocurrido. Debo agregar, no obstante, que lo malo de Spectre y Meltdown es precisamente que permiten acceder a información cifrada sin que los atacantes sean detectados. Supongo que habrá más noticias para este boletín.
Fake news
Aunque existen desde hace miles de años y aunque en 2017 también fueron protagonistas, en 2018 se les dio más importancia. O, para decirlo correctamente, se empezó a ver los gravísimos efectos que tiene sobre las sociedades organizadas y libres. La buena noticia, dentro de todo, es que al menos hemos aceptado que es relativamente fácil manipular a las personas mediante noticias falsas. Quizá no se ha visto que la escala es mucho más descomunal que hace 30 años. Pero sabemos que tenemos un problema. El periodismo de calidad, al que los afiebrados de costumbre ya daban por obsoleto, parece ser la única defensa con que cuentan las sociedades (insisto: organizadas y libres, las dos cosas a la vez) contra las mentiras de la posverdad.
De shopping
Hubo dos adquisiciones notables este año. Microsoft se quedó con GitHub, un servicio cuya descripción suena muy compleja para los que no son programadores. Solemos decir que es un repositorio de código. Con un poco más de rigor, se trata de un servicio en la web para alojar proyectos de software y administrar las versiones mediante Git. Git, creado por Linus Torvalds (el padre del núcleo de Linux), es un software de control de versiones; esta última parte de la oración es la que suena algo indigesta. Pero es en el fondo bastante simple.
El control de versiones es un asunto muy, pero muy delicado cuando se desarrolla software, porque en general los proyectos son programados por varias personas a la vez. De modo que no es cosa de ir reemplazando código de cualquier manera. El control de versiones es un aspecto crítico para que miles, cientos de miles o millones de líneas de código no se enreden en un amasijo inmanejable (y posiblemente inútil).
En todo caso, la noticia es que Microsoft, otrora enemigo jurado del software libre, adquirió una plataforma nacida del riñón del software libre y muy utilizada por dicha comunidad. Pagó 7500 millones de dólares y levantó bastante polvareda.
Pero la compra tiene lógica dentro de la estrategia que adoptó Microsoft cuando asumió su actual CEO, Satya Nadella, y más en un contexto en el que no sólo el software libre está en todos lados, sino que el modelo de vender programas en cajas a costos siderales tiene cada vez menos sentido. Pero sí, al revés que compañías como Intel e IBM, que apoyaron el desarrollo de Linux casi de entrada, Microsoft se le opuso sin filtro. En 2001, el CEO que precedió a Nadella, Steve Ballmer, amigo íntimo y sucesor de Bill Gates, dijo que Linux y cualquier otro software registrado bajo la Licencia Pública General eran un cáncer. Así que no faltan motivos para la suspicacia.
Tanto se ha dado vuelta la rueda de la fortuna que el 17 de abril Microsoft anunció Azure Sphere, orientada a Internet de las Cosas. Azure Sphere usa una versión del núcleo de Linux.
Dato: quedará a cargo de GitHub Miguel de Icaza, fundador de Xamarin, que Microsoft adquirió en 2016. De Icaza es el creador nada menos que de GNOME, y reportará, vaya casualidad, a Scott Guthrie, vicepresidente de Microsoft al frente del equipo de Azure (la plataforma para computación en la nube de Microsoft). Hay que reconocerle a Nadella, porque eso también ocurrió este año, que sus ideas llevaron a Microsoft a recuperar tanto valor de mercado que llegó a superar a Apple; al cierre de esta edición seguía arriba de la empresa fundada por Jobs y Wozniak.
Y otro dato más: en marzo GitHub había sufrido un catastrófico ataque de denegación de servicio de 1,7 terabits por segundo.
Antes de dejar el tema Microsoft, un obituario. Paul Allen, el cerebro técnico detrás de Bill Gates, falleció a los 65 años de la enfermedad de Hodgkin que le habían diagnosticado en 1982. En general se asocia a Microsoft con Bill Gates, pero en realidad fue Allen, un tipo muy creativo, inteligente e inquieto, quien fundó la compañía y contrató a Gates; eran amigos desde la infancia. Allen creó incluso la marca, que originalmente se escribía Micro-Soft.
Por su parte, IBM se quedó con Red Hat, cosa que no asombra demasiado (la nube, de nuevo). Lo que le hace a uno levantar una ceja es la cifra: 34.000 millones de dólares. En 1994, cuando Bob Young le compró la distribución Red Hat a su autor original, Marc Ewing, estaba en la ruina. No hay remate. Sigamos.
Los que se fueron
Este año, aparte de Paul Allen, fallecieron otras tres figuras relevantes de la industria digital e Internet. El 16 de este mes, se sospecha que por una sobredosis, falleció a los 34 años Colin Kroll, que había fundado Vine (luego adquirido por Twitter) y HQTrivia.
El 21 de octubre, una figura mítica de la industria, Charles Wang, fundador de Computer Associates (CA), falleció de cáncer de pulmón a los 74 años. Había nacido en Shanghái y sus padres emigraron durante la guerra civil china a Nueva York, donde Charles fundaría una de las mayores corporaciones de Estados Unidos. A propósito, este año CA se convirtió en una subsidiaria de Broadcom.
El 24 de junio, a los 89 años, falleció Frank Heart, uno de los arquitectos de Arpanet, la predecesora de Internet. Sin entrar en mil detalles técnicos, puede decirse que Heart fue uno de los creadores del primer router, por entonces llamados Interface Message Processors.
El 7 de febrero murió John Perry Barlow, uno de los pioneros de Internet y cofundador de la Electronic Frontier Foundation. Ensayista y ciberlibertario, había escrito las letras de varias canciones de Grateful Dead y se había unido a The WELL, una de las más antiguas comunidades virtuales de la Red.
Debo anotar un deceso más aquí porque es tan triste y lamentable como histórico. Elaine Herzberg fue atropellada en Tempe, Arizona, Estados Unidos, por un coche autónomo de Uber y falleció en el hospital. Tenía 49 años. No asombra ver a Uber de nuevo envuelto en un escándalo. Pero aquí estamos hablando de una vida humana. Si esta es la idea de progreso técnico, algo está espantosamente desviado. A largo plazo, 2018 será recordado como el año en el que se registró la primera muerte (esperemos que la última) causada por un vehículo autónomo.
Una moneda
Bitcoin había llegado a valores estrafalariamente altos en diciembre de 2017. Redondeemos en 20.000 dólares por cada bitcoin. Como todo lo que sube tiene que bajar (en realidad parece ser algo más complejo que eso), en 2018 se desplomó; mientras cerraba esta nota, estaba en (redondeo de nuevo) 3700 dólares.
Creo que bitcoin en particular y blockchain en general son ideas brillantes y que se han convertido y seguirán siendo líneas fuertes. Pero cuando se trata de dinero es imposible evitar los especuladores, y 2018 demostró que el valor que cada bitcoin tenía en octubre de 2017, antes de que empezara a trepar sin control, era más razonable que el que alcanzó en diciembre de ese año. Pienso también que 3700 dólares por cada unidad de una criptomoneda no es nada despreciable. Quizás el bitcoin no tanto se desplomó como que recuperó su valor real. ¿Realista? Veremos. Es terreno no cartografiado, aunque la codicia es un mal tan antiguo como la humanidad.
Como quiera que fuese, aunque 2018 fue malo para Bitcoin (o todo lo contrario, depende de cómo se lo mire), fue el año en el que la cadena de bloques empezó a aparecer tímidamente en el discurso público, lo que es una buena noticia.
Artificialmente ingenioso
El otro concepto que entró en la charla cotidiana y llegó a las páginas de los diarios, en este caso sin ninguna timidez, fue el de la inteligencia artificial. En LA NACION publicamos muchas notas y hablamos en la tele y en podcasts, así que no abundaré en el asunto. Ojalá que el asunto aparezca no solo en el discurso, sino también en la agenda pública. Porque el empleo tal como lo conocemos va a cambiar de una forma drástica en los próximos 10 a 20 años, y ese cambio pide a gritos políticas de Estado. No me gusta hacer predicciones, y ojalá me equivoque. Pero la turbulencia ya se está haciendo sentir, y en este caso no podemos escapar hacia adelante.
La libélula no es un bicho
El proyecto Dragonfly, de Google, se conoció en agosto, por la filtración de un memo por parte de The Intercept. Dicho simple, se trataba de un buscador para China con censura previa integrada. El escándalo no sólo llegó a los titulares, sino que causó una rebelión entre sus empleados. Se supone que para estas fechas la compañía ha desistido de regresar a China. Al menos, con un buscador.
Lo que vendrá
Estamos viviendo escenas que parecen extravagantes pero que se venían gestando desde hace al menos 40 años. Los desafíos están por todas partes, y sigo sosteniendo que las antiguas recetas no van a funcionar esta vez. La civilización está ahora empezando a despertarse en una realidad que se parece a una novela de ciencia ficción, pero sin las licencias y omisiones que un escritor puede permitirse. Creo que los derechos civiles son el norte de una brújula que por momentos parece haberse vuelto loca, pero que en realidad nos está obligando a recalcular. Ojalá no perdamos ese norte.
Para todos los lectores, mis mejores deseos para el año que está por empezar y que, eso se los firmo, no va a ser menos disruptivo que el que se va.