Un experimento con WhatsApp y un truco de regalo
A las cuatro millones de cosas que teníamos que respaldar y, llegado el caso, migrar a otro dispositivo, ha venido a sumarse ahora WhatsApp . Dado que el destino de Occidente depende de este mensajero (eso fue un chiste), no es ninguna mala idea respaldar los mensajes. Como ocurría (y en general, sigue ocurriendo) con el correo electrónico, guardar lo que hablamos en WhatsApp, especialmente en los grupos, es una técnica de supervivencia digital básica. No faltará la ocasión de cotejar un dato o refutar la afirmación de algún falsario. Y también de la misma forma que nos ocurre con el mail, el volumen de archivos que almacenamos en unos pocos meses es, simplemente, demencial. La mayoría es hojarasca, pero, obviamente, no existe modo alguno de revisar esos mensajes para guardar solo lo relevante. Así que hay que de algún modo trasladarlo al nuevo teléfono, cuando vamos a cambiar de modelo.
WhatsApp es un servicio más nuevo que el correo electrónico, se sabe. Treinta y ocho años más nuevo, para ser precisos. Es también un servicio muy diferente. WhatsApp es un mensajero instantáneo . El correo es, bueno, correo. Sus clientes (tradicionales o web, como es el caso de Outlook, Thunderbird, Gmail.com y Outlook.com) ofrecen reglas (filtros, en la jerga de Gmail), permiten crear carpetas, tienen buenas herramientas de búsqueda, y así. Whatsapp no tiene nada por el estilo, por eso es una pesadilla emplearlo para gestionar.
El otro problema de WhatsApp es que es instantáneo y en tiempo real. Podés responder quince horas después, pero lo más probable es que en esas 15 horas el grupo haya cambiado 8000 veces de tema. Para empeorar las cosas, el mensajero añadió hace unos años la confirmación de lectura, así que si entrás a leer, el autor del mensaje sabe que lo leíste (y que, por ejemplo, no respondiste).
Por supuesto, como nosotros también apelamos a la confirmación de lectura, quedamos empantanados en este jueguito que es, admitámoslo, algo adolescente. Existen modos de ir siguiendo una conversación en un grupo sin que los autores de los mensajes sepan que estamos leyendo. Por ejemplo, en la versión Web, alcanza con poner el cursor sobre la vista previa del mensaje, debajo del nombre del grupo, pero esto agudiza la peor calamidad de WhatsApp; esto es, que hay que estar todo el tiempo pendiente de sus notificaciones.
Dicho más simple, mensajear no es gestionar. ¿Cuál es la diferencia? La instantaneidad. Gestionar requiere trazabilidad, orden y rendición de cuentas (no necesariamente pecuniarias). En cambio, y como me ocurre en dos grupos de rescatistas, los datos de un perrito perdido en junio de 2018 muy probablemente ya no sirvan de nada. Esos grupos usan correctamente WhatsApp, porque lo emplean solo como mensajero.
Pero, de todos modos, allí está el mensajero que Facebook compró en 2014 por 22.000 millones de dólares, acumulando toneladas de mensajes, imágenes y, ¡ay!, sus tristemente célebres audios.
Hacer un backup de todo lo que tenemos en WhatsApp debe empezar siempre por borrar los grupos cuyos contenidos no necesitamos. O sea, que no se usan para gestionar. Eso va a reducir considerablemente el volumen de lo que habrá que subir a la nube. O sea, ahorraremos tiempo.
Luego, hay que ir a Ajustes> Chats> Copia de seguridad. En Android, la opción es hacer este respaldo en Google Drive. En la web hay métodos para usar Dropbox, por ejemplo, pero no los he probado. Y como para usar un Android es prácticamente menester tener una cuenta de Gmail, allá vamos. La buena noticia es que no ocupará espacio en Drive.
Como saben, no uso la nube para cuestiones sensibles. Y pocas cosas más sensibles que WhatsApp. Así que de manera predeterminada, no tengo activada la copia de seguridad. Solo lo hago cuando migro de equipo. No obstante, el mensajero da opciones que cubren todas las necesidades. Van desde nunca hacer copia de seguridad hasta hacerlo a diario, semanalmente, mensualmente o solo cuando presionamos Guardar. Esa es la opción que usé en este experimento. ¿Experimento? Sí, claro, ya llegaré a eso.
Sigue ahí
Con mi Wi-Fi y durante las vacaciones (porque uno nunca sabe), dispuse todo para que mi anterior teléfono hiciera la copia de respaldo. Cuando terminó de trabajar (ahí es donde ganamos tiempo eliminando lo que no necesitamos, especialmente audio, fotos y videos), pasé al equipo nuevo, instalé WhatsApp, registré la línea y lo dejé hacer.
Cuando el uso de almacenamiento, que también se puede ver en Ajustes, fue igual al espacio que ocupaba en el teléfono anterior, caí en la cuenta de que más de un año de mensajes, fotos, videos y audios estaban ahora graciosamente en la nube. Todo bien, yo sé que se esfuerzan con mejorar la seguridad, y que en ese sentido Google es bastante confiable. Pero principios son principios, así que entré en Drive y le di clic a Copias de seguridad, abajo a la izquierda. Allí estaba el archivo con todo mi WhatsApp. No sin cierta inquietud, lo eliminé.
Resultado (por otro lado previsible, pero había que probarlo): los mensajes restaurados en el teléfono nuevo seguían ahí, intactos.
Hay algunos otros experimentos interesantes por hacer con el respaldo de WhatsApp, pero esta es la forma más práctica de hacerlo. Los dejaré para otra ocasión.
Una cosa más, que, por lo que estuve averiguando no está muy difundida. Para mandar mensajes de audio no hace falta mantener apretado el botón del micrófono. Bueno, sí, hace falta. Pero si sos de mandar mensajes largos, podés arrastrar hacia arriba el botón del micrófono y al soltar quedará grabando, hasta que aprietes la flecha de enviar. ¿Es una flecha o es un avión de papel? Siempre me lo pregunté.
Hablando en serio, una de las ventajas de este método es que te da un segundo más para pensar si vale la pena mandar ese mensaje de audio (o si te salió medio horrible), antes de tocar la flecha de enviar. O el avioncito de papel, es lo mismo.