Un humilde aporte para mejorar los audios de WhatsApp
Todo el mundo está rezongando por los mensajes de voz. Por eso, aquí va una propuesta superadora
Estos días he oído a mucha gente quejarse, y no sin razón, de los audios de WhatsApp. Colegas en la radio y en el diario (hubo un debate enardecido esta semana aquí, en SABADO), amigos, allegados, contactos, parientes, desconocidos en la cola del super, alumnos y, con cierta circularidad sospechosa, también wathsapperos de fuste, si me permiten el neologismo. Todo el mundo está rezongando por los audios de WhatsApp.
¿Qué decir? Para el que los pronuncia son de lo más prácticos. ¡Cuánto más fácil es apretar el dichoso microfonito y soltar la lengua que ponerse a tipear! Es casi un deleite, para qué negarlo.
Pero del otro lado, del lado del receptor, ¡ay, qué calvario! Si el audio dura 5 o 10 segundos, vaya y pase. Pero ya saben, también están los otros, los que abusan del discurso como un político en campaña, imponiéndote de este modo la ingrata tarea de pararte por ahí con el teléfono en la oreja, calladito, como si te estuvieran reprendiendo o reclamándote un pago atrasado.
Tampoco faltan –tengo unos 15 en mi haber– los que presionan sin querer el micrófono, y entonces recibimos un estremecedor mascullar incomprensible, como el del que está siendo abducido por extraterrestres o como un disco pasado en reversa. Sumale ese bebe que le roba el celular a alguno de sus padres y te envía o bien una conversación privada que habrías preferido no oír o bien esa glosolalia simpática del niño que todavía no habla, pero lo intenta. Lógico, es lo que hacen mamá y papá con el teléfono: mandan audios por WhatsApp.
En todo caso, no quiero sumarme a las quejas. Las comparto, ciertamente, pero en esta ocasión quiero proponer una suerte de lista de verificación que deberíamos adoptar, de común acuerdo, antes de enviar audios.
¿Era necesario?
Se trata, básicamente, del mismo decálogo que sigue un contador de historias, un escritor o un orador. La primera pregunta que debemos responder es: ¿por qué vamos a mandar ese mensaje de voz? ¿Aporta algo? ¿Es interesante, emocionante, informativo o de alguna otra manera relevante? ¿Hace falta?
Extensión
Supongamos que sí (lo que es falso el 72,8% de las veces, pero bueno). Entonces, la siguiente decisión tiene que ver con la extensión, que es también el mayor obstáculo con el que se encuentran los autores inexpertos. Esto es, les cuesta sacrificar párrafos. La brevedad no es una mutilación. Es un tributo al lector. Ejercicio difícil, pero imperioso, es el de intentar decir lo mismo con mayor economía de palabras. Ese desafío afila la pluma más que una navaja.
En WhatsApp, lo ideal es no pasar de los 10 segundos. Sin preámbulos, sin epílogo, sin moraleja, sin remate, sin despedida y sin vocativos. A los 5 segundos el receptor ya siente que lo están sermoneando. Es hora de redondear.
Para probar la verdad fundamental que se esconde detrás de estas cifras –en apariencia arbitrarias–, alcanza con ponerse de pie en el living, colocar el celular en el oído y contar diez segundos con un reloj. Exacto, es una eternidad. Ahora ponete en el lugar del pobre sujeto que debe soportar un mensaje de 3 minutos. Es una eternidad multiplicada por 18.
Ahora bien, observarán que no propongo bloquear a todo individuo que nos envíe audios de más de 10 o 15 segundos. Pero a mayor extensión, mayor preparación. Si vas a mandar un mensaje de varios minutos, stop. Primero leé lo que sigue.
Plan de obra
Buscá un cuaderno y un lápiz. O abrí la notebook. Un pizarrón también sirve. Es hora de trazar un plan de obra. Es decir, cada uno de los capítulos, descriptos en detalle. La introducción y, quizá, un remate. Todo bien cronometrado. Un perfil del receptor, sus preferencias, sus hábitos de consumo cultural y, en especial, la música que más le gusta. Porque, ¿no serían mucho más tolerables esos 3 minutos si los matizáramos con una banda sonora? Vamos, que 3 minutos en WhatsApp equivale a un largometraje de 2 horas en el cine.
A continuación, redactaremos el texto (más sobre esto enseguida) y ensayaremos el discurso usando el grabador del teléfono. Una vez que estemos conformes con el resultado (nos llevará más o menos 2 horas de trabajo), estaremos listos para enviarlo.
Tono, ritmo, registro
Es menester asimismo trabajar con esmero el tono, el registro y el ritmo de la disertación. Asunto nada simple que requiere bastante histrionismo. No nos damos cuenta, pero al carecer de un interlocutor del otro lado sonamos un poco como alelados, algo atípicos, como el que habla dormido o se acaba de despertar de una siesta de 3 horas. Deberíamos saberlo, porque ya hemos sufrido este cocoliche con los contestadores automáticos. Muchos recordarán esas exposiciones equívocas, cuyos primeros segundos nos tenían en vilo, no pudiendo determinar si lo que seguía era una noticia catastrófica o una consulta culinaria.
Quiero decir, si mandás una alocución formal y solemne para comunicar que hacés un asadito el domingo y, hacia la mitad, pedís jocosamente que traigan el postre, y finalizás con que va a estar lindo y se vengan con la malla, dicho esto de forma agitada porque justo estabas cruzando la calle y casi te atropella un camión con acoplado, lo más probable es que el receptor crea que lo estás cargando. Lo que me lleva a la siguiente cuestión.
Grabación
Un mensajito de 10 segundos no demanda condiciones de grabación demasiado profesionales. En cambio, si vas a tirarle por la cabeza un mamotreto de 3 minutos, mi mejor consejo es que lo hagas sentado confortablemente en un lugar silencioso, y, por supuesto, que leas pausadamente el texto que, como vimos, habrás preparado de antemano. Un discurso de 3 minutos consta de unos 3000 caracteres, más los silencios para respirar. Opción B: aprendé a aguantar la respiración durante 3 minutos. Opción C: entrenate en el difícil arte de hablar también cuando inhalás.
Es decir, no suma nada –pero nada– que se oigan bocinazos, niños berreando, ladridos, máquinas de cortar pasto, la tele, objetos que se caen, el portero eléctrico, el lavarropas y, sobre todo, cualquier sonido agudo, que vos posiblemente no registres, pero que el micrófono de tu teléfono transformará en tortura del otro lado del vínculo celular.
Si estás pensando en el tema de la cortina musical, obviamente habrás de añadirla después en un estudio profesional o, si sos de mandar muchos mensajes extensos, podés comprar una pequeña consola y hacerlo vos mismo. Ya que estás, traete un par de buenos micrófonos. Y unos auriculares de estudio. Ah, y el rack, una bandeja giradiscos para vinilos y un deck para casetes (esa colección de música ochentosa en cinta es impagable). Estamos hablando de una inversión de 50.000 pesos, más o menos. Ojo, lo vale.
Oratoria
Otra cuestión, no menor. Hablar es todo un arte. No estaría de más un cursito de oratoria para evitar las pausas innecesarias y las muletillas como ehmmm y esteeee. Además, te va a ayudar a pronunciar claramente. Por ahí te parece una exceso, pero es porque nunca recibiste uno de esos mensajes dubitativos, oscilantes, meandrosos, a medio camino entre el balbucir del ebrio y el espumarajo ininteligible del que se está cepillando los dientes.
De principio a fin
Otro asunto. Es verdad, algunos teléfonos requieren que esperes un instante antes de empezar a hablar, para que la grabación no quede truncada al principio. Pero, por favor, evitale al receptor esos audios en los que pasan varios segundos durante los que sólo se oye una respiración jadeante. Es un pelín inquietante, sabelo.
Peor todavía es aquél que no logra coordinar el final de su discurso y el soltar el micrófono. Es posible que te lleve algo de práctica, pero primero terminás de hablar y después (insisto, después) levantás el dedo. Es una frustración soportar todo el alegato y que justo cuando vas a decir lo que en verdad importa se corte. En serio.
Grandes Éxitos
No, una retahíla de 60 mensajes cortos no es alternativa válida para un solo mensaje largo. Incluso es peor, por dos motivos. El primero es que, al revés que el texto, no podés releerlos rápidamente para verificar un dato o algo así. No. ¡Tenés que volver a oírlos!
El segundo es que ahora, cuando abrimos el WhatsApp y vemos todos esos audios, el chat se convierte, dependiendo de la imagen que haya elegido nuestro interlocutor, en un playlist de Los Grandes Éxitos del Verano, Música Romántica de Hoy y Siempre, Clásicos del Heavy Metal, Boleros Inolvidables o, con no poca frecuencia, Las 100 Mejores Canciones de Cuna.