Aunque a la altura de los ojos dominen los souvenirs y los carteles luminosos de "pizza", basta mirar para arriba para descubrir la herencia veneciana y turca en las fachadas pintadas en tonos pastel, los arcos, los balcones de hierro forjado y los faroles. Las calles confluyen en el pintoresco puerto, donde se multiplican los restaurantes con banderitas de todos los países. Hay turismo en Chania, cómo negarlo. En Rethymnon, su ciudad vecina, pasa lo mismo.
Si de playas se trata, una es Elafonisi, en el extremo sudoeste. Hay que surcar las montañas y el camino se precipita hacia el mar de Libia. En la playa no hay más infraestructura que unas sombrillas de paja y unos ranchos ídem, donde ofrecen snacks y bebidas. La arena es rosada y el agua, cristalina y de poca profundidad, ideal para hacer kitesurf. Los que buscan playas desiertas cruzan al islote que se une por un istmo de arena.
La otra playa que hay que conocer es Balos, en la península Gramvousa, al oeste de Chania. Algunos dicen que Elafonisi es la más linda y Balos, la más escénica. Lo mejor es llegar a la mañana, dejar el auto y caminar entre cabras por un sendero que desciende por el filo de una montaña, hasta toparse con la vista del islote y su lengua de arena rodeada de mar. Los click click son inevitables porque nadie se resiste a la cámara en este mirador.
Abajo es mejor todavía. En el agua se dibujan remolinos de azules y turquesas, algunos hacen snorkel y las chicas aprovechan la orilla para posar como sirenas. Para que la experiencia sea disfrutable, hay que lograr escapar antes de las dos de la tarde, cuando llegan los barcos de turistas desde Kissamos.
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Por Cintia Colangelo. Nota publicada en enero de 2014. Extracto del texto publicado en revista Lugares nº 213.
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