"Fue así como en 1865, unos 150 galeses partieron de Liverpool a bordo del velero Mimosa y desembarcaron en Puerto Madryn el 28 de julio. Así nació el Gwyl y Glaniad, la fiesta de fundación de la colonia". La frase, extraída del libro del antiguo libro de lectura de los niños de la colonia, resume el comienzo de la historia de estos valerosos pioneros de la Patagonia que se instalaron en el valle inferior del río Chubut, por entonces un páramo rocoso donde deambulaban los tehuelches.
Sus descendientes todavía viven en Gaiman, hablan la lengua que trajeron del lejano país, mantienen en pie sus capillas y celebran cada año un festival de poesía, el Eisteddfod. Y en el camino, cavaron los canales que les permitieron hacer del valle un oasis verde, rumoroso de agua, donde antaño cultivaron trigo (también en esto pioneros), criaron vacas lecheras (e inventaron el queso que se llamó Chubut) y ahora se produce alfalfa, verduras y frutales.
Y claro, aún celebran el Gwyl y Glaniad los 28 de julio, día en que todas las capillas abren sus puertas para que propios y extraños tomen el té? galés, por supuesto.
Henos aquí?
Dicen que fue el subsuelo de Cymru (se pronuncia Cumri y significa Gales), rico en hierro y carbón, lo que en el siglo XIX hizo que el país fuera prácticamente invadido por los ingleses y llevó a sus nativos a intentar por todos los medios rescatar su cultura y su idioma. Al emigrar, buscaron que la tierra prometida les permitiera mantener la identidad a través de la lengua y la religión.
El testimonio de Fitz Roy que había elogiado el valle del río Chubut, sumado a la posibilidad de comprar las tierras, les hizo pensar que ése era el sitio apropiado. Un tipógrafo de Liverpool, Lewis Jones, se encargó, junto a otros, de promover la colonia.
Llegaron familias completas y pasaron unos primeros años de penuria y sacrificio. En la década del 80 ya habían construido canales para controlar las crecidas del río y así mejoraron la producción de trigo, a punto tal que necesitaron (y construyeron) un ferrocarril que pudiera llevar la cosecha a Puerto Madryn. La obra se completó en 1888 y en Gaiman aún se conserva el túnel por donde pasaban las formaciones.
Hasta 1912 llegaron casi tres mil galeses, luego la corriente se interrumpió: hoy en día, de los seis mil habitantes de Gaiman (que significa piedra de afilar en tehuelche), casi 500 descienden de los primitivos inmigrantes.
Sus huellas se pueden rastrear en el Museo de Gaiman dirigido por la bella Tegai Roberts, bisnieta de Jones, que guarda objetos que trajeron los pioneros en el Mimosa, utensilios de los primitivos tambos, un sillón bárdico que fue primer premio del Eisteddfod, los viejos diarios en galés?
Otra buena fuente de información, es visitar a Waldo Williams en su chacra Bod Iwan (lo de Juan), en Bryn Crwn, donde cría ovejas Hampshiredown y cultiva alfalfa. Allí se pueden ver antiguas herramientas de los colonos con las que se cavaron las acequias; pero además, a través de la historia de su chacra, que perteneció a un inmigrante llegado en 1886 (y donde se hospedó Bruce Chatwin, que la menciona en su libro de viaje En la Patagonia), Waldo cuenta ?y es muy ameno al hacerlo− la historia de su gente.
La religión fue un elemento que dio identidad, inspiración y fortaleza a los colonos en sus avatares cotidianos: lugares de culto y espacios sociales, las capillas se diseminaron en todo el valle y muchas de ellas se conservan y se pueden visitar. Casi todas constan de una nave y una habitación adjunta, llamada vestry, que servía para las reuniones: así son Seion, de 1888; la de Bryn Crwn (loma redonda), hecha con ladrillos cocidos y techos de cinc; Bethesda, reconstruida en 1904 y anglicana; Salem, la única de chapa.
Tal vez la más importante sea Bethel, cuya capilla vieja fue construida en 1885 y, aún en pie, conserva sus bancos originales y la cocina con las hornallas y las marmitas de té. Allí funciona la escuela dominical, mientras que el culto se celebra en la capilla nueva, de 1913. En los bancos, cada tanto, hay un libro de himnos: los galeses se caracterizan por cantar mucho en la iglesia, según explica Andrés Evans, un nativo de Gaiman que es idóneo (encargado) de Bethel y también él habla el idioma de sus ancestros.
Los alrededores de Gaiman están poblados de quintas y chacras, como Bod Iwan y Narlú, que cultiva fruta fina camino a Bryn Gwyn. Se puede visitar y a la vez, comprar fruta fresca, recién cosechada y también, dulces caseros. De noviembre a marzo se cultivan frutillas y frambuesas, manzanas, cerezss, cassis, blackberries y boisenberries.
A 20 km de Gaiman, Dolavon (prado del río) es un pequeño pueblo de la comunidad cuya característica son las norias instaladas a la vera de un canal de riego, bordeado de sauces, que le dan al lugar un ruido inconfundible. También existe allí una interesante y antigua capilla y un restaurante armado en lo que fue un antiguo molino, La Molienda, que ofrece pastas caseras hechas con harina de la casa. El molino en cuestión, originalmente de vapor, data de 1880 y tiene caños hechos de madera de pino tea.
En la zona de chacras de Gaiman, la posada Los Mimbres ofrece una encantadora opción de alojamiento, a orillas de una de las curvas que le dieron su nombre al río Chubut (quiere decir sinuoso). La casa ofrece tres habitaciones en el casco original, de 1910 y que perteneció a uno de los colonos. En otro edificio, nuevo, la posada suma dos habitaciones dobles y una triple más (en noviembre inaugurarán dos nuevos cuartos). Todas, antiguas o nuevas, son muy cómodas, tienen buena calefacción, cama con sommier y baños amplísimos con abundante agua caliente.
Ubicado en un lugar llamado Pantykelin (el bajo del acebo), la posada es propiedad de Marcela Plust y su familia. La abrieron hace cuatro años en el sitio donde acostumbraban pasar las vacaciones familiares. Todos participan: el hermano de Marcela produce dulces de frutas y una perfumada y deliciosa miel; Mili, su mujer y su madre se ocupan de preparar los platos sencillos y bien ricos que se sirven en la casa, y todos sin excepción, ofrecen un trato amabilísimo y sumamente cordial. Marcela, que es guía, es una anfitriona muy dedicada y se la puede consultar con confianza para armar itinerarios muy interesantes por los alrededores.
Los Mimbres tiene un parque encantador, con arbustos de lavanda que zumban de abejas en verano, rosales de todo tipo, matas de romero. Atravesando una acequia, se llega a una franja que bordea el río, donde uno se puede instalar tranquilamente a leer o a mirar los chimangos y teros que andan por el césped, disfrutando del encanto de un valle que los galeses supieron hacer más verde y más hospitalario.
Bahía Bustamante
El litoral marítimo de la Argentina ofrece, a veces, lugares de belleza impresionante, donde el color del mar, las alternativas de la costa y la fauna que allí habita forman una combinación rara y original, que uno no olvida fácilmente. Bahía Bustamante es uno de ellos.
Este mismo país de distancias interminables y de infinita soledad, ofrece historias de pioneros que a fuerza de creatividad han dejado atrás ciertos valiosos testimonios del ingenio y del trabajo del hombre. También eso se puede encontrar en Bahía Bustamante, un pueblo alguero ?según su primera definición−, 180 km al norte de Comodoro Rivadavia, sobre la costa de Chubut.
A la altura del km 1676 de la ruta 3 (de la que lo separan 30 km de buen ripio), el pueblo en sí parece más bien un barrio suburbano de casas bajas, pintadas de blanco y azul, con calles prolijamente trazadas, al que una amplia avenida costera separa del mar. Fue construido en los años 50 por don Lorenzo Soriano, un inmigrante andaluz que se había dedicado a la industria cosmética ?por entonces, fabricaba un fijador para el cabello− y había encontrado en las algas que abundaban en ese lugar, primero un sustituto para la goma arábiga que era la materia prima de su producto y, más tarde, a partir de una variedad llamada gracilaria, un gelificante natural llamado agar agar, de gran uso en la industria de los alimentos.
Una cosa lleva a la otra y a partir de las investigaciones de Don Lorenzo −hombre emprendedor e inquieto si los hubo− y de sus hijos, que se fueron sumando a la tarea, se empezaron a desarrollar y a fabricar otros productos con algas, que la empresa familiar elabora en su planta de Gaiman y exporta a todo el mundo.
Bahía Bustamante fue el principal establecimiento recolector: en sus buenos tiempos, allá por los 60 y 70, llegaron a vivir allí alrededor de 400 personas. Hace unos años, Matías, uno de los nietos de Don Lorenzo, decidió aprovechar las posibilidades turísticas de lo que había sido, tradicionalmente, el lugar de veraneo de la familia y sus amistades y abrió a los huéspedes las puertas de un lugar de belleza rara y original.
El pueblo de las algas
Sobre la avenida costera se encuentran las casas principales del pueblo, incluso las cuatro que han sido reacondicionadas para recibir huéspedes. Luego hay algunas filas de dormitorios para los trabajadores solteros (hoy deshabitadas) y en la línea de fondo, se ubican las casas de los casados: el pueblo tiene actualmente sólo 40 habitantes, pero quedan, de sus buenos tiempos, una escuela (donde Matías piensa abrir un museo), una iglesia de dimensiones inusitadas y hasta una comisaría con dos calabozos que supo tener huéspedes forzosos y hoy se usa como vestuario para los buzos que juntan algas mar adentro. También tiene cementerio, donde descansa el patriarca de la familia, mirando la playa.
Las calles del pueblo llevan nombres de algas −la avenida Gracilaria, el pasaje Gelidium, la avenida Gigartinas− a cuya vera crecen los tamariscos, que hacen de cortavientos, y algunos cipreses muy empeñosos que desafían el clima.
Los huéspedes se albergan en las cabañas que alguna vez correspondieron al personal jerárquico: cada una de ellas tiene capacidad para cuatro personas, con dos dormitorios, baño completo, un estar amplio y una cocina cómoda y equipada. Son muy sencillas, pero resultan acogedoras y están decoradas con gusto y calidez? además de estar bien equipadas para el frío: tienen calefacción, edredones, buena agua caliente y camas con sommier. (La casa también ofrece un refugio: se trata de cuatro dormitorios dobles con baño compartido para presupuestos menos holgados).
Las comidas se hacen en la antigua proveeduría, un espacio cómodo con una amplia vidriera que da al mar: a cargo de la cocina están Zunilda y su hija María de los Ángeles. Utilizan productos de la zona para preparar platos caseros, livianos y muy ricos. La variedad incluye guiso carrero de cordero, mero apanado con arroz, cordero asado y sorrentinos hechos en casa. Zunilda vivió 17 años en Bahía Bustamante, trabajando para los Soriano y tiene vívidos recuerdos de la época en que la gente hacía cola en la proveeduría, venían peones para la zafra de algas o había procesiones en el pueblo.
El campo alrededor
Antes de que don Lorenzo llegara a la zona, en Bahía Bustamante no había más que un almacén viejo, llamado Lo de López −cuyo edificio aún está en pie−, donde la gente se reunía a esperar el barco que cargaría la producción de lana generada en las estancias vecinas, al borde de la playa pedregosa? sembrada de algas.
En el lugar no había ni agua. Don Lorenzo compró una estancia vecina, Las Mercedes, e hizo un acueducto de 26 km. A esta estancia se sumaron más tarde Las Margaritas y Las Quebradas, donde la familia se dedica a la producción agropecuaria de lanares de la variedad merino SRS, capaz de producir lana y carne de buena calidad. Quien visite Bahía Bustamante, podrá participar en las actividades de un establecimiento productor de lana en pleno funcionamiento y según la época del año, ver el destete, la esquila, la señalada o la clasificación.
Sin embargo, los campos guardaban otras sorpresas y, estando en Chubut, era fácil pensar en los fósiles: quienes gusten de las caminatas estarán encantados de hacer un recorrido por la ladera de una barda, a través de un bosque petrificado que se formó en el Paleoceno, al comienzo de la era Terciaria. Los gigantescos troncos tienen 60 millones de años y lucen distintos tipos de petrificaciones: una reproduce la textura de la madera y su color; la otra parece mármol. El recorrido, ascendente, termina en una cresta que permite observar el interminable paisaje de la estepa patagónica.
El ancho mar
Tal vez sean la bellísima costa y sus habitantes el atractivo principal de Bahía Bustamante; el paseo en barco al amanecer, a las islas Vernacci, se disfruta de principio a fin, desde el momento en que bajo un cielo rosado, el barco navega un canal sinuoso, atravesando lo que parece de lejos una verde pradera, hasta salir a la caleta Malaspina. En el recorrido, como a lo largo de toda la costa de Bahía Bustamante, se ven ostreros ?negros azabache, anaranjadas las patas cortas y el pico largo− buscando alimento entre las piedras, patos crestones, cormoranes reales y negros y los rarísimos quetros o patos vapor, que abundan en ese tramo de la costa. Todo el paraje es un paraíso para cualquier birdwatcher.
Las islas están pobladas de lobos en verano: se ven los machos adultos siempre peleando y luciendo sus heridas de guerra, los jóvenes que persiguen la lancha atraídos por la turbulencia de la hélice y, en la playa, a los lobitos durmiendo arracimados en una nursery. En otras hay pingüinos y en ellas, también otras aves: se distinguen petreles, más cormoranes, garzas blancas y, de cuando en cuando, la esbelta silueta de una garza mora.
La Bahía Bustamante termina en la península Gravina, que ofrece una serie de pequeñas playas de arena, entradas de mar y unos pozos de agua transparente donde da gusto nadar (sí, el mar es un poco frío, pero nada del otro mundo). También es un lugar muy agradable para caminar o hacer paseos en bicicleta y a caballo: en verano suele haber por esos rumbos una bandada de chorlitos, pequeñitos, siempre dispuestos a hacer un vuelo rasante y ruidoso.
Para quien sólo quiera disfrutar del horizonte marino, la bahía ofrece un privilegiado mirador, de vista bella y cambiante. Pero si además, tiene la suerte de estar allí una noche despejada, con la luna llena brillando sobre el mar, se irá de Bahía Bustamante llevando consigo una imagen de hermosura que nunca olvidará.
Fósiles y pingüinos
Dada la riqueza en fósiles que tiene Chubut, el Museo Egidio Feruglio de Trelew es de visita obligada. Bautizado en honor de un paleontólogo italiano que trabajó largos años en la Patagonia, su funcional edificio consta de cuatro salas que van desde el período actual hasta el más antiguo: al inicio del recorrido, el visitante está invitado a tocar un fémur de dinosaurio, de más de un metro y medio de alto y 110 millones de años.
A seis kilómetros y medio de la ciudad de Gaiman, el Parque Paleontológico Bryn Gwyn (en galés, loma blanca), ofrece la posibilidad de hacer una caminata a través del tiempo? es decir, de estratos de distintas formaciones geológicas que forman su suelo.
Ubicado en la barda sur del río Chubut, el parque propone un recorrido ascendente de tres kilómetros que se inicia en un suelo de rodados patagónicos de 100 mil años de antigüedad y termina en la cima de la barda, sobre un piso de 40 millones de años. A lo largo de la senda hay expuestos en pirámides de vidrios restos fósiles de animales que fueron encontrados en el lugar.
A poco más de 100 km de Gaiman, la Reserva Natural de Punta Tombo alberga la colonia de pingüinos de Magallanes más grande de América, una comunidad que de setiembre a marzo funciona en todo su esplendor.
El sendero es breve, pero hay muchísimo para ver. No sólo pingüinos sino también guanacos y una gran variedad de aves, entre las que se incluyen chimangos, calandrias, skúas, petreles gigantes y cormoranes negros.
Camarones y Cabo Dos Bahías
Paralela a la RN 3, la antigua RP 1 lleva al pueblito de Camarones, una pequeña localidad costera a 90 km de Bahía Bustamante. En ella desembarcó, en 1535, la expedición española de Simón de Alcazaba. En sus alrededores, hay importantes estancias laneras, como La Maciega y El Porvenir, en las cuales trabajó (y vivió con su familia) el padre de Juan Domingo Perón. Históricamente toda la zona se dedicaba a la producción de lana de oveja, que se embarcaba en el cercano Cabo Raso (un pueblito minúsculo y en ruinas que sólo conserva el cementerio y una casa donde se albergan recolectores de algas que trabajan para los Soriano).
Cabo Raso y Camarones se fundaron en el 1900, y algunas casas del pueblo aún sobreviven de aquel tiempo, como el Hotel Viejo Torino (1903) y la Casa Rabal, almacén de Ramos Generales (1901) y todavía en manos de sus fundadores.
Aunque se pesca y se bucea en las islas próximas, tal vez lo más atractivo del lugar sea la reserva Cabo Dos Bahías, inaugurada en 1983, poblada sobre todo por pingüinos, de los que se han censado casi diez mil nidos, hechos en las raíces de los arbustos de llaollín (de minúsculas flores blancas y bayas rojas) y en los de kilimbai (de flores amarillas). Es un lugar muy bello, con un paisaje de costa rocosa y mar color turquesa, que se recorre a través de una pasarela desde la cual se pueden ver tranquilamente las aves, sin molestarlas en lo más mínimo.
Dentro de la reserva y en los caminos que llevan a ella, hay choiques, maras y guanacos que pasean y toman sol echados en medio de la huella por donde pasan los autos.
El tránsito está permitido hasta la punta misma del Cabo, aunque el camino es para recorrer con cuidado. Era una antigua lobería y aún quedan bastantes ejemplares de lobos marinos de un pelo. El paisaje de la costa desde allí, es de una belleza impresionante y conviene saber que en una de las islas que se divisan desde la costa existe un antiguo faro que es posible visitar.
Por Malvina Roncadi
Fotos de Sebastián Pistani
Publicado en Revista LUGARES 126. Octubre 2006.