Pruebo uno muy bueno en Kritsa, pueblo cercano a Agios Nikolaos, producido por una cooperativa de agricultores. Se exporta a Rusia y se vende en el Harrods de Londres.
Después me espera un banquete bajo una parra en la posada Argiro, el nombre de su dueña y cocinera, una auténtica mujer cretense de armas llevar. Primero nos trae una botella de raki, aguardiente de uva blanca y anís que se bebe antes de las comidas, y en muchos casos, durante y después de éstas.
De a poco, Argiro va llenando la mesa de platitos hasta superar el número de comensales. Hay dakos (pan de cebada humedecido con agua y oliva, cubierto con tomate, ajo y queso feta), verduras y cordero ahumado, mizithra (queso dulzón de cabra), tzatziki (yogur con pepino y ajo: un vicio), sopa de garbanzos y dolmades, los clásicos rollos de hoja de parra rellenos de arroz.
Como hasta que ya no me cabe una miga en el estómago. Pero Argiro sigue desfilando con el cucharón desde la cocina y me abraza cada vez que le acepto un bocado nuevo. A los platos fríos le siguen los calientes, y luego los pasteles dulces bañados en almíbar, todo acompañado por vasos rebosantes de raki. Mi segunda lección cretense: la generosidad se traduce en las porciones de comida y es correspondida al vaciar el plato.
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Por Cintia Colangelo. Nota publicada en enero de 2014. Extracto del texto publicado en revista Lugares nº 213.
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