Digámoslo sin rodeos: en Iguazú la naturaleza vive en un estado de exaltación. Habría que ser mosca y tener cien ojos para captar tanto estímulo. Para quienes precisan los números para imaginarse las cosas, vayan estas cifras elocuentes: más de 400 aves, 2.000 especies vegetales, entre ellas casi 100 arbóreas, 80 clases de mamíferos, entre ellos cinco variedades de felinos y un número incontado de insectos, incluida una gran cantidad de mariposas que pueden alcanzar los 15 centímetros de envergadura. Todo esto en 67.000 hectáreas de Parque Nacional donde se hallan 275 saltos de agua.
La selva impone una competencia bestial. Para destacarse, entre los árboles hay verdaderos gigantes verdes de más de 30 metros de altura, como el incienso, el ybirá pitá, el ambay, el rabo molle y el timbó o pacará. El más imponente es sin dudas el palo rosa que puede sobrepasar los 40 metros y cuyo tronco llega a alcanzar los dos metros de diámetro. A su sombra crece una variedad de palmera que guarda en lo más íntimo el palmito, pero cuya extracción implica la muerte de la planta y por eso mismo se trata de una especie protegida. Los árboles son soporte ideal de orquídeas que atraen a sus fanáticos más que a la abejas mirim, enredaderas, epífitas (plantas no parasitarias que crecen usando otras como apoyo) y lianas que nos recuerdan a Tarzán. A sus pies se reproducen a sus anchas helechos, bromelias y arbustos como la temible ortiga brava.
Con semejante escenario verde la fauna no podía quedarse atrás. Entre las aves, el vencejo de cascada −pájaro símbolo del Parque Nacional− a la cabeza. Osado él, atraviesa volando las columnas de agua de las cataratas para descansar e incluso anidar en la pared rocosa. Famosos son los tucanes, de los que hay cinco variedades, además de jotes, colibríes de corona azul, urracas, loros, macucos (una perdiz gigante que llega a medir casi medio metro de alzada) y yacutingas o pavas de monte.
Los coatíes son los verdaderos dueños de las pasarelas y hay que ser estrictos y no darles alimento. Fáciles de ver son también las lagartijas. Con algo de suerte se descubren los monos caí entre los árboles y yacarés overos en las rocas. Y con mucha, pero mucha más suerte y paciencia tapires, hurones y osos hormigueros.
El famoso arquitecto y paisajista francés Carlos Thays anduvo por aquí en 1902 cuando planeaba trazar los planos para acceder a los saltos. Ante tanta belleza natural sus esfuerzos se concentraron en la preservación del entorno y entonces realizó el primer proyecto de creación de un Parque Nacional. Finalmente en 1934, el gobierno nacional sumó a las 55.000 hectáreas destinadas a la reserva, 20.000 más pertenecientes desde 1928 al ejército y creó el Parque Nacional Iguazú, el segundo del país, declarado desde 1984 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Sumarse a la fiesta
Es fácil entrar en el ritmo de esta selva subtropical, húmeda y caliente. Ser un ser vivo más y unirse al ecosistema que, hasta ahora, funciona como un relojito. Basta con untarse de protector solar y repelente, calzarse algo cómodo, aguzar la vista y el oído ?andar en silencio ayuda?, no cometer el desatino de llevarse algo de recuerdo y no hacer basura.
El primer contacto fuerte y directo conviene hacerlo en Garganta del Diablo, el más impresionante salto de agua sobre la tierra. Para llegar hasta allí, hay que recorrer el Sendero Verde una vez que se pasa el Portal de Acceso al Parque y la zona comercial, y tomarse el tren en la Estación Cataratas hasta la siguiente estación, Garganta del Diablo. Allí se inicia otra caminata por la nueva pasarela de 1.100 metros que serpentea entre las islas, hasta llegar a los amplios balcones ubicados junto al borde y frente de la Garganta del Diablo. Entonces sí, uno se topa cara a cara con una enloquecida cantidad de agua que cae desde aproximadamente 70 metros de altura provocando un estruendo y densas nubes de vapor que empapan subrepticiamente a los visitantes. Después de unos minutos, uno cree que semejante exceso de agua fue suficiente y que el torrente se detendrá como si alguien pudiera cerrar la llave de paso en lo alto del río Iguazú, donde nace, 1.320 km al norte, en la Serra do Mar, a 1.300 metros. Pero no. El agua continúa cayendo mientras uno camina de regreso por las pasarelas y lo sigue haciendo en el preciso momento en que usted lee estas líneas.
Este paseo dura aproximadamente dos horas, según el paso y la curiosidad de cada quien. Se lo puede hacer por la mañana, almorzar en algunos de los restaurantes cercanos a Estación Cataratas y dejar para la tarde el Circuito Inferior, más relajado en emociones, pero más exigente para el cuerpo ya que hay que subir y bajar escaleras que equivalen a ocho pisos.
En este circuito de 1.200 metros se puede observar la mayor parte de los saltos de frente y desde abajo, en distancias que varían desde amplias panorámicas y vistas lejanas de la Garganta del Diablo y saltos brasileños, hasta acercamientos con salpicadura incluida, como ocurre con los saltos Bossetti, San Martín y Dos Hermanas.
Alegría brasileña
Si tucanes y lagartijas cruzan la frontera con Brasil sin documentos, los turistas deben presentar su DNI o pasaporte en la aduana. El Parque Nacional do Iguaçu tiene un Centro de Visitantes muy interesante donde, entre otras cosas, se puede escuchar el canto de las aves locales con sólo apretar un botón. De allí parten ómnibus hacia los distintos puntos de atracción.
Uno de ellos es el Campo de Desafíos, donde la propuesta es transpirar un poco y tener un contacto distinto con a natureza. El equipo de guías, joven y entusiasta, anima a elegir entre las distintas actividades que no presentan mayores dificultades. De hecho todas pueden hacerse sin entrenamiento previo ni límite de edad y las restricciones sólo corren para los menores de 6 años, las embarazadas y aquellos con problemas serios de columna.
La más simple de las opciones es el arborismo, ideal para hacer en grupo porque la actividad favorece la colaboración mutua y la diversión. El circuito incluye obstáculos bajos, a medio metro del piso, otros altos, a 8 metros y el inquietante salto del gato. En suma, uno está una hora y cuarto cruzando de un árbol a otro, a poca o mucha altura, agarrado de sogas, pisando apenas un cable de acero o troncos móviles, tirándose en tirolesa hasta una pequeña base en el árbol siguiente. El final del recorrido presenta el desafío mayor: un eucalipto de 10 metros de altura en cuya cima hay una base donde pararse y saltar a un trapecio que está dos metros más arriba. Todo esto se realiza con la protección de un casco y un arnés que sujeta a cada participante a un cable de seguridad.
Si bien esta actividad es divertida y de poca exigencia física, las cataratas no se ven desde ningún punto. En el rappel, en cambio, uno pasa a ser parte del paisaje y la experiencia es maravillosa. Desde una explanada montada a 55 metros de altura frente a la isla San Martín, es posible bajar a un ritmo propio con el río a los pies y la impresionante vista de la isla y los saltos Bossetti y Dos Hermanas. Siempre con casco, guantes, sogas y mosquetones de máxima seguridad, uno va regulando con la mano derecha cuándo y cuánto va descendiendo. No hay que hacer fuerza ya que es el propio peso al soltar la soga, el que provoca el descenso, sin vértigo. Así es posible quedarse sentado en el aire el tiempo que desee, solo con el paisaje, con la vista perdida en los saltos o en la pared de roca junto a la que se baja. De pronto se ve una lagartija que brota de la piedra o un jote que planea cerca de la bruma. Son dos las sogas que descienden y es posible hacer el viaje con otro, si se regula la bajada simultáneamente.
Una vez abajo y desenganchada con la ayuda de los guías, llega la peor parte: subir los 55 metros a pie, por la escalera metálica.
Reposo del caminante
Tanto estímulo, tanta caminata, subida y bajada, arborismo y rappel, piden descanso para el cuerpo y confort para el alma. El Grand Hotel Casino lo brinda con creces. La arquitectura de estructura apaisada y con mucho vidrio, asegura que la naturaleza siga siendo protagonista. Las 108 habitaciones son amplias y silenciosas ?la mitad tiene jacuzzi? y muchas de ellas dan a un arroyito con cascadas por lo que es posible escuchar el sonido del agua desde la cama. Un detalle para los amantes del arte: en el lobby, llamativo de por sí con su piso de mármol de Carrara, y el pasillo hay obras de Valenti, Finski, Llanimi, Soldi y Basaldua.
Es un placer echarse bajo las higueras del jardín y juntar fuerza para zambullirse en la pileta o caminar las tres cuadras que separan al hotel del Duty Free, un shopping completísimo (imperdible el área de productos marroquíes). Si las compras son su perdición, no olvide llevar el documento para cruzar la aduana en el puente Tancredo Neves, pasos antes del shopping. Después del shopping y antes de la cena, se impone una visita al spa.
La gastronomía del hotel está en las buenas manos de Leonardo Najle, con sólida experiencia en hotelería internacional. A la hora del almuerzo, La Terraza propone parrilla argentina en el área más próxima a las piletas y a la noche abre el restaurante principal El Jardín que ofrece un menú a la carta en lugar de las mesas buffet. Esto redunda en platos à la minute de presentación cuidada y en una atmósfera mucho más relajada que cuando la gente va y viene, plato en mano.
La ecléctica cocina de Najle combina los productos regionales con otros foráneos y les da un toque a veces medierráneo, a veces asiático. Ñoquis de mandioca, soufflé helado de yerba mate, mousse de palta, surubí a la plancha con papas, caviar de berenjenas y morrones asados, pejerrey grillé con puré de tomates, repollo braseado con manzanas y pasas son algunos platos que rescatan las materias primas locales. También hay platos vegetarianos y algunos con mariscos, preferidos de Najle, como el martini de pulpo con vinagreta provenzal, que incluye de tanto en tanto.
Y si quedan energías, el casino siempre tienta para jugar unas fichas y si no, en Le Bistró hay buenos shows de tango que terminan con una milonga o clase abierta. La cama king espera para reponer fuerzas y preparar el cuerpo para otra jornada entre helechos, agua y tucanes, a pura fiesta.
Por Silvina Pini
Fotos de Andrés D?Elía
Publicado en Revista LUGARES 131. Marzo 2007.